Siempre que puedo, cuando vuelvo a Lima, me
reúno con mis antiguos compañeros de estudios. Esta vez, decidimos visitar
nuestro ya vetusto colegio en la avenida Arica. ¡Cuantos recuerdos hay entre
sus paredes y en sus patios para nosotros ya casi olvidados!. Es como abrir una
caja china; pues los recuerdos suscitan más y más recuerdos, casi sin poder evitarlo.
En la visita que hicimos, esta vez, el
colegio nos resultó un tanto diferente y lejano; seguramente por los años de
ausencia que habían pasado. Cuando llegamos al viejo portón de entrada al
patio, el portero nos indico que dejáramos el carro al fondo, en las antiguas
cocheras donde se guardaban nuestras góndolas; al llegar, nos dimos cuenta de
que allí faltaba algo... Todo, aquello, ya no estaba como en nuestro tiempo en
que estudiábamos. Ya no existía el foso donde el “loco” Elías, -que era “chofer mecánico”-, arreglaba los ómnibus; tampoco estaban aquel caño con su manguera
muy larga, para lavarlos y tenerlos brillantes, antes de salir a hacer su
recorrido.
¡Cuantos recuerdos se nos agolparon, de
repente, en nuestras mentes!. ¡Eran como notas dormidas que despertaban, de
pronto, después de un largo sueño!. También se nos vino a la memoria la figura
del Hno. Hipólito Bartolomé, dando vueltas entre los ómnibus a los cuales
mimaba como si fueran sus hijos; y nos lo imaginamos, por un momento, dando
instrucciones a los chóferes antes de salir a recoger o dejar a los alumnos.
Esa gran flota de ómnibus GMC que teníamos en
el colegio, que por aquellos tiempos, era una de las mejores de Lima, ya no
existe. Le seguían por este orden, los ómnibus de la Inmaculada y la Recoleta. Y creo que
entre los autobuses de mujeres eran, San José de Cluny, Belén y Santa Ursula.
Todos los ómnibus llevaban a los costados el nombre o logotipo del Colegio.
Ahora los tiempos han cambiado, ¡que es una barbaridad!. La mayoría de los
alumnos va por su cuenta, por lo que ya no es necesario tener “las góndolas”
para recoger a los alumnos en sus casas a lo largo y ancho de la gran Lima como
en aquellos años.
Desde hace años, los colegios tienen horarios
corridos, porque por las tardes no hay clases. Si se tuviera que ir al colegio
mañana y tarde, como cuando estudiábamos nosotros por aquellos años, ¿cómo se
hubieran arreglado los chóferes de nuestras góndolas para llegar al colegio, a
la hora?, Ya que el trafico de esta gran ciudad – que se ha cuadruplicado- es
un verdadero caos; ahora, que, para ir al centro de Lima, nos podemos demorar
casi media mañana; y atravesar la gran ciudad, de punta a punta, nos puede
exigir varias horas.
En nuestro colegio, siempre se le llamó al
ómnibus, “la góndola”; y no era porque anduviera por el agua como en Venecia,
la ciudad donde las calles son canales. Otra de las acepciones que indica el
diccionario de la Real
Academia , sobre
góndola es: “semirremolque de plataforma sin paredes laterales destinado
al transporte de cargas pesadas, de unos 25 a 60 toneladas”. Me imagino que cuando
llegaron los primeros hermanos al Perú a fundar lo que sería nuestro querido
Colegio de La Salle , al encontrarse en Lima, siempre había una
fina garúa; seguramente fue cuando ellos bautizaron a los ómnibus con el nombre
de “la góndola”.
En esta Lima del siglo XXI, -la capital
mundial de la desesperanza-, en nuestro recorrido por las estrechas calles de la Lima cuadrada, se observa el
caótico ir y venir, a grandes velocidades, de los micros que se pelean por
llegar los primeros a la parada para atrapar a sus pasajeros, quienes se
apelotonan, apurados, en los paraderos para tomar su carro. Los chóferes del
Perú son admirados en cualquier parte del mundo. En la capital, se encuentran
los mejores chóferes del mundo y los taxistas más cultos. Por la gran habilidad
necesaria para que el chofer pueda salir ileso del peligrosísimo tránsito de
Lima...por la enorme cantidad de profesionales que se ven obligados a hacer
taxi a causa de la gran desocupación que sufre el país.
Es necesario saber que en el antiguo
Virreinato del Perú, no se tienen en cuenta las leyes del tránsito. Aunque está
bien claro que esas normas son internacionales, solamente se tiene en cuenta la
ley de la luz verde o roja del semáforo; ya que desde hace muchos años, la
amarilla o ambar, fueron declaradas inútiles; y en muchos casos, la luz roja,
ni se respeta.
Las líneas blancas o pasos de cebra de las
calles, no tienen ningún motivo de ser, porque, ni los peatones ni los mismos
policías de tránsito las respetan. Las intersecciones o cruces de las calles,
salvo las más importantes, carecen de semáforos. Es en esos cruces, donde se
demuestra la valentía, la capacidad y la sagacidad del que conduce. El que se
mete primero, por la razón de la fuerza, es quien se otorga el derecho de
pasar. Esta demás decir que en mi país, no se utilizan las luces direccionales
de virar a la derecha o a la izquierda; sólo, como antiguamente; se saca la
mano para advertir a los otros conductores que se va ha hacer la maniobra.
La sagacidad sirve para conducir siempre a la
defensiva, esperando ser víctima de alguna heroicidad en la que el infractor
siempre tendrá la razón; ya que todos suelen otorgarse el derecho a la
preferencia.
En este enmarañado tránsito, todo se resuelve con bruscas aceleradas y frenazos,
a la derecha o a la izquierda, con adelantamientos mediante la invasión a la
vereda destinada al peatón, con sacadas de mano brazo y con
recriminaciones o insultos de todo tipo.
En todo momento debe de ir pensando, y muy atento, en lo que va ha hacer el que
va manejando delante o al costado.
Para poder sobrevivir, quien conduzca un
vehículo en el intrincado, caótico y peligroso tránsito de la capital del Perú,
es necesario que sea un maestro en el dominio del volante, y que tenga un total
dominio del sistema nervioso; y que sea verdaderamente audaz y sagaz. En una palabra, hay que tener
nervios de acero para poder conducir por las intrincadas calles de la capital
peruana.
El caos del tránsito urbano de Lima, lo
causan, no solamente los vehículos sino los peatones con quienes comparten esa responsabilidad;
cruzan las calles en todas direcciones; pues en mi querido país, no se ha
podido enseñar al peatón a que pase por las líneas de cebra, o a que sepa respetar
los semáforos. No existe sanción de ningún tipo para quien lo hace. Las
consecuencias de este caos, son alarmantes: un promedio de ochenta y cinco
accidentes diarios con seis muertos; lo que ocasiona más desaparecidos que el
terrorismo, en el mismo período de tiempo.
Siguiendo la costumbre de nuestros antiguos
compañeros, nosotros le seguimos llamando “la góndola”. ¡Cuántos recuerdos tenemos de ellas!:
¡hacíamos cuatro viajes al día!. Nos recogía por la mañana, muy temprano, para
llegar al colegio aproximadamente a las 8.10
y entrar a las 8.30, cuando nuestra fiel campana nos avisaba que
teníamos que comenzar la ardua tarea de estudiar. Por la tarde, se hacía la
misma operación, para entrar a las 2.30 y retornar a nuestras casas después de
las 5.30, hasta el día siguiente, en que se volvía a repetir la monotonía de
todos los días, durante los nueve meses que duraban nuestro año lectivo.
Al terminar las clases, tanto a la salida de
la mañana como de la tarde, teníamos que formar en el patio y escuchar las
indicaciones del Hermano Prefecto, quien, desde “la Chulpa ”, observaba todos
las evoluciones de las filas de los distintos cursos de la secundaria. Los
alumnos de primaria, casi siempre, iban directamente a la góndola, así como los
alumnos exonerados de formar.
A una señal del Hno. Prefecto, se rompían las
filas, y cada uno se dirigía a formar frente a su góndola que se encontraba
estacionada en uno de los costados del patio central, lista para salir a dejar a los alumnos en los
diferentes distritos, Magdalena, Miraflores, Orrantia, Barranco, La Victoria , el del Centro;
y así, hasta catorce destinos. Que formaban la Lima Ciudad Jardín de
aquellos tiempos, que albergaba , cómodamente su medio millón de habitantes,
pero que no puede hacer otro tanto actualmente con los diez millones que desbordan
los cuarenta y tres distritos actuales.
Las góndolas salían por la avenida Arica
hasta la Plaza
Bolognesi , para doblar por Guzmán Blanco; pasábamos frente al
Long Tenis; y, desde allí, los ómnibus tomaban su recorrido habitual a los
distintos distritos, para empezar a dejar a los compañeros en sus casas. Estos
paraderos eran planificados, previamente, para recoger en un solo sitio al
mayor número de alumnos que vivían por esa zona; se daba la casualidad de que,
en muchos paraderos, subían cinco o seis de la misma clase.
Cuando la góndola nos recogía para ir a las
clases de la tarde, algunos días calurosos, al pasar por alguna heladería, con
la complicidad del chofer, - y con el permiso del que nos cuidaba, que podía
ser un profesor civil o un hermano que también se solidarizaba rápidamente con
la causa- parábamos para avituallarnos
de helados de barquillo que eran deliciosos; incluyendo uno que solíamos
regalar al chofer. Los helados desaparecían de nuestras manos en un abrir y
cerrar de ojos. Todos los compañeros de la góndola éramos como una gran familia
muy bien avenida.
Por aquel entonces, en Lima habían pocas
heladerías: el ¡Oh que bueno!, el Tic Toc, El Tambo y algunas otras, que hacían
furor entre la gente joven que solía tomar sus helados por las tardes a la
salida del colegio. Recuerdo que, los
Domingos, nuestros padres nos llevaban a degustar esos helados. Cuando íbamos
en el ómnibus de calle, solíamos comprar helados en la heladería “Parisi” que estaba
a pocas cuadras del colegio, para que el
camino resultara más llevadero. Ahora, en este siglo XXI, hay heladerías en
casi todas las esquinas y son muy vistosas.
El autobús estaba dividido en dos: en la
parte delantera, iban los alumnos de primaria; y en la parte posterior, los
alumnos de secundaria o media. Casi siempre nos sentábamos los compañeros de
clase. Algunos estudiábamos, en el recorrido, la lección o el examen que nos
tomarían a lo largo del día; ese era el momento de mucha y verdadera
concentración. “Los que no habíamos terminado la tarea que había que
entregar a primera hora, durante el viaje, empleábamos el tiempo para
terminarla;
y en
las paradas del autobús, era cuando aprovechábamos para escribir y hacer mejor
la letra”.
Otros, los que iban más relajados, por tener clase de Educación Física o Pre
militar, se dedicaban a meter
“vicio”(alborotar); en cada autobús había verdaderos maestros o especialistas
en este arte.
Los mayores, que no tenían nada pendiente,
iban mirando por las ventanas. A largo de la ruta, había lindas chicas a las
que nosotros, los más grandes, ya teníamos localizadas. En mi góndola, “Chingolo” era el más pintón y “se las
llevaba a todas de calle”. Cuando pasábamos por donde había un grupo de chicas,
se producía un revuelo en la parte de atrás, con el clásico silvido. En esos
momentos, se producía el envío de mensajes a las chicas que también estaban en
sus paraderos esperando sus autobuses. Si, por casualidad, el alumno era visto
por el profesor arrojando el mensaje, era hombre muerto; y si la falta era más grave, se le enviaba o a
donde el Hno. Prefecto quien dictaría estricta sentencia del castigo, que casi
siempre consistía en quedarse después de clase, a la salida de la tarde.
Los más osados se atrevían a fumar, en el
último asiento, donde casi siempre iban los de quinto de media. Muchas veces
con una liga y un papel enrollado, se le tiraba a un compañero; había también el tiro con honda, cuyo experto
era el enano Zonta. Al recibir el impacto, dolía bastante. Este era uno de los juegos más castigados. Otra falta
de castigo, era el tirar los avioncitos de papel; y el jugar con la pelota que
llevaba el alumno de primaria dentro de su redecilla, el vivo de turno se la
quitaba y la comenzaba a pasar a los de atrás o de adelante, según estuviera ubicado.
Otra de las distracciones más comunes, era el esconder la maleta al compañero,
para que este anduviera buscándola por toda la góndola . Era entonces cuando el
profesor encargado imponía rápidamente el orden. En muchos casos, se bajaban a
los culpables del ómnibus, quienes irían, a pie, al colegio.
Cuando iba algún hermano en el ómnibus, había
un poco más de respeto; casi nadie se movía y tampoco se metía el
“vicio”(alborotar) como cuando cuidaba un profesor civil. “Si hablabas alto o
te reías, te llamaban la atención; y si reincidías, era cuando te imponían el
castigo. Lo ideal era que todos estuviéramos callados durante el viaje; pero
esto, nunca se conseguía”.
Cuando la góndola se malograba o sucedía
algún otro percance, todos los viajeros nos alegrábamos porque llegábamos tarde
al colegio; sobre todo, los que teníamos que dar algún examen o alguna lección
a primera hora de la mañana; aunque la lección nos la tomarían después, había
unas horas de tregua, porque había que
pactar cuándo nos tomarían de nuevo la lección.
Algunas veces, iba un hermano que te enseñaba
en clase; recuerdo que te llamaba a su lado y te iba tomando la lección. ¡
Quien no aprendió botánica con el querido Hno. Hilario!. Otro que nos enseñó
química, de esa manera, fue el Hno. Dionisio que nos obligaba a ir al colegio a
las 6.00 de la mañana a recitar las fórmulas de Química. En este caso, se tenía
uno que levantar a las 5.00; y los
sacrificados eran nuestros padres quienes, muchas veces, nos llevaban al colegio, porque era peligroso, a
esas horas. Cuando esto pasaba, los compañeros de “infortunio” que teníamos que
ir a la misma hora, nos poníamos de acuerdo para aprovechar un solo carro o
viaje. Era cuando dábamos el ultimo repaso y nos tomábamos las fórmulas que nos tocarían esa
mañana. Muchos aprendimos así química. Hace poco, me vino a visitar a Oviedo
nuestro antiguo profesor; y entre broma y broma, me las preguntó: yo todavía
las recordaba como hubiera sido ayer.
Algunas veces, al profesor encargado de
cuidarnos, también se le fastidiaba, poniéndole un “mote” o “apodos”, como
“Mun”, “Majablanquillo”, “diluirs” y tantos otros, que ahora se escapan de mi
memoria. Ellos casi nunca se enteraban del apodo con el que los bautizábamos.
Tampoco se libraban de su apodo los chóferes; así recuerdo a “Chapana”, “El
Gordo Pedro”, “El loco Elías” y tantos otros.
En una ocasión, cuando estaba en quinto de
media, una tarde, cuando íbamos en dirección al colegio, vi que mi hermano
Eloy se estaba peleando con su compañero
Vega. El “Gringo Gómez”, -secretario del colegio, que vivía por esa zona y
cuidaba de ese recorrido- quien tenía mucha rabia a mi hermano, mandó parar el
ómnibus y obligó a bajar a los dos que
se estaban peleando. Como yo estaba observando todo lo que estaba pasando, me
levanté rápidamente, cogí mis libros y le ordene al chofer que parara para
bajarme y acompañar a los culpables. Creo, que el “Gringo Gómez“ pretendía, que
mi hermano y su compañero llegaran tarde a clases. Al bajar del autobús, los
llamé, y los tres tomamos un taxi llegando
primero que el autobús; y nos dimos el lujo de entrar con el carro al
medio del patio. Después de aquel episodio, nunca más hubo ningún incidente con
nosotros.
Los domingos, la góndola iba casi vacía;
solamente eran los de quinto de primaria y los de media quienes teníamos la
obligación de ir a misa; era cuando mejor lo pasábamos porque casi nunca iba un
profesor para cuidarnos. Recuerdo que nuestro compañero el “gordo Tito” tenía
una bicimoto “Honda” que su abuela le había regalado; y los domingos, solía ir en ese artilugio y retar al chofer de la
góndola para ver quien llegaba primero al colegio. Nosotros por las ventanas
hacíamos barra por el “gordo Tito” y
este aceleraba más.
El ómnibus “ nos hermanó”; porque en el
ómnibus el alumno de primaria era amigo de los de secundaría; en muchos casos,
con el compañero de góndola, había más confianza que con sus propios hermanos.
Por lo que se formaba una gran hermandad entre compañeros. Los de primaria nos
admiraban porque, en algunos casos, los defendíamos de los otros que les
querían pegar; también, en muchos casos,
les contábamos chistes, bromas o juegos que siempre eran muy sanas; y no había
ninguna clase de malicia.
Veneno me recordaba aquellas fiestas de los
sábados, en San Antonio, “a las que no había sido invitado; y al pasar por
la puerta de la casa donde se celebraba la fiesta, me encontraba con algún compañero del ómnibus
que me llamaba y me hacían pasar; y allí me encontraba con la mayoría de los
compañeros del ómnibus...”.
Actualmente, los colegios están fuera del
radio de la llamada la “gran Lima”; ahora están ubicados en la Molina , Monterrico, Surco y
en otras urbanizaciones más modernas; lo
que ha creado un problema para las personas que viven en Miraflores, Orrantia y
San Isidro; porque tienen los padres que llevar a sus hijos a esos centros que
se encuentran en los extrarradios de la capital.
En la actualidad, el compañerismo en
los colegios casi no existe, porque los alumnos se reúnen por grados o cursos.
En los recreos, ocurre lo mismo; porque no saben relacionarse con los
compañeros de otros salones. Los colegios están divididos en secciones: en
infantil, primaria y secundaria; están en lugares diferentes, por lo que se ha
perdido la integración.
Para nosotros, esos años limeños de colegio
fueron los más felices de nuestras vidas; pero lo triste es que se acabaron
demasiado pronto; es por eso, que
cualquier tiempo pasado fue mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario