miércoles, 24 de junio de 2015

PILTRAFAS, UNA JOYA LITERARIA

En mi último viaje a Lima, una mañana de verano, llegó muy temprano a casa mi amigo el anticuario Palomino, quien me traía, un libro pequeño, una verdadera joya literaria, escrita por Luis Aurelio Loayza, (1874-1952). En 1910, escribe “Piltrafas : cosas de mi tierra”, son coplas y romances sobre costumbres limeñas. Es autor de la novela “Una piel de serpiente”, en la que encara la falta de solidaridad entre los luchadores sindicales y los estudiantes universitarios. En 1974, Mosca Azul edita “El sol de Lima”.
Luis Aurelio Loayza fue predominantemente intuitivo, así también podemos citar a Clemente Palma, Angélica Palma, Florentino Al corta, Julio C. Tello y Hermilio Valdizán, ninguno de ellos compatible con nadie; dueños de su propio destino; entregados a labrar su propia obra. “Parece como que los miembros de los grupos modernistas hubiesen sentido juntos mayor soledad que los propios solitarios”.
La reliquia titulada “Piltrafas”, fue editada en Lima. El prólogo del mismo está escrito por Abelardo Gamarra Rondó,  apodado “El Tunante”, quien había nacido en Huamachuco, el 31 de agosto de 1857 y murió en Lima, el 9 de julio de 1924. También fue periodista, político y compositor.
Fue llamado por Ciro Alegría «el escritor del pueblo»  y «el escritor que con más pureza traduce y expresa a las provincias» por José Carlos Mariátegui. El 8 de marzo de 1879, Gamarra bautizó al baile nacional peruano como «marinera».
Volviendo al prólogo del libro, “el Tunante”, escribe: “Lo peculiar de un país, sentido y expresado con Arte”.
Mientras esa peculiaridad sea más característica, y mientras mejor sentida y mejor expresada sea su forma artística, más importante, será la obra que se realice, y mucho más artística su autor.
“De aquí se deduce que cada país tiene su criollismo, como tiene su vida y su fisonomía propia”.
Algunos creen que sólo lo vulgar es criollo, sin comprender que hay géneros criollos y que uno de esos géneros es lo vulgar, siempre que se presente con Arte.
Criollos han sido en la pintura, Pancho Fierro, el pintor más genial. En música, Melgar, padre de los yaravíes y letras suyas; de su guitarra y de su lira, que pulsaba a dúo.
En la comedia, Segura, el genial e incomparable.
“todo eso es desdeñado; pero que hagan la prueba de pintar como Pancho Fierro; de componer como Melgar y de hacer un “guasaquió” como don Manuel Asencio Segura, para lo que vean  lo que es cajeta”.
“Para ser gracioso decía Campoamor, se necesita más que para ser sabio, porque se necesita sabiduría y gracia…”.
La llamada gracia limeña ha sido como el alma del criollismo en la Capital: ha significado un don; un algo metido entre la calavera de hombres y mujeres de “aquesta” tierra, que a manera de chispa eléctrica, hiriendo en el blanco, le ha dado a la palabra o al pincel aquel no se que constitutivo de la difícil facilidad de Moratín.
Sigue diciendo Abelardo Gamarra “El Tunante”: De esa cuerda también fue el hermano mayor de Loayza: Jorge M. Loayza, criollo a las derechas, limeño de lo fino, con más facundia y sal de todo el estanco contemporáneo”.
“todos esos talentos; todas esas glorias, si hubieran podido desenvolverse en otro medio y con otros recursos, habrían producido obras y trabajos de aliento…”.
El patriarca del criollismo en el Perú, aunque no lo parezca, es don Ricardo Palma, que nos ha pintado toda la época colonial, en anécdotas e historietas, si bien vaciadas en el exquisito  molde del castellano de verdad, no por eso sin la “quimba” y el dicharachero, el modismo y demás “cumbiangas” de la lengua criolla. Vive y gusta por la gracia limeña, la finura y el desparpajo retozón, picaresco y de ribete liberal, que liberales  han sido, pese a quien pese, todos los escritores criollos , desde el patriarcas a Loayza, y allí está para prueba , la composición intencionada de este libro: “Ceniza”.
“No podemos dejar de mencionar, en este rápido recuerdo de nuestros escritores nacionales criollos, al “Murciélago”, Doctor Manuel Atanasio Fuentes, nuestro Voltaire peruano, tan fecundo como de tan variado talento, y un hombre docto en la extensión de la palabra; prosador y poeta de lo más correcto y elegante…”.
Fuentes fue un literato en forma y un escritor completo, ameno y profundo, correcto y muy variado.
Otro escritor criollo, que trabajo con arte, fue “El chico Terecio”, Pedro Antonio Varela; sus “Ocios del cronista” registran numerosos artículos de costumbres muy bien pintadas, y en su Teatro Microscópico” tiene poesías de inmejorable sabor criollo.
Pedro Antonio Varela  era un escritor muy cuidadoso de la forma y que conocía bien el manejo de la lengua.       
Astete fue un aerolito que apareció y desapareció en el cielo del criollismo, en buena prosa, como “Modesto”, el doctor Pasapera, hizo felices intentonas en el género.
“Así se ha caminado, cayendo y levantando: la literatura criolla, como la cocina criolla, ha ido desapareciendo sin florecimiento…”.
“Piltrafas” es un libro sin pretensiones, como que Loayza  es muy modesto; Piltrafas” tiene gracia limeña, que es lo que más importa, y aunque se resiente en la forma de no pocos descuidos; eso de la forma se corrije: lo que importa es la vena y eso le sobra a Loayza; le aplaudimos y lo felicitamos; es el número de los pocos y a fin de que las críticas que le salgan al encuentro no le disgusten : Traga la critica cual si fuera un remedio para preservarte del orgullo, para inmunizarte contra el veneno, que también se infiltrará en tu sangre de las alabanzas desmedidas de la ignorancia, del cariño, de la cortesía y del interés: acostúmbrate, acostúmbrate a tragar los sapos, hijo mío”.
“A cada crítica dura, nuestra primera pregunta no debe ser: ¿Qué tiene éste contra nosotros?; sino “¿tiene razón o no?”. Si la conciencia responde: “Tiene razón”, inclinemos la cabeza. Si nos contesta que no tiene razón, pensemos que las críticas injustas  son el necesario contrapeso a las muchas alabanzas que nuestra  misma conciencia rechazó, pero que halagaron a nuestro orgullo”.

“Si bien dijo el gran poeta: que la única manera de no sufrir por la crítica, es la de no tener uno idea muy elevada de sí mismo; que siempre es saludable tener idea de no valer mucho en propio concepto. Ir vestidos de blanco por un camino lleno de barro y pretender salir de él con la ropa limpia: pasearse desnudo por el bosque y pretender no herirse ni rasguñarse, es una extraña pretensión”.      

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