La historia comenzó a fraguar cuando a
Willy Galdos Frías lo expulsaron de Venezuela en 1981. Había
trabajado como caricaturista clandestino. En pleno vuelo de retorno cocinó
la idea de crear un pasaporte universal, que no haga distingos de países
ni clases sociales.
Esa mañana de invierno de 2007, veintiséis años después de ser deportado de Venezuela, la noticia de que una mujer puso en manos de Hugo Chávez Frías el pasaporte de Arequipa, le supo a venganza. Willy Galdos había jurado reivindicar la afrenta de aquella vergonzosa expulsión. Más de eso hacía tanto tiempo que hasta olvidó la promesa del desquite. Así de remisas suelen ser las revanchas. Llegan cuando ya nadie las espera. La patria de Bolívar le negó la visa de trabajo, y por su condición de ilegal fue arrestado en Caracas, recluido en un calabozo, y estuvo a punto de ser depositado en Cúcuta, que por entonces era una suerte de territorio liberado en la frontera con Colombia.
Todos esos agrios recuerdos se le agolparon en la cabeza, atropellándose uno tras otro, cuando le contaron que el mandatario venezolano recibió el Pasaporte Diplomático de la República Independiente de Arequipa. “Para que pueda usted visitar mi tierra, presidente”, le dijo la agradecida peruana, quien se había beneficiado con una cirugía de “Operación Milagro”, el programa sanitario que promueve el régimen chavista en sociedad con el gobierno cubano.
—Con Chávez hubiese sido distinto. Nadie expulsa al primo del presidente —bromea Willy Galdos Frías—. Fíjate que hasta compartimos el apellido materno”, dice sonriente. Luego suelta una carcajada.
El año que lo expulsaron gobernaba Luis Herrera Campins (1981).
Aquella vez, Willy Galdos había viajado a Venezuela con una visa de turista y gracias a un golpe de suerte consiguió empleo como caricaturista del diario El Universal e ilustrador en una fábrica de calcomanías. Solicitó permiso para trabajar formalmente. Se lo denegaron. Vivió de clandestino durante un año, escondido en la factoría que lo adoptó como inquilino. Hasta que un día fue descubierto por la policía. No era un final alegre para un tipo que suele reírse todo el tiempo.
—Ganaba seis veces más de lo que me pagaban aquí como profesor, asegura ahora, treinta años después.
Esa mañana de invierno de 2007, veintiséis años después de ser deportado de Venezuela, la noticia de que una mujer puso en manos de Hugo Chávez Frías el pasaporte de Arequipa, le supo a venganza. Willy Galdos había jurado reivindicar la afrenta de aquella vergonzosa expulsión. Más de eso hacía tanto tiempo que hasta olvidó la promesa del desquite. Así de remisas suelen ser las revanchas. Llegan cuando ya nadie las espera. La patria de Bolívar le negó la visa de trabajo, y por su condición de ilegal fue arrestado en Caracas, recluido en un calabozo, y estuvo a punto de ser depositado en Cúcuta, que por entonces era una suerte de territorio liberado en la frontera con Colombia.
Todos esos agrios recuerdos se le agolparon en la cabeza, atropellándose uno tras otro, cuando le contaron que el mandatario venezolano recibió el Pasaporte Diplomático de la República Independiente de Arequipa. “Para que pueda usted visitar mi tierra, presidente”, le dijo la agradecida peruana, quien se había beneficiado con una cirugía de “Operación Milagro”, el programa sanitario que promueve el régimen chavista en sociedad con el gobierno cubano.
—Con Chávez hubiese sido distinto. Nadie expulsa al primo del presidente —bromea Willy Galdos Frías—. Fíjate que hasta compartimos el apellido materno”, dice sonriente. Luego suelta una carcajada.
El año que lo expulsaron gobernaba Luis Herrera Campins (1981).
Aquella vez, Willy Galdos había viajado a Venezuela con una visa de turista y gracias a un golpe de suerte consiguió empleo como caricaturista del diario El Universal e ilustrador en una fábrica de calcomanías. Solicitó permiso para trabajar formalmente. Se lo denegaron. Vivió de clandestino durante un año, escondido en la factoría que lo adoptó como inquilino. Hasta que un día fue descubierto por la policía. No era un final alegre para un tipo que suele reírse todo el tiempo.
—Ganaba seis veces más de lo que me pagaban aquí como profesor, asegura ahora, treinta años después.
Su suerte estaba echada. El director de El
Universal abogó para que no lo proscriban y le regaló el boleto de avión de
regreso al Perú. Fue sentado en la aeronave, mientras surcaba el cielo de
regreso al terruño, que empezó a hilvanar la idea de crear un pasaporte
universal, que no haga distingos de países ni clases sociales. Ya instalado en
Arequipa hizo varios intentos por darle forma a su proyecto. Al principio
confeccionó unos salvoconductos artesanales que llevó al Cusco en un viaje con
sus alumnos de secundaria. Allí los regaló a las autoridades.
Y así, durante un año, se fue corriendo la voz sobre la existencia de un pasaporte arequipeño que circulaba subrepticiamente. Estaba en boca de todos. La leyenda crecía a la par del número de personas que se arrogaban la paternidad del documento. La empresa Gloria los distribuyó por primera vez entre los asistentes de la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE 1982).
—Le comenté la idea del pasaporte a un funcionario de la compañía lechera para ver si me auspiciaban la impresión y meses después me di con la sorpresa que lo estaban distribuyendo en CADE. No tuvieron mala fe, pero inmediatamente hice los trámites para patentar mi creación. No fue difícil demostrar la autoría— comenta.
Pero no basta un pasaporte para una tierra que pregona autosuficiencia. Sin una moneda no podría tener una auténtica independencia.
Galdos supo interpretar ese deseo, que es más bien una añoranza, y creó ambas cosas con acertada sensibilidad. Aunque no tengan ningún valor legal, el Pasaporte Diplomático de la República Independiente de Arequipa y el Characato de Oro, son ahora ingredientes importantes de la identidad del arequipeño. Porque hubo una vez que ese caro anhelo se materializó y la Ciudad Blanca se convirtió en la capital del Perú, expidió pasaportes oficiales, y alentó la idea de acuñar monedas propias. Fue durante la guerra con Chile.
—Había confiado a un amigo, nuevamente, la idea de fabricar unas monedas. Resulta que un día me dijeron que unos charlatanes andaban diciendo en la radio que habían creado el Characato de Oro. Me querían madrugar — rememora Galdos.
—¿Cómo le diste la vuelta al pastel?— le pregunto
—En ese entonces el jefe de Redacción del diario Correo era Eduardo Ugarte. Le comenté que había gente que me quería anticipar en lo de las monedas. Al día siguiente en la portada del periódico sacamos un titular que decía “Arequipa tiene su propia moneda”, y en una página interior se hizo un relato de mi nueva creación—.
Esa misma mañana, Willy Galdos recibió en su casa una orden para comparecer ante el representante del Banco Central de Reserva del Perú (BCR). Un patrullero de la Policía Nacional lo esperaba afuera. “Es un asunto delicado y urgente”, le dijeron los mensajeros. Galdos se enfundó en uno de sus sacos de gabardina y subió al vehículo. Estaba asustado.
Arequipa fue la capital del país durante la Guerra del Pacífico. Lima había sido ocupada por los chilenos en 1881 y se promovió una Junta de Notables que el 22 de febrero de ese año eligió como presidente del Perú al arequipeño Francisco García Calderón, desconociendo como jefe supremo a otro mistiano, a “El Califa” Nicolás de Piérola. Pero García Calderón no se puso al servicio de los intereses chilenos, como estos esperaban, y al convertirse en un obstáculo lo apresaron y lo enviaron a Santiago como prisionero.
Antes de caer cautivo, reunió una Junta Patriótica que nombró vicepresidente al piurano Lizardo Montero Flores, quien se convirtió en presidente provisorio. Estando Lima en manos enemigas, el 31 de agosto de 1882 Montero se instaló en la Ciudad Blanca.
“De la noche a la mañana Arequipa se convirtió en la Capital del Perú: con presidente y escolta en palacio, con ministros y secretarios en sus despachos, con el alto mando militar en sus cuarteles. Un viejo y reiterado sueño se transformaba en realidad, aunque con visos de sainete y de tragedia”, cuenta Máximo Neira Avendaño en su libro Historia General de Arequipa.
—Fue en esas circunstancias que se dispuso que todo aquel que quería salir de la ciudad tenía que obtener un pasaporte— explica Galdos, quien conoce bastante bien ese episodio de la historia arequipeña.
Efectivamente, el 9 de setiembre de 1882, el Ministerio de Gobierno, Policía y Obras Públicas dispuso que toda persona con “necesidad de ausentarse de esta capital, con dirección a territorio ocupado por el enemigo” tenía la obligación de sacar un pasaporte que entonces costaba 3 soles con 60 centavos. Durante los 14 meses que Arequipa fue capital del Perú se expidieron 107 pasaportes, principalmente a extranjeros.
Un siglo después, Willy Galdos empezó a imprimir pasaportes apócrifos para regalar a sus amistades. Los primeros fueron de pésima calidad, en linotipo. Después los fue perfeccionando en offset. Ahora tienen tapas de cartulina color vino con letras doradas y en la primera página interior la firma del “Jefe de Migraciones”, José Galdos Frías, quien se autodenomina Cónsul General de Arequipa y se precia de que sus inventos hayan ido a parar a manos de personalidades como los presidentes Fernando Belaúnde y Alan García, de Mario Vargas Llosa, y hasta del papa Juan Pablo II.
—Uno de los recuerdos más agradables fue cuando llegó el papa en 1985 y pidió disculpas públicamente por haber entrado a la ciudad como indocumentado. Ahí le regalaron el Pasaporte de Arequipa— dice.
Con el paso de los años, al Pasaporte y Characato de Oro, Galdos sumó los billetes mistianos, que tienen impresos los rostros de arequipeños ilustres como Mariano Melgar, Víctor Andrés Belaunde, y Francisco Mostajo. Con la modernidad no podía faltar una tarjeta de crédito que acepten en todos lados: el Characato Card. Estos souvenirs se venden en las tiendas del Centro Histórico de Arequipa, y los alcaldes suelen entregarlos a sus más distinguidos invitados. “No llueve, pero gotea”, le respondió Willy Galdos a un periodista que indagaba sobre los ingresos que le reportaban sus artesanías.
Su mirada es serena, pero conserva la picardía de sus mejores años. Fue siempre hiperactivo, multifacético, un mil oficios. Siempre que puede presume que el Pasaporte de Arequipa está en los mejores museos del mundo, como el Louvre en Francia, y Del Prado en España. Lo que dice es cierto, aunque esa verdad tiene trampa.
—Bueno, la verdad es que yo llevé esos ejemplares y los dejé abandonados, escondidos en esos museos. Nadie los mira, pero técnicamente están ahí, esa es la idea— confiesa.
Hace unas semanas ha regresado de Australia. Siguiendo esa tradición personal dejó sus pasaportes en lugares representativos como el Opera House y el Harbour Bridge, soldados con pegamento.
Luego comenta que cuando construían el estadio monumental de la Unsa, colocó un Characato de Oro y un Pasaporte en la mezcla de cemento. Mientras refaccionaban la torre de la Catedral de Arequipa, que cayó en el terremoto de 2001, depositó sus artesanías en una de las uniones de sillar. “Ya son parte de la historia. Si no fuese porque me expulsaron de Venezuela, quizá nunca se me hubiese ocurrido crear un pasaporte”.
Es viernes por la mañana y la conversación esta vez tiene como escenario su tienda de souvenirs en las galerías Gamesa, donde se ha puesto a recordar el día que fue convocado por la autoridad del BCR para aclarar la noticia sobre la moneda mistiana.
Desde temprano lo llamaron de distintas partes para preguntarle qué planeaba, si urdía algún plan separatista, o si pensaba que después de todo la ciudad del Misti podía convertirse en una República Independiente. Comprendió que estaba en falta y ensayaba mil excusas para evitar el inminente encarcelamiento. “Te van a procesar por delito financiero”, le adelantaron los policías. Al llegar a la sede del banco en la calle La Merced, el rostro se le desencajó al enfrentar a la autoridad que desde su escritorio impostaba un gesto de dureza e indiferencia.
“Me preguntó si sabía que había violado la ley. Estaba resignado al castigo. Pero de pronto me estrechó la mano y me felicitó por la iniciativa. Me dijo que su sede central en Lima quería cien monedas esa misma tarde. Fue mi primera venta.
Y así, durante un año, se fue corriendo la voz sobre la existencia de un pasaporte arequipeño que circulaba subrepticiamente. Estaba en boca de todos. La leyenda crecía a la par del número de personas que se arrogaban la paternidad del documento. La empresa Gloria los distribuyó por primera vez entre los asistentes de la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE 1982).
—Le comenté la idea del pasaporte a un funcionario de la compañía lechera para ver si me auspiciaban la impresión y meses después me di con la sorpresa que lo estaban distribuyendo en CADE. No tuvieron mala fe, pero inmediatamente hice los trámites para patentar mi creación. No fue difícil demostrar la autoría— comenta.
Pero no basta un pasaporte para una tierra que pregona autosuficiencia. Sin una moneda no podría tener una auténtica independencia.
Galdos supo interpretar ese deseo, que es más bien una añoranza, y creó ambas cosas con acertada sensibilidad. Aunque no tengan ningún valor legal, el Pasaporte Diplomático de la República Independiente de Arequipa y el Characato de Oro, son ahora ingredientes importantes de la identidad del arequipeño. Porque hubo una vez que ese caro anhelo se materializó y la Ciudad Blanca se convirtió en la capital del Perú, expidió pasaportes oficiales, y alentó la idea de acuñar monedas propias. Fue durante la guerra con Chile.
—Había confiado a un amigo, nuevamente, la idea de fabricar unas monedas. Resulta que un día me dijeron que unos charlatanes andaban diciendo en la radio que habían creado el Characato de Oro. Me querían madrugar — rememora Galdos.
—¿Cómo le diste la vuelta al pastel?— le pregunto
—En ese entonces el jefe de Redacción del diario Correo era Eduardo Ugarte. Le comenté que había gente que me quería anticipar en lo de las monedas. Al día siguiente en la portada del periódico sacamos un titular que decía “Arequipa tiene su propia moneda”, y en una página interior se hizo un relato de mi nueva creación—.
Esa misma mañana, Willy Galdos recibió en su casa una orden para comparecer ante el representante del Banco Central de Reserva del Perú (BCR). Un patrullero de la Policía Nacional lo esperaba afuera. “Es un asunto delicado y urgente”, le dijeron los mensajeros. Galdos se enfundó en uno de sus sacos de gabardina y subió al vehículo. Estaba asustado.
Arequipa fue la capital del país durante la Guerra del Pacífico. Lima había sido ocupada por los chilenos en 1881 y se promovió una Junta de Notables que el 22 de febrero de ese año eligió como presidente del Perú al arequipeño Francisco García Calderón, desconociendo como jefe supremo a otro mistiano, a “El Califa” Nicolás de Piérola. Pero García Calderón no se puso al servicio de los intereses chilenos, como estos esperaban, y al convertirse en un obstáculo lo apresaron y lo enviaron a Santiago como prisionero.
Antes de caer cautivo, reunió una Junta Patriótica que nombró vicepresidente al piurano Lizardo Montero Flores, quien se convirtió en presidente provisorio. Estando Lima en manos enemigas, el 31 de agosto de 1882 Montero se instaló en la Ciudad Blanca.
“De la noche a la mañana Arequipa se convirtió en la Capital del Perú: con presidente y escolta en palacio, con ministros y secretarios en sus despachos, con el alto mando militar en sus cuarteles. Un viejo y reiterado sueño se transformaba en realidad, aunque con visos de sainete y de tragedia”, cuenta Máximo Neira Avendaño en su libro Historia General de Arequipa.
—Fue en esas circunstancias que se dispuso que todo aquel que quería salir de la ciudad tenía que obtener un pasaporte— explica Galdos, quien conoce bastante bien ese episodio de la historia arequipeña.
Efectivamente, el 9 de setiembre de 1882, el Ministerio de Gobierno, Policía y Obras Públicas dispuso que toda persona con “necesidad de ausentarse de esta capital, con dirección a territorio ocupado por el enemigo” tenía la obligación de sacar un pasaporte que entonces costaba 3 soles con 60 centavos. Durante los 14 meses que Arequipa fue capital del Perú se expidieron 107 pasaportes, principalmente a extranjeros.
Un siglo después, Willy Galdos empezó a imprimir pasaportes apócrifos para regalar a sus amistades. Los primeros fueron de pésima calidad, en linotipo. Después los fue perfeccionando en offset. Ahora tienen tapas de cartulina color vino con letras doradas y en la primera página interior la firma del “Jefe de Migraciones”, José Galdos Frías, quien se autodenomina Cónsul General de Arequipa y se precia de que sus inventos hayan ido a parar a manos de personalidades como los presidentes Fernando Belaúnde y Alan García, de Mario Vargas Llosa, y hasta del papa Juan Pablo II.
—Uno de los recuerdos más agradables fue cuando llegó el papa en 1985 y pidió disculpas públicamente por haber entrado a la ciudad como indocumentado. Ahí le regalaron el Pasaporte de Arequipa— dice.
Con el paso de los años, al Pasaporte y Characato de Oro, Galdos sumó los billetes mistianos, que tienen impresos los rostros de arequipeños ilustres como Mariano Melgar, Víctor Andrés Belaunde, y Francisco Mostajo. Con la modernidad no podía faltar una tarjeta de crédito que acepten en todos lados: el Characato Card. Estos souvenirs se venden en las tiendas del Centro Histórico de Arequipa, y los alcaldes suelen entregarlos a sus más distinguidos invitados. “No llueve, pero gotea”, le respondió Willy Galdos a un periodista que indagaba sobre los ingresos que le reportaban sus artesanías.
Su mirada es serena, pero conserva la picardía de sus mejores años. Fue siempre hiperactivo, multifacético, un mil oficios. Siempre que puede presume que el Pasaporte de Arequipa está en los mejores museos del mundo, como el Louvre en Francia, y Del Prado en España. Lo que dice es cierto, aunque esa verdad tiene trampa.
—Bueno, la verdad es que yo llevé esos ejemplares y los dejé abandonados, escondidos en esos museos. Nadie los mira, pero técnicamente están ahí, esa es la idea— confiesa.
Hace unas semanas ha regresado de Australia. Siguiendo esa tradición personal dejó sus pasaportes en lugares representativos como el Opera House y el Harbour Bridge, soldados con pegamento.
Luego comenta que cuando construían el estadio monumental de la Unsa, colocó un Characato de Oro y un Pasaporte en la mezcla de cemento. Mientras refaccionaban la torre de la Catedral de Arequipa, que cayó en el terremoto de 2001, depositó sus artesanías en una de las uniones de sillar. “Ya son parte de la historia. Si no fuese porque me expulsaron de Venezuela, quizá nunca se me hubiese ocurrido crear un pasaporte”.
Es viernes por la mañana y la conversación esta vez tiene como escenario su tienda de souvenirs en las galerías Gamesa, donde se ha puesto a recordar el día que fue convocado por la autoridad del BCR para aclarar la noticia sobre la moneda mistiana.
Desde temprano lo llamaron de distintas partes para preguntarle qué planeaba, si urdía algún plan separatista, o si pensaba que después de todo la ciudad del Misti podía convertirse en una República Independiente. Comprendió que estaba en falta y ensayaba mil excusas para evitar el inminente encarcelamiento. “Te van a procesar por delito financiero”, le adelantaron los policías. Al llegar a la sede del banco en la calle La Merced, el rostro se le desencajó al enfrentar a la autoridad que desde su escritorio impostaba un gesto de dureza e indiferencia.
“Me preguntó si sabía que había violado la ley. Estaba resignado al castigo. Pero de pronto me estrechó la mano y me felicitó por la iniciativa. Me dijo que su sede central en Lima quería cien monedas esa misma tarde. Fue mi primera venta.
Se desempeñó como profesor de educación
artística y educación física. Jugó en la Primera División del fútbol peruano
por el club White Star.
Estudió Derecho, fue comentarista deportivo, anunciador oficial de los eventos en el Coliseo Municipal, locutor de las radios Landa y El Tiempo, caricaturista de La Crónica, y trabajó en los diarios El Pueblo, Correo y Eco.
lFundó las revistas El Alfeñique y El Cocacho. Está casado y tiene dos hijas.
Estudió Derecho, fue comentarista deportivo, anunciador oficial de los eventos en el Coliseo Municipal, locutor de las radios Landa y El Tiempo, caricaturista de La Crónica, y trabajó en los diarios El Pueblo, Correo y Eco.
lFundó las revistas El Alfeñique y El Cocacho. Está casado y tiene dos hijas.
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