Tanto el aburrimiento cuanto la
búsqueda de la felicidad son fenómenos propios de la ciudad y de la urbe. En las culturas primitivas, esto es, en las culturas
que no han conocido la Revolución Urbana, la gente no se aburre ni tampoco
busca la felicidad. Lo que la mayoría de
ciudadanos y urbícolas ha querido siempre y quiere ahora es el bienestar o un
cierto bienestar, pero no la felicidad. Tampoco les ha
preocupado el aburrimiento, porque la verdad es que nos comenzamos a aburrir
muy tardíamente, con el advenimiento del Romanticismo, o sea a partir del siglo
XIX. Sin embargo, en el último tercio del siglo XX, con la llegada de la
Posmodernidad, nos comenzamos a desaburrir por la multiplicación incesante de
estímulos y la creciente extraversión que iba caracterizando a los urbícolas y
que permitiría el disfrute de una felicidad cibernética y digital.
Lo malo
es que esta felicidad se logra a expensas de nuestro mundo interior, que
inevitablemente se empobrece y reduce convirtiéndose generalmente en una
dentrura insignificante.
Nunca, como ahora, ha habido
tantos estímulos ni tantos medios para combatir el aburrimiento, y sin embargo,
nunca ha habido tanta pobreza de vida interior ni han sido los seres humanos tan incapaces de
ensimismarse o sumirse o recogerse en la propia intimidad, desentendiéndose del
mundo exterior.
Lo
opuesto al ensimismamiento es la alteración o estado de inquieta
atención a lo exterior, sin sosiego ni intimidad. Nuestra época es la más
alterada y la menos ensimismada.
Hoy está
perfectamente averiguado que la aversión a los ofidios no es en el ser humano
aprendida, sino innata, vale decir, inherente y consubstancial. Sentimos
naturalmente mucho recelo y gran inquietud y franco rechazo si se nos cruza en
el camino una serpiente o una culebra, o si vemos que se nos acerca.
La ofidiofobia es pues una
aversión que nos viene de fábrica, una fobia connatural, un rechazo inaprendido. En cambio, la ofidiolatría o culto de las serpientes es
creación cultural o producto facticio (no ficticio), esto es, no-natural.
Lo
primero, la ofidiofobia, es Naturaleza. Lo segundo, la ofidiolatría, es
Artificialeza o Cultura.
Si le
llevásemos siempre el apunte a la Academia, entonces tendríamos que decir
ofiolatría, formación etimológica, es verdad, pero voz disonante que me niego a
usar. Nunca diré tampoco ofiofobia, porque sería un atentado contra la eufonía.
En el DRAE no consta felizmente semejante palabra.
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