En mi último
viaje a Lima, una mañana de verano, llegó muy temprano a casa mi amigo el
anticuario Palomino, quien me traía, un libro pequeño, una verdadera joya
literaria, escrita por Luis Aurelio Loayza, (1874-1952). En 1910, escribe “Piltrafas
: cosas de mi tierra”, son coplas y romances sobre costumbres limeñas. Es autor
de la novela “Una piel de serpiente”, en la que encara la falta de solidaridad
entre los luchadores sindicales y los estudiantes universitarios. En 1974,
Mosca Azul edita “El sol de Lima”.
Luis Aurelio Loayza fue
predominantemente intuitivo, así también podemos citar a Clemente Palma,
Angélica Palma, Florentino Al corta, Julio C. Tello y Hermilio Valdizán,
ninguno de ellos compatible con nadie; dueños de su propio destino; entregados
a labrar su propia obra. “Parece como que los miembros de los grupos
modernistas hubiesen sentido juntos mayor soledad que los propios solitarios”.
La reliquia titulada
“Piltrafas”, fue editada en Lima. El prólogo del mismo está escrito por
Abelardo Gamarra Rondó, apodado “El
Tunante”, quien había nacido en Huamachuco, el 31 de agosto de 1857 y murió en
Lima, el 9 de julio de 1924. También fue periodista, político y compositor.
Fue llamado por Ciro Alegría «el escritor del pueblo» y
«el escritor que con más pureza traduce y expresa a las provincias» por José
Carlos Mariátegui. El 8 de marzo de 1879, Gamarra bautizó al baile nacional
peruano como «marinera».
Volviendo al prólogo del libro, “el Tunante”, escribe:
“Lo peculiar de un país, sentido y expresado con Arte”.
Mientras esa peculiaridad sea más característica, y
mientras mejor sentida y mejor expresada sea su forma artística, más
importante, será la obra que se realice, y mucho más artística su autor.
“De aquí se deduce que cada país tiene su criollismo,
como tiene su vida y su fisonomía propia”.
Algunos creen que sólo lo vulgar es criollo, sin
comprender que hay géneros criollos y que uno de esos géneros es lo vulgar,
siempre que se presente con Arte.
Criollos han sido en la pintura, Pancho Fierro, el
pintor más genial. En música, Melgar, padre de los yaravíes y letras suyas; de
su guitarra y de su lira, que pulsaba a dúo.
En la comedia, Segura, el genial e incomparable.
“todo eso es desdeñado; pero que hagan la prueba de
pintar como Pancho Fierro; de componer como Melgar y de hacer un “guasaquió”
como don Manuel Asencio Segura, para lo que vean lo que es cajeta”.
“Para ser gracioso decía Campoamor, se necesita más
que para ser sabio, porque se necesita sabiduría y gracia…”.
La llamada gracia limeña ha sido como el alma del
criollismo en la Capital: ha significado un don; un algo metido entre la
calavera de hombres y mujeres de “aquesta” tierra, que a manera de chispa eléctrica,
hiriendo en el blanco, le ha dado a la palabra o al pincel aquel no se que
constitutivo de la difícil facilidad de Moratín.
Sigue diciendo Abelardo Gamarra “El Tunante”: De esa
cuerda también fue el hermano mayor de Loayza: Jorge M. Loayza, criollo a las
derechas, limeño de lo fino, con más facundia y sal de todo el estanco contemporáneo”.
“todos esos talentos; todas esas glorias, si hubieran
podido desenvolverse en otro medio y con otros recursos, habrían producido
obras y trabajos de aliento…”.
El patriarca del criollismo en el Perú, aunque no lo
parezca, es don Ricardo Palma, que nos ha pintado toda la época colonial, en
anécdotas e historietas, si bien vaciadas en el exquisito molde del castellano de verdad, no por eso
sin la “quimba” y el dicharachero, el modismo y demás “cumbiangas” de la lengua
criolla. Vive y gusta por la gracia limeña, la finura y el desparpajo retozón,
picaresco y de ribete liberal, que liberales
han sido, pese a quien pese, todos los escritores criollos , desde el patriarcas
a Loayza, y allí está para prueba , la composición intencionada de este libro: “Ceniza”.
“No podemos dejar de mencionar, en este rápido recuerdo
de nuestros escritores nacionales criollos, al “Murciélago”, Doctor Manuel
Atanasio Fuentes, nuestro Voltaire peruano, tan fecundo como de tan variado
talento, y un hombre docto en la extensión de la palabra; prosador y poeta de
lo más correcto y elegante…”.
Fuentes fue un literato en forma y un escritor
completo, ameno y profundo, correcto y muy variado.
Otro escritor criollo, que trabajo con arte, fue “El
chico Terecio”, Pedro Antonio Varela; sus “Ocios del cronista” registran numerosos
artículos de costumbres muy bien pintadas, y en su Teatro Microscópico” tiene poesías
de inmejorable sabor criollo.
Pedro Antonio Varela
era un escritor muy cuidadoso de la forma y que conocía bien el manejo de
la lengua.
Astete fue un aerolito que apareció y desapareció en
el cielo del criollismo, en buena prosa, como “Modesto”, el doctor Pasapera,
hizo felices intentonas en el género.
“Así se ha caminado, cayendo y levantando: la
literatura criolla, como la cocina criolla, ha ido desapareciendo sin
florecimiento…”.
“Piltrafas” es un libro sin pretensiones, como que
Loayza es muy modesto; Piltrafas” tiene
gracia limeña, que es lo que más importa, y aunque se resiente en la forma de
no pocos descuidos; eso de la forma se corrije: lo que importa es la vena y eso
le sobra a Loayza; le aplaudimos y lo felicitamos; es el número de los pocos y
a fin de que las críticas que le salgan al encuentro no le disgusten : Traga la
critica cual si fuera un remedio para preservarte del orgullo, para inmunizarte
contra el veneno, que también se infiltrará en tu sangre de las alabanzas
desmedidas de la ignorancia, del cariño, de la cortesía y del interés: acostúmbrate,
acostúmbrate a tragar los sapos, hijo mío”.
“A cada crítica dura, nuestra primera pregunta no debe
ser: ¿Qué tiene éste contra nosotros?; sino “¿tiene razón o no?”. Si la
conciencia responde: “Tiene razón”, inclinemos la cabeza. Si nos contesta que
no tiene razón, pensemos que las críticas injustas son el necesario contrapeso a las muchas
alabanzas que nuestra misma conciencia
rechazó, pero que halagaron a nuestro orgullo”.
“Si bien dijo el gran poeta: que la única manera de no
sufrir por la crítica, es la de no tener uno idea muy elevada de sí mismo; que
siempre es saludable tener idea de no valer mucho en propio concepto. Ir
vestidos de blanco por un camino lleno de barro y pretender salir de él con la
ropa limpia: pasearse desnudo por el bosque y pretender no herirse ni
rasguñarse, es una extraña pretensión”.
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