domingo, 7 de junio de 2015

RICARDO PALMA EN MADRID CON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO

Cuenta Palma que cuando llego a Madrid, don Marcelino Menéndez Pelayo, “el cerebro más enciclopédico de la España contemporánea”, se encontraba veraneando en Santander. Eran tres o cuatro meses  del año que pasaba en su tierra natal, son para él los días más felices de su existencia. Allí tiene su casa y su biblioteca, a la que, según afirman los que la han visitado, solo la de Cánovas  puede competir con la de Menéndez Pelayo. Su estancia en Santander es un tónico poderoso qyue su cerebro necesita para trabajar, durante los ocho meses que esta obligado a residir en la capital.
Marcelino Menéndez y Pelayo, no se considera un vecino, sino por un huésped, lo prueba el que habita en una modesta pensión de la calle Arenal (en pleno centro de Madrid).
“difícilmente se encontrara  un literato más laborioso que Menéndez y Pelayo”.  Escribe cada año un libro, redacta extensos informes sobre una variedad de asuntos que le son encomendados por las cuatro Academias a las que pertenece, da clases en la Universidad, asiste a las sesiones del senado, va al teatro, asiste a las tertulias, va de paseo, a todo atiende y para todo tiene tiempo, hasta para leer todo lo nuevo que se publica en Europa y América. Tiene una actividad que parece inverosímil.
De mediana estatura, delgado, pálido en sus ojos y en la serenidad de su mirada se refleja su gran espíritu. Físicamente no es de contextura robusta y a prueba de fatigas , pero, bajo apariencias delicadas, su organismo es tan privilegiado como su inteligencia. Una cualidad que embelesa  a Menéndez Pelayo es su modestia, “no diré si real o simulada”. Desde el primer momento en que se habla con él, trata a su interlocutor con exquisita llaneza, que inspira llaneza, e inspira confianza, discute tranquilamente y sin dogmatizar, y no se acalora como Tamayo y Baus, cuando se le contradice. “No pertenece a la secta de los infalibles y sabe ser tolerante con los hombres y con sus doctrinas y opiniones, por absurdas que ellas sean”.
Menéndez y Pelayo ocupa en la Academia Española  el sillón que perteneció a Hartzenbusch. No pudo este insigne literato tener sucesor más meritorio.
Es un hombre de criterio claro y sereno y sobre todo de muy singular y admirable percepción estética. No es poseedor de grandes cualidades oratorias.
“De pie, en actitud reverente y sombrero en mano, debe hablarse del hombre que encarna  en si la doble realeza o magnificencia del saber y del talento”
Cuenta Ricardo Palma, que cierta tarde de invierno se encontró con don Marcelino embozado en su capa pasean de la Puerta del Sol a la Plaza de la Cibeles. Como Palma llevaba la misma dirección, decidió acompañarlo. “No recuerdo a propósito de que nombre a Fernando Velarde”, que era paisano de Menéndez Pelayo, el poeta que en varios de los países americanos, dejó una luminosa huella de su paso “!Qué galano y que justiciero juicio el que brotó de los labios de mi compañero de paseo!”.
En los versos de Velarde – hay todas las caprichosas y deslumbradoras fosforescencias del genio y todas las extravagancias del que carece  de ideal fijo en el arte.     
¿Por qué no escribe usted un estudio sobre la poesía de Velarde y sobre su brusco tránsito de creyente o racionalista?, le preguntó Ricardo Palma.
Menéndez Pelayo, algo le contestó: “tengo pensado escribir, no precisamente sobre Velarde,  sino sobre los poetas de Cantabria, entre los que sin duda, es uno de los más notables. “tan luego como tenga un poco de tiempo, sin labor premiosa , escribiré ese libro”. 
Sigue comentando Palma: “No se olvide usted, don Marcelino, y esté seguro de que, en muchas republicas de América leeremos su libro con deleite”.
Dos años después de esta conversación, Marcelino Menéndez, publico tres volúmenes  de su “Antología de poetas americanos”, en la que incidentalmente  y muy a la ligera, cita a Velarde.  Marcelino es cumplidor y no pasara mucho tiempo en que nos sorprenderá con la publicación que hasta ahora tiene en proyecto.
Marcelino es un portentoso y gran rebuscador de archivos. El cielo dotó de una memoria  que maravilla y que no hay hombre de letras que no la envidie.
Durante varios años y siguiendo mis aficiones ó manía bibliográfica “he investigado  algo que, en la Crónica agustina del padre Calancha, despertó en mi curiosidad”. El tema era el siguiente: En todos los ejemplares que existen  del segundo tomo (impreso en Lima) de esa Crónica, falta el final del libro IV, truncado en el capítulo , que trata de la castidad de las mujeres americanas en los días de la conquista. Calculando ese capítulo igual, sobre poco más o menos, a las anteriores serán dos, o a lo sumo tres las páginas suprimidas. Según el bibliófilo Stevens, en su obra impresa en Londres en 1828, esas páginas fueron suprimidas por  la Inquisición de Lima; pero es razonable presumir que el Santo Oficio, conservaría, en autos o sus archivos, siquiera dos o más ejemplares de las páginas condenadas.

Ante la esterilidad  de las investigaciones, a Palma  se le viene a la memoria el concepto en que Campoamor tiene a Menéndez y Pelayo. “Lo que no sepa Marcelino será porque no hay sobre la tierra  quien lo sepa”. “Es por eso que he “apelado” al hombre que todo lo sabe , y tengo la firme convicción de que si tales páginas existen , en los revueltos y emplovados archivos de España, Menéndez y Pelayo las encontrará holgándose  en dar la gratísima nueva a mi amigo el bibliófilo peruano”.

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