sábado, 13 de junio de 2015

EL CAFÉ VIENA EN MI ÉPOCA DE ESTUDIANTE



Creo que el más influyente en la década de los años 1960 al 1970 fue el Café Viena, en la calle Ocoña, cerca del Cine San Martín, en cuya misma vereda quedaba el IAC (Instituto de Arte Contemporáneo), en donde exhibían sus cuadros los mejores pintores del Perú, quienes en su mayoría eran profesores de la Escuela de Bellas Artes, dirigida por Juan Manuel Ugarte Eléspuru. (Es bueno aclarar que hubo algunas buenas discriminaciones en el IAC.)

El Café Viena se llenaba entre las doce y las tres de la tarde, y en las noches desde las siete hasta que daban las diez o las doce. Allí estaba Sebastián Salazar Bondy, quien era director del IAC y crítico literario de La Prensa. Otros asistían al café. 

La crítica de pintura la hacía en el mismo diario Fernando de la Presa, mientras que para El Comercio la crítica de teatro, literatura y pintura la hacía Edgardo Pérez Luna. En el Café Viena se hablaba de las diferentes corrientes pictóricas que invadían el mapa de América: el abstraccionismo, la abstracto-figuración, los aletazos del informalismo, lo que quedaba del cubismo. La crítica para la revista Oiga la hizo durante un buen tiempo Guillermo Daly Romero, con esa cultura tan sólida que demostraba en cada una de sus conversaciones y escritos: en la revista Caretas, corrían al alimón Reinaldo Naranjo e Ismael Pinto a través de una página titulada Cuidado con la pintura. Es cierto que don José Flores Aráoz, que dirigía la revista Cultura Peruana, era con frecuencia tema de conversación por los artículos que allí aparecían y siempre se recordaba el famoso empeño que había puesto en esas páginas, Raúl María Pereira en contra del indigenismo. Valgan verdades, la escuela fundada por Sabogal jamás fue tomada en cuenta por las personas que tenían en sus manos la “cultura oficial del Perú”, excepto Juan Ríos y el doctor Juan Francisco Valega “Máximo Fortis”, que escribía de tanto en tanto en la página editorial de El Comercio.

El Café Viena era también lugar de tertulia de pintores como Alfredo Ruiz Rosas, Miguel Ángel Cuadros, Ricardo Sánchez, Carlos Quíspez Asín (compañero de clase en la Escuela de San Fernando (Madrid) nada menos que de Salvador Dalí), Alberto Dávila, Sabino Springett, Antonio Caso, Fernando de Szyszlo y de jóvenes pintores de entonces: Enrique Galdós Rivas, José Milner Cajahuaringa, Leslie Lee (quien fue, años después, director del IAC), Jesús Ruiz Durand, Carlos y Jaime Dávila, Jorge Bernuy (que ya se interesaba por la crítica, cuando era pintor y que luego pudo perfeccionarse en París). Así fue, pintores, críticos, actores, directores de escena, poetas, animadores culturales eran contertulios del café. Allí escuché algunas páginas de Lima la horrible, cuando Sebastián decidió ser ensayista de la ciudad; allí Carlos Aitor Castillo diseñaba los primeros trazos del escenario y de sus decorados para las obras que pondría Ofelia, su mujer, que era actriz. Inmediatamente se diseñaba el programa con un trazo rápido de José Bracamonte Vera. Discutían a voz en cuello, mientras en otra mesa cuchicheaban el programa de los conciertos de invierno Luis Antonio Meza, con la gente del conservatorio.
También el Viena era punto de encuentro de los compañeros que seguíamos los cursos de Literatura de la Facultad de Letras, de la Plaza Francia. Allí nos reuníamos a cambiar apuntes o a comparar algunos artículos que ya comenzábamos a borronear. Eran verdaderamente una época de juventud, que ya no volverá.
Allí en el local del Viena pudimos conocer a importantes toreros de la época como a Santiago Martín “El Viti”, a Manuel Benítez “el Cordobés”, a Diego Puerta, al gran Antoñete y a Paco Camino, quien entrenaba con toda su cuadrilla en el Estadio del Alianza Lima en la Victoria, acompañado del malogrado futbolista y amigo Alberto Gallardo.

En el Café Viena se esbozaron catálogos para muchas exhibiciones, se escribieron muchos prólogos y presentaciones para exposiciones y cuentos, como la de Sebastián (nuevamente), al libro de cuentos Ñahuin de ese gran prosista que fue Eleodoro Vargas Vicuña. Se leían en voz alta, pero sólo para los contertulios de la mesa, las notas periodísticas que saldrían al día siguiente en algún diario.

A comienzos del decenio de 1970 llegó de Argentina Elida Román, quien, con el transcurrir del tiempo, sería crítica de pintura y a mediados de la década pasó a ser directora del Instituto de Arte Contemporáneo, cuando Leslie Lee viajó a Londres con una beca del Gobierno británico.

Se sentaban a la mesa de artistas y pintores: Alberto Bonilla, entonces director de la Agencia ANSA y, luego, uno de los más calificados críticos, llamados también comentaristas, de la política peruana, quien con el transcurrir del tiempo llegó a ser jefe de la página de este tema en la revista Caretas; Julia Ferrer, una de las actrices más calificadas de entonces (también una diva), y Herman Piscoya, uno de los escultores de estructuras metálicas más ambiciosos que ha tenido nuestro mundo plástico.

El Café Viena fue un bastión como lo serían también Café Versailles, el Café-bar Palermo, el Chino-Chino, el Hueco de la Pared o el Bar Zela. Talleres y huariques que cobijaron también la creación de la bohemia de entonces.

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