miércoles, 17 de junio de 2015

EL INDIGENISMO Y NICOLÁS DE AYLLON

El indigenismo es una corriente cultural, política y antropológica concentrada en el estudio y valoración de las culturas indígenas, y el cuestionamiento de los mecanismos de discriminación y etnocentrismo en perjuicio de los pueblos originarios.
Con demasiada frecuencia la palabra "indigenismo" significa la exaltación de las sociedades primitivas y hasta salvajes, al gusto de cierta izquierda neomarxista que, a través de la revolución cultural, busca llevarnos hacia un comunismo neotribal y anárquico.
Hay sin embargo un indigenismo verdadero, que nace del aprecio por las cualidades y talentos propios de las razas aborígenes, las cuales, cuando se dejan modelar por el espíritu de la Iglesia, dan frutos admirables de fe y civilización. Ejemplo de esto son los numerosos indígenas que, en toda América Latina, fueron auténticos modelos de vida y santidad. Entre ellos sobresale en el Perú el siervo de Dios Nicolás de Ayllón, que ya en vida era conocido como "Nicolás de Dios" o "el Indio Santo".
El indigenismo enfrenta la discriminación. Se puede hablar de una historia dentro del indigenismo a partir del sermón de diciembre de 1511 de Antonio de Montesinos. Desde entonces el indigenismo tomó cuerpo con el paso del tiempo y es lícito hablar de indigenismo desde la época de la administración colonial española, con modalidades diversas, aunque durante el siglo XIX en los nuevos estados independientes latinoamericanos la preocupación indigenista perdió terreno.
En 1940, tras el Primer Congreso Indigenista Interamericano, el indigenismo se convirtió en la política oficial de los estados de América, de manera que el conjunto de ideas y actividades concretas que han realizado los estados latinoamericanos en relación con las poblaciones indígenas han llevado el nombre genérico de indigenismo.
El término ganó importancia en las últimas décadas del siglo XX para referirse a algunas organizaciones sociales y políticas en América Latina.
Para el indigenismo del siglo XX, el indio es una categoría específica de orden fundamentalmente socioeconómico, en tanto que la distinción étnica pasa a un carácter secundario. Los indígenas se consideran como marginados, en tanto que no participan de los "beneficios de la civilización", aunque sí de sus perjuicios: explotación, opresión violencia, violación de los derechos humanos, desnutrición, epidemias y pobreza.
Gonzalo Aguirre Beltrán, explica que en las regiones de refugio donde han logrado sobrevivir la mayoría de las comunidades indígenas, lo urbano domina lo rural, las comunidades se convierten en satélites y se establecen relaciones asimétricas entre los diferentes segmentos de la población. Los indígenas son la parte sometida dentro del hinterland que dominan los sectores que controlan el respectivo centro rector. El indigenismo se propuso liberar al indio de esa intermediación opresiva y explotadora.
A diferencia del supremacismo blanco y del igualitarismo liberal, el indigenismo reconoce la especificidad de lo indígena y el derecho de los indios a recibir un trato especial favorable que compense siglos de discriminación, perjuicios y marginalidad. Sin embargo, cuando los indigenistas hablan de integrar al indio a los beneficios de la sociedad nacional y global, aspiran a que en esa sociedad se encuentren los elementos que posibiliten la "redención" del indio, asumen que la sociedad dominante puede "salvar" al indio, integrándolo a ella.
Para Alejandro Marroquín, el indigenismo como política de los estados, busca "atender y resolver los problemas que confrontan las poblaciones indígenas, con el objeto de integrarlas a la nacionalidad correspondiente" y puede clasificarse en cuatro variantes:
1.- El indigenismo político, reformista o revolucionario surgió como propuesta de participación de los indígenas en proyectos de transformación nacional, como las revoluciones mexicana y boliviana. Esta variante enfatiza en la reivindicación social del indio y la lucha por la tierra y se centra en el enfrentamiento político con gamonales, caciques, latifundistas y burócratas.
2.- El indigenismo comunitario que fortalece la propiedad colectiva de la tierra y los usos y costumbres comunitarios es una variante del político
3.- El indigenismo desarrollista surgió trata de integrar a los indígenas y sus territorios al desarrollo económico y al mercado. Pocas veces sale el indígena bien librado de los impactos ambientales y sociales de las políticas empresariales y frecuentemente se catalizan la emigración y especialmente la diferenciación social entre una minoría privilegiada (Dietz 1995) y una mayoría pauperizada.
4.- El indigenismo antropológico, como corriente de la Antropología ha estado al servicio del indigenismo político o del indigenismo desarrollista.

En el siglo XVII los Padres franciscanos habían establecido en el valle de Llampallec —actual Lambayeque— la doctrina de Chiclayo, que en poco tiempo se convirtió en próspero pueblo de indios moches. Allí nacía el 4 de marzo de 1632 Nicolás, el menor de siete hijos del matrimonio del indio noble don Rodrigo Puycón o Pulcón con doña Francisca Faxollem. De excelente índole, a la edad de ocho años el pequeño fue entregado a la tutela del religioso franciscano P. Fray Juan de Ayllón.

Dos años después, éste debió trasladarse a Lima junto con otros religiosos, y llevó consigo a Nicolás. Era verano, época de lluvias, y el río Santa estaba muy crecido; pero la comitiva decidió arriesgar el cruce. Las cabalgaduras de los religiosos consiguieron atravesar, pero la mula de carga sobre la cual montaba el pequeño Nicolás perdió pie y comenzó a ser arrastrada por la corriente. En ese momento, relata el P. Vargas Ugarte, "sin saber cómo, una mano poderosa lo condujo sano y salvo hasta la orilla con admiración de todos": claro indicio de la predilección de Dios por aquel niño.

En el convento de San Francisco Nicolás permaneció seis años, ocupado entre el servicio de su tutor—de quien tomaría el apellido—, las faenas de la casa, la oración y el estudio. Ya en esa época se manifiesta precozmente la caridad que lo distinguiría. Por ejemplo, se privaba de una parte de su ración diaria para dársela a los pobres, y soportaba con invariable paciencia cualquier maltrato que recibiera.

Al ser destinado el P. Ayllóna una misión lejos de Lima, Nicolás opta por dejar el convento. Tenía dieciséis años. Aprendió entonces el oficio de sastre, con un reputado maestro limeño. Rápidamente se ganó fama de excelente costurero; con sus primeros salarios encomendó un cuadro de la Inmaculada Concepción, devoción que le inculcaron los franciscanos y que cultivó toda su vida. Y en los días de fiesta acudía al hospital de Santa Ana, fundado por el Arzobispo Loaiza para enfermos indígenas, para prestar a los pacientes toda especie de servicios.

Maestro sastre a los 21 años, a los 24 Nicolás abrió su propia sastrería. Allí entronizó su querido cuadro de la Purísima, objeto de un pintoresco episodio que retrata bien el ambiente limeño de aquel tiempo. Continuaba intensa en la Iglesia la discusión teológicas sobre la Inmaculada Concepción, iniciada varios siglos antes. Algunas órdenes religiosas como los franciscanos y los jesuitas defendían con calor su definición, mientras que otras como los Dominicos aún la cuestionaban, con argumentos de peso. Así las cosas, el 8 de diciembre de 1661 el Papa Alejandro VII emitió el breve Sollicitudo omnium Ecclesiarum, declarando a María "inmune de la mancha del pecado original desde el primer instante de su creación". Era un paso decisivo rumbo a la definición del dogma, ocurrida dos siglos después (1854). Cuando el texto llegó a Lima, un grupo de alumnos del Colegio de los jesuitas salió a celebrarlo por las calles, entonando la copla: Todo el mundo en general,/ a voces, Reina escogida,/diga que sois concebida/ sin pecado original, y otras similares. La bulliciosa comitiva paseó por varias iglesias —el Milagro, San Pablo, Santo Domingo (desde donde hasta les arrojaron piedras...)— y muchas personas se les fueron incorporando. Como anochecía, algunos fieles comenzaron a distribuir velas a la multitud, que ya no era pequeña. En camino hacia La Merced les tocó pasar frente a la tienda del piadoso Nicolás, quien contagiado del regocijo de los participantes, les ofreció su cuadro de la Inmaculada para llevarlo en triunfo. Se formó entonces una improvisada procesión nocturna, y al pasar frente al Palacio Arzobispal, el propio Arzobispo Villagómez salió a darles la bendición desde el balcón, mientras repicaban las campanas de la Catedral. ¡Tal era la atmósfera religiosa que impregnaba la feliz Lima de la época!
Sin embargo, la vida de Nicolás no era del todo edificante, y se vio envuelto en una relación irregular con una joven. Pero la gracia de Dios pudo más que su fragilidad, y en cierto momento tuvo una radical conversión. Tomó como director de conciencia al P. Cristóbal Bravo y, próximo a cumplir 29 años, se casó con la joven mestiza Jacinta Montoya, de 16 años, recomendada por un importante cliente y amigo, don Francisco de Arteaga y por su esposa, doña Catalina Carvajal. En los primeros años de matrimonio Nicolás debió empeñarse para corregir cierta tendencia de su mujer a la frivolidad. Y lo logró a fuerza de emplear sus excelentes cualidades de trato, inclinándola a la práctica de las virtudes cristianas y al apostolado, del cual ella se convertiría en su eficaz colaboradora.
Llevaba una vida sobria y austera, lo que le permitió formar un buen patrimonio con el fruto de sus apreciados trabajos. Caritativo en extremo, muchas veces había hospedado en su casa a personas necesitadas, y en cuanto tuvo posibilidad adquirió una casa mucho más amplia donde, con la colaboración de su esposa fundó una obra para abrigar y dar adecuada formación a doce jóvenes españolas empobrecidas; hecho inédito tratándose de un indígena. La denominó "Casa de Jesús, María y José". Allí construyó dos oratorios, uno para su cuadro de la Purísima y otro para el Crucificado, y en el patio principal hizo pintar las estaciones del Vía Crucis, que todos los habitantes rezaban juntos tres veces a la semana.
Su caridad parecía no tener límites. Cada Domingo de Ramos lavaba los pies a trece pobres, a los que después sentaba en su mesa y servía en persona. En la fiesta de San José ofrecía un banquete para siete niños: uno en representación del Niño Jesús, otros tres representando a San José, San Joaquín y San Zacarías, y tres niñas representando a la Santísima Virgen, Santa Ana y Santa Isabel. Después de servirles les lavaba las manos, les besaba los pies y les entregaba una limosna. Los servía con tal amor y humildad, dice su confesor, que parecía "que no eran pobres los que tenía a su mesa sino que eran los mismos que representaban""Yo de mí sé decir que las veces que lo vi y algunos sacerdotes que asistían... no podíamos contener las lágrimas".

Todos los sábados hacía dar pan a los pobres que acudiesen a su casa, y con el tiempo la costumbre se extendió a los otros días de la semana. Socorría también "con limosnas y con ropas" a propios y extraños, a mujeres necesitadas, a sacerdotes pobres, etc. El P. Bravo refiere haber visto, después de su muerte, a una multitud de pobres que entró en su casa "llorando su orfandad con la pérdida del Siervo de Dios, mostrando a voces y con ademanes las vestiduras con que abrigaba su desnudez".
Su piedad, vida interior y espíritu apostólico eran excepcionales. Fue dirigido espiritual, entre otros, del venerable P. Francisco del Castillo y del noble mercedario Fr. Juan de Vargas Machuca. Se levantaba antes del alba y hacía oración de las 4 a las 6 de la mañana. Después de distribuir los trabajos en la casa y en su taller, acudía a alguna iglesia a oír Misa y comulgar (tenía autorización para hacerlo diariamente, hecho rarísimo en la época), regresando a las 10 para continuar sus labores. Al mediodía, frugal almuerzo, y vuelta al trabajo hasta las 6,00 hora en que se retiraba a rezar o a entregarse a sus múltiples obras de caridad. A las 8.00 cenaba con su familia y después hacía lectura espiritual. Finalmente reunía a todos los de la casa para repasar el Catecismo y rezar un tercio del rosario. Cuando todos ya se habían ido a descansar, él rezaba los dos rosarios restantes, y en ciertos días también recorría el Vía Crucis y —algo inconcebible para el hedonismo moderno— se mortificaba con disciplinas.

Apóstol infatigable, promovió la creación en la iglesia de San Diego de la "Escuela de Cristo", similar a la creada por el P. del Castillo para nobles en la iglesia de Desamparados, con el fin desagraviar a Nuestro Señor crucificado. Hizo labrar allí un retablo, y donó un sitial de plata para la exposición del Santísimo Sacramento. Promovió innumerables formas de sufragios a las almas del Purgatorio en varias iglesias de Lima, además de fundar una Cofradía de las Ánimas para sus hermanos de raza en Chiclayo. Ingresó a la Cofradía de indios de Nuestra Señora de la Consolación, en la iglesia de La Merced, de la cual pronto fue Mayordomo. Se empeñó en defender a los indígenas de Lima de atropellos y abusos, y a menudo los socorría económicamente.

Fue también asistido por dones proféticos. Una señora cuya familia era auxiliada por el Arzobispo de Chuquisaca Mons. Melchor de Liñán y Cisneros, se lamentó al Siervo de Dios del a extrema lejanía del prelado. Nicolás le respondió: —"Ya, señora, no se desconsuele, que el señor Arzobispo vendrá a serlo de Lima, y será todo su remedio". Ella, atónita, le dijo: "¡Qué más dicha querría yo! Pero lo tengo por imposible". A lo que el sastre agregó: "Así será, y el Señor Liñán y Cisneros será también Virrey". Como los presentes se rieran, simplemente añadió: "Allá lo verán". Pocos años después (1676) Mons. Liñán era designado Arzobispo de Lima y más tarde Virrey (1678-1681), cumpliéndose así la predicción.

Contaba Nicolás 45 años cuando cierto día trajo a su casa un pequeño crucifijo, que dio a Jacinta, diciendo"Guárdame este Santo Cristo que es el que me ha de acompañar a la hora de la muerte". A los pocos días, a comienzos de noviembre de 1677, al final de la cena hizo una inesperada arenga a su familia sobre cómo debemos estar preparados para comparecer ante Dios, y concluyó: "Yo por la misericordia de Dios... no tengo más que hacer, porque siempre procuro disponerme como si luego hubiera de dar cuenta a Dios, y así, cuando Él fuere servido de disponer de mi vida, aquí me tiene, cúmplase su santísima voluntad". Al día siguiente, 4 de noviembre, cayó repentinamente enfermo con escalofríos y fiebre alta persistente, que por momentos le hacía perder el conocimiento. La noticia se esparció por la ciudad, y grandes y pequeños acudían desolados a su casa. Pero el sábado 6, repentinamente lúcido y sereno, dictó a su esposa una comunicación para su confesor, el P. José Buendía S.J.: "Estando yo pidiendo por mi casa y por todas estas almas que en ella están, vino la Santísima Virgen, mi Señora la Purísima, llena de resplandores celestiales y acompañada de muchos Ángeles, y me dijo: Hijo, ven en paz que tu casa a mi cargo queda y se llamará la casa de Jesús, María y José". Esta promesa profética se cumpliría al pie de la letra.

Al día siguiente, después de ser encomendada su alma y rodeado de la comunidad de Hermanos de San Juan de Dios que cantaban el Credo, expiró suavemente en paz.
Sus funerales fueron una verdadera apoteosis. Durante tres días, todas las Órdenes religiosas de la ciudad y numerosas cofradías acudieron espontáneamente a cantarle responsos. El día del entierro, acompañado por una multitud, el cuerpo del humilde sastre indígena entró en San Diego escoltado por la guardia del Virrey y cargado por miembros de la Real Audiencia.
A las exequias del octavo día, ordenadas por el Cabildo, acudieron el Virrey Don Baltasar de la Cueva, conde de Castellar, la Audiencia y los regidores en pleno, además de muchos miembros de la Nobleza. Hubo posteriormente otras honras fúnebres en diversas iglesias de Lima, y también en Chiclayo.
En 1679, dos años después del fallecimiento del Venerable Siervo de Dios Nicolás de Ayllón o Nicolás Puycón Faxollem, el Procurador general de indios Don José María Estela, presentó ante el Provisor del Arzobispado de Lima Don Pedro de Villagómez, la solicitud para el inicio de las informaciones (según las normas del “Non Cultu” de Urbano VIII) sobre la vida y virtudes de Nicolás de Ayllón. La aceptación de la solicitud se produjo en 1683, en 1684 Bernardo Sartolo presenta la hagiografía del Siervo de Dios y en 1689, bajo la supervisión del fiscal de la fe Don José de Lara y Galán se inicia el proceso de sustentación de la causa con la recopilación de testimonios que garanticen la santidad del venerable chiclayano. En 1690 las informaciones sobre las virtudes de Nicolás concluyeron de acuerdo a los plazos establecidos. Era Arzobispo de Lima Don Melchor de Liñán y Cisneros.

En su carta, los jesuitas piden al Rey de España: “sea servido de interponer su soberana autoridad con Nuestro señor padre Alejandro Octavo para la pronta expedición del Rotulo y Remisoriales en causa de Beatificación a favor del Venerable varón Nicolás de Dios de cuyas heroicas virtudes y milagros conseguidos por su intercesión se envían al presente Informaciones auténticas por le Ordinario de esta Metropolitana. De que resultara grande gloria y servicio de Dios Nuestro Señor, y de Vuestra Majestad y singular aliento a la virtud y confirmación en la fe en los neófitos Indios naturales de este Reino que tanto promueve el piadoso Celo de Vuestra Majestad”.

Los caciques del cercado de Lima, por su parte, dirigieron una carta al Rey de España en la que manifestaron su apoyo a la causa dejando entrever el particular significado de la causa para los pobladores indígenas del virreinato: “Si hasta el tiempo presente por más de centenar y medio de años nuestros mayores antepasados han atribuido con (reverentes) obsequios y lealtad muy segura abundantes tesoros de oro y plata a Vuestra Majestad Augusta, desentrañando a costa de sus vidas y los que vivimos a su imitación y de las nuestras los formidables riscos rígidos peñascos y elevados montes en paramos inhabitables, sacando sus preciosos corazones a ponerlos a los pies de vuestra majestad católica hoy mejorando la oferta estas indias occidentales y especial esta corte del Perú, Lima tributa en un pobre indio humilde el mas estimable tesoro a quien la divina misericordia enriqueció de calidad con el lleno de vuestra virtudes en grado heroico que en el celo de las mayor gloria y honra de Dios exaltación de la fe (deseo) de la conversión de los infieles y pecadores y caridad con los pobres puede, sin que aparezca ponderación afectada la darse con muchos de los que gloriosamente ocupan las Aras sagradas según consta del proceso que por autoridad ordinaria se ha actuado en esta ciudad remite a la corte Romana en esta ocasión presente compuesto de cincuenta y dos testigos los remite sacerdotes, los mas calificadas letras y costumbres, que lo conocieron y comunicaron vivo”.

Un caso de intervención a favor de la causa que debe merecer nuestra atención es el de Juan Núñez de Vela. Según el historiador Pablo Macera en su artículo “El Inca Colonial”, este personaje era un mestizo que “Por el lado español, descendía de un primo del Virrey Blasco Núñez Vela. Por el lado indio sus antepasados eran don Francisco Comar y Don Felipe Carlos Sinchi Puma Inga, testigos y actores de la conquista española”. Esta persona solicitó al Rey “pasar a Roma a solicitar la Beatificación del Hermano Nicolás de Dios de su nación para convenir mucho al servicio de nuestro señor, y a que se aumente como debe la fe católica, en esas provincias lo cual se ha experimentado desde que murió”. Su solicitud no fue aceptada “se a acordado que por ahora no ha lugar a lo que pide el dicho Don Juan Núñez Vela de su pasaje a Roma por no estar en estado la causa que pretende solicitar”.

¿Por qué demoró tanto el inicio de la causa del Venerable Siervo de Dios? El historiador Manuel Mendiburu en su “Diccionario Histórico Biográfico” (Tomo VII, 1931 – 1934) indica que Don Melchor de Liñán y Cisneros recibió del Papa Clemente X la Bula de beatificación de San Francisco Solano el 25 de enero de 1675; posteriormente la Bula de beatificación de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo el 17 de abril de 1680. Infiere Mendiburu que fueron estos los motivos por los cuales se retrasó por espacio de dos años la apertura de la causa de Nicolás de Ayllón. Debo agregar a esta versión que durante tres años y cuatro meses, entre 1678 y 1681, Don Melchor de Liñán fue nombrado Virrey del Perú (interinamente) luego de la destitución en el cargo de Don Baltasar de la Cueva y Enríquez de Cabrera “Conde de Castellar” por una serie de calumnias de las que finalmente fue absuelto en juicio de residencia el año 1680. Pienso que otro de los motivos de la demora del inicio de la causa fue el cumplimiento de las obligaciones propias del cargo del Virrey del Perú por parte de Don Melchor de Liñán.

En el Archivo Arzobispal de Lima (AAL, Beatificaciones, Proceso del Siervo de Dios Nicolás de Ayllón, Expediente Nº 1) se encuentra la relación de testigos que brindaron información sobre Ayllón, entre los que se encuentran: su esposa María Jacinta, compañeros de trabajo y clientes de Nicolás. También las principales autoridades locales, los caciques del cercado de Lima y del Cuzco y los superiores de diversas órdenes religiosas colaboraron con la causa. Pruebas de la intervención directa en la causa de beatificación se encuentran en diversas cartas dirigidas directamente al Rey de España: Carta de los Jesuitas (4 de noviembre de 1690); Carta de los Mercedarios (1 de noviembre de 1690); Carta de los Agustinos (12 de noviembre de 1690); Carta de los Dominicos (28 de noviembre de 1690).


Entre tanto, la promesa profética que le hiciera la Virgen de proteger su fundación se cumplió por entero. Un año después de su muerte, la casa de Jesús, María y José ya contaba con Capilla. En 1713, a solicitud de su viuda y las demás internas, fue autorizada a adoptar la regla de las Clarisas capuchinas y convertirse en Monasterio, que subsiste hasta hoy. Y en 1720 quedó terminada la bella iglesia conventual, ornamento de Lima. Allí reposa Nicolás de Dios, admirable símbolo del indigenismo verdadero, que consiste en incorporar los aborígenes a la civilización cristiana, única en la cual todas sus cualidades florecen plenamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario