Amanece entre nubes
tormentosas que presagian un día pasado por agua. Las nubes distantes, más
allá de las cimas redondeadas de las pequeñas sierras despobladas de
arbolado, comienzan a encenderse mientras clarea. Parece abrirse hacia
Levante una llaga sangrante en el cielo desde la que se propagan con
lentitud gamas de colores, del amarillo al rojo vivo, por las alargadas
nubecillas que se estiran en aquel lejano resquicio del horizonte. Se
sonrojan entre tanto los abultados vientres de esas otras preñadas de agua
como gigantescas masas oscuras que se extienden por el resto de este cielo
de las tierras del occidente asturiano. La luz caprichosa, lúgubre, tenaz,
abundante, tentadora, impasible...
Aunque muestran su cara torva, parecen ceder poco a poco ante la
presencia del astro Rey recién despertado y dispuesto a asomar su rubia
cabellera y a cegarnos.
En nuestro camino hacia
Tineo, los duendes del bosque nos invaden, escondidos para miradas
profanas, su supervivencia encierra las claves ocultas del equilibrio de
sus territorios..., vemos grandes arbustos, como robles, castaños, olmos,
fresnos, arces, avellanos, hayas, abedules,
tojos, muchos brezos, con sus múltiples hojas, prevista de cilios y
las inflorescencias de color rosado en la terminación de sus tallos. Estos
arbustos hacen que el campesino de esas zonas tenga muchos “truebanos”
preñados de miel. La sabia de los viejos troncos tan dulce como un suspiro
que encandilan a una corte de osos. A salvo, dentro de las toscas y petreas
paredes del cortín, las doncellas trabajan laboriosamente a la espera de su
señor.
Desde el carro, de pronto
divisamos unos arbustos con unas bayas de color rojo, mis amigos enseguida
lo conocen y me dicen que en Asturias se les llama borrachinos.
Su hábitat, son los bosques
de encinas y montañas bajas de la
Europa mediterránea y también se le encuentra en algunas
regiones de Centro y Sudamérica. Es un arbusto de hoja perenne de 2-3 metros de altura.
Sus flores, blancas o verdes, con forma de cascabel, se presentan en
racimos. El fruto es una baya de color rojo cuando ha madurado. Los frutos
del borrachín o madroño contienen
azúcares, ácidos orgánicos, pectina y tanino. Son astringentes, y no
conviene abusar de ellos. Las hojas y la corteza del árbol poseen hasta un
36% de tanino, que las hace muy astringentes, y arbutina, un glucósido que
tiene acción antiséptica y anti inflamatoria sobre el aparato urinario.
Antiguamente
se fermentaban para fabricar bebidas alcohólicas, en el Algarbe es típico
el licor del madroño.
Su madera
proporciona un buen combustible, muy apreciado en las herrerías; los
grandes ceporros o cepas que forman
su sistema radical son casi tan apreciados como la leña de la
encina. Su madera se usa para objetos tallados.
Hay días en que uno descubre
sin querer nombres especialmente literarios. Es el caso del Carbayón de
Valentín. Presenciamos este alborear magnífico con la amigable compañía de
un tinetense de Valentín, un carbayo tal vez milenario, de inmenso
corpachón, alma vegetal del más preciado de nuestros árboles, maestro de
cuantos viven hoy en esta tierra por su longevidad y pareja experiencia. Si
nos maravilla esta rutinaria puesta en escena confabulada entre nuestro
planeta y el sol de un día de comienzos del siglo XXI, no podemos menos que
preguntarnos, mientras contemplamos la ajada corteza del inmenso tronco de
este carbayo iluminada con rayos dorados, por la incontable sucesión de
amaneceres que presenció desde su serena quietud, desde aquí, desde esta
ladera orientada al mediodía en medio de prados de escasa pendiente, cerca
del pueblo de Valentín, entre Gera y Sobrado, a pocos kilómetros de la
villa asturiana de Tineo.
Solitaria fue la vida de este
paradigmático roble, un genuino 'Quercus' 'robur' de la más pura casta,
crecido en soledad, sin otros de su especie ni de ninguna otra que le
hicieran sombra y le obligaran a luchar por su espacio elevándose metros y
metros. Así se quedó pequeño de tronco, aunque sus ramas crecieron con
vigor. Justo lo contrario ocurrió a los jóvenes robles que lo acompañan en
su madurez, seguramente hijos suyos y como bien nacidos cediendo a su
progenitor el lugar preeminente ante la imprescindible insolación, por lo
que crecen tras él ganando altura en busca de la luz precisa para su propia
vida. Pero nuestro gran carbayo es de generación antigua y, por tanto, de
planta contenida, bajo y masivo en su corpulencia, adiposidad de madera
diríase, como pedestal grandioso de un manojo de carbayos. Resultan éstas
más gruesas que los propios troncos de sus acólitos.
Nació tal vez este carbayón
de mano del hombre en muy lejana fecha. Nos parece casi imposible
imaginarlo un día siendo apenas más que una ramita con dos hojillas
trémulas en medio de un paisaje seguramente bien distinto. Con el paso de
los siglos se hizo espectacular, respetado inexplicablemente por el hacha
que con tanta aplicación y entrega hizo desaparecer a tantos otros de su
envergadura, y aún mayores, entrando en la Historia como sujeto
de algún acontecimiento que lo hizo merecedor de ser registrada por escrito
su presencia en el mundo de los vivos cuando aún no se había descubierto
siquiera el Nuevo Mundo.
Y sigue entre nosotros con la
fuerza y el vigor de quien está dispuesto a prolongar su existencia más allá
de muchas de nuestras generaciones, aferrado como está al suelo con todo
ese entramado inmenso de raíces que hay quien dice puede ser de dimensiones
similares a las de su copa; y así ha de ser si reparamos en la envergadura
de las ramificaciones que desde su tronco se abren antes de penetrar en el
suelo.
Pero este carbayo no vivió
siempre en soledad, si consideramos como compañía para un árbol la
presencia del hombre, pues tuvo a sus pies durante algunos cientos de años
a los Rodríguez Valentín, una familia con su vivienda blasonada, establos y
panera, y una hermosa capilla a la advocación de San Pedro construida a
unos pocos metros del gran carbayo. Entre ambos, entre la ermita y el
carbayo, muestran uno de esos conjuntos donde se dan la mano felizmente el
elemento natural con la obra del hombre. La construcción sacra es de estilo
románico popular. La espadaña, de un vano, está dispuesta de forma que
queda orientada al norte, directamente hacia el carbayo.
Desde la misma entrada de la
ermita, el carbayo se muestra majestuoso, áureo en la parte del tronco que
baña la luz del amanecer, con sus hojas de bordes profundamente lobulados
marcadas por el verdor oscuro del verano o tocadas por el mágico pincel del
otoño que las transforma en delicados colores anaranjados y dorados.
El perímetro de tronco medido
a una altura de un metro sobre el suelo llega a los 10,5 metros de
diámetro. La altura no se corresponde con el grosor del fuste y es de unos 16 metros. El
diámetro de la copa es de 22
metros. Se estima que la edad del viejo roble es de
unos 800 años. Hay citas escritas sobre él anteriores al descubrimiento de
América en 1492.
El carbayón de Valentín fue
declarado Monumento Natural por el Gobierno del Principado de Asturias en
1995. Para todos estos pueblos, el Carballo siempre ha sido “sagrado”.
Después de estar largo rato
contemplando a Valentín, proseguimos viaje a Pola de Allande, (La Puela), pasamos
por varios pueblos bonitos, y los perros salen a saludarnos cordialmente
como si ya fuéramos viejos amigos. El silencio que rompen los gaznidos de
los cuervos, y los esquilones de las
vacas que respiran aire puro y una tranquilidad absoluta. Pasamos por el
pueblo de Fontalba, allí paramos unos segundos para visitar su parroquia de
Santo Tomás, restaurada en los años 50. Unos pocos kilómetros más allá
encontramos al pueblo de la
Corcolina, con casonas de gran porte. Dejamos atrás
hermosos pueblos, que salvo excepciones, están en completo abandono.
Llegamos al alto de Lavadoira (815 m.) donde contemplamos un paisaje
impresionante. Desde lo alto, abajo vemos Pola de Allande, villa y parroquia del concejo de Allande.
La más antigua presencia humana en tierras Allandesas data del neolítico,
tiempos de los que son testigos la arquitectura megalítica presente en el
concejo, donde destaca el Dólmen de la Filadoira.
Durante el reinado de
Fernando VI el concejo de Allande fue moneda de cambio que utilizaba la
corona para pagar sus servicios a los leales, particularmente a la familia
Quiñones. Contra estas concesiones protestaron los vecinos y en 1378 un
representante de Allande estuvo presente en la Junta General
reunida en Oviedo para rechazar estas prerrogativas impuestas.
El periodo arcaico más bien
representado es el debido a la cultura castrense, muy extendida por todo el
concejo, de la que dan fe castros como el de San Lluis, datado en la época
romana. Asimismo goza también de gran relevancia la presencia romana, de
gran manera visible en las explotaciones auríferas de la zona, siendo las
más destacadas aquellas conocidas como: "La Fana la Freita",
"La Cárcava"
y "A Cova de Xan Rata" (siendo esta última de las pocas
explotaciones horizontales en todo el norte de España). Casi al llegar a
las puertas de la ciudad Allandesa,
surge espectacular sobre una colina próxima El palacio de Cienfuegos
de Peñalba. Se trata de un edificio con origen en el Siglo XV, pero tan
sólo se conserva de época gótica la parte baja por haber estado sometido a
diversas remodelaciones.
El Palacio tiene planta en
forma de L sobre el que resaltan tres sólidas torres no almenadas que
imprimen una fuerte monumentalidad al edificio. De las tres torres las dos
más antiguas son de planta cuadrada, siendo la más moderna de planta
rectangular. A esta última torre por ser la más adecuada a vivienda se le
añadió una galería en el S. XIX. El alzado exterior ofrece una fuerte
austeridad decorativa, mientras que en el patio posterior se conservan
diversos elementos decorativos de carácter renacentista.
Después de descansar un rato
y tomar un pequeño aperitivo en la Allandesa, donde el olor del pote de berzas,
nos abre el apetito y nos invita a comer, pero debemos seguir nuestro viaje
hacia Berducedo, para ello salimos en dirección al Puerto del Palo, pero un
poco más allá de La
Reigada giramos a la derecha camino de L’ Altu la Marta (1.120 m) continuando la
ruta llegamos a un cruce, justo sobre braña Campel, entre pinos, abedules y
algun “cortin” tomamos a la izquierda, directos a Santa Coloma, pasando por
el Tesu de dicha localidad.
Descendemos al estrecho valle,
pasando por los núcleos de Meres, El Sellón, Arbiales, al profundo
Pontenovo, de aquí ascendemos de
nuevo hasta El Couso, enlazando con la carretera AS-14 (Pola de Allande,
Grandas del Salime) y giramos a la derecha, continuando a Berducedo, lugar
en que nos detenemos.
El bosque representa
simbólicamente el principio femenino y materno, lugar en donde florece la
vida de los vegetales. Para los druidas , el bosque era la esposa del sol.
Para Jung, el bosque representa el inconsciente.
El olor del bosque depende de
las especies vegetales que los forman. Cuando el bosque es de tipo
mediterráneo formado por quejigos, alcornoques y encinas, tiene el olor de
la jara, el romero, la salvia, el tomillo y el pino. Los bosques pirenaicos
huelen a liquen de los abetos. Los bosques del Ampurdán tiene un marcado
olor a setas y musgo. Los bosques cantábricos huelen a roble, musgo y
humedad.
Aquí en Berducedo, donde en
la antigüedad había un hospital de peregrinos, así figura en un inventario
de principios del siglo XIX y estaba en el camino de Santiago que iba por
Allande a Grandas y Fonsagrada.
Allí buscamos un sitio para
comer, y al preguntar nos recomiendan una casa, en donde el que nos atiende
hace las funciones de meitre, de cocinero y camarero. Después de esperar en
la barra tomando un vino, -el vino es un compendio de olores naturales. Es
una sinfonía de olor que empieza en la cepa y que llega hasta la explosión
final de aromas que se desprenden en la cata- el meitre, cocinero y
camarero, nos indica la mesa, y nos dice
que la carta es oral y no escrita, cosa que a todos nos
sorprende, nos atiende sin descanso, con exquisita cortesía, eficacia y
mucha profesionalidad, y después de tomar unos aperitivos, nos pone un
delicioso entrecot de vaca asturiana y de postre una tarta de tiramisu, que
hace que nos chupemos los dedos.
Nos intriga el nombre del
restaurante, le pregunto al meitre cocinero camarero, y me contesta lo
siguiente: “Hace un viento terrible, no se oye nada, cuando pare el
viento seguiremos la conversación”. Con intriga seguimos comiendo, y al
pedir la cuenta nos dice que ya estaba pagado, más intrigados aun
preguntamos por quien, pero al final no supieron o no quisieron decirnos...
Son cosas que pasan cuando uno es conocido.
Es entonces cuando entendemos que “laculpafuedemaría”
Otro nombre literario y de
intriga es: "El pozo de las mujeres muertas". Es un alto
divisorio de Allande y Cangas de Narcea. Una arraigada leyenda da su
versión inmemorial del topónimo. Los lugareños de los pueblos altos de Allande
tienen su interpretación para las muyeres y para el pozu: cuenta la voz
oral que unas vaqueras de Luarca habían regresado por el invierno en busca
de unas mantas y otros aperos que habían olvidado en las cabañas por el
otoño. Una fuerte ventisca de nieve —continúa la voz popular— sorprendió a
las muyeres en los
altos del Candal, por lo que se resguardaron en el pozu. Las tormentas
arreciaron por muchos días, de modo que allí quedaron muertas hasta que las
encontraron en primavera, envueltas en sus mantas.
Hay una imagen de la Asturias turística
que apela al calificativo de paraíso natural. Sin embargo, como
todos los paraísos, Asturias también tiene esos otros lugares íntimos y con
cierto misterio, donde las siluetas antropomorfas de los castaños y robles
lejos de parecerles amenazantes a los viajeros, les acompañan en su camino;
donde el tiempo adquiere otra dimensión y se tiende; donde poder sumergirse
en lo profundo de la naturaleza y del hombre.
No faltan argumentos para considerar que Cangas del Narcea
-esa Asturias por descubrir-ocupe ese lugar destacado en el paraíso natural
asturiano, ya que son múltiples las manifestaciones que en ese sentido
aparecen en este vasto concejo: desde el mítico bosque de Muniellos,
recientemente declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO, al no menos
impresionante hayedo de Monasterio de Hermo, las fuentes del Narcea, - esta
tierra es de agua, por ello el río que emerge de sus entrañas, vertebrador
de sus pueblos y tradiciones, receptor y dador de su temperamento y
condición, bautiza a toda la comarca con su nombre de sonora complexión-,
el valle del río Coto, las
recónditas brañas, vestigio vivo de la cultura ganadera, la
arquitectura religiosa, entre la cual destaca ostensiblemente el grandioso
monasterio de San Juan Bautista de Corias, donde se sembraron los primeros
viñedos que hoy existen en Cangas y hoy da su fruto con el buen vino
cangués que puede competir con otros vinos del mundo, como ya lo decía en
1796, el insigne Gaspar Melchor de Jovellanos. “El vino de Cangas del
Narcea es una variedad con bajo nivel de acidez frente variedades de tintos
de la zona, en cuyos vinos destacan
las aromas de mora, grosella, frambuesa e incluso notas de
pastelería...”
Vamos llegando a Oviedo,
después de hacer un inolvidable viaje por esos paisajes paradisíacos y
ocultos de esta Asturias inimaginable
y donde no contaminan ni la mirada del viajero que los descubre
admirado. “La vida
se derrocha, generosa, provocadora, embriagadora. Tras la escasez del
invierno, la naturaleza se regocija en una espiral de abundancia de
verdes bosques y prados...”
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