Cuenta Palma que cuando llego a Madrid, don
Marcelino Menéndez Pelayo, “el cerebro más enciclopédico de la España
contemporánea”, se encontraba veraneando en Santander. Eran tres o cuatro
meses del año que pasaba en su tierra
natal, son para él los días más felices de su existencia. Allí tiene su casa y
su biblioteca, a la que, según afirman los que la han visitado, solo la de
Cánovas puede competir con la de
Menéndez Pelayo. Su estancia en Santander es un tónico poderoso qyue su cerebro
necesita para trabajar, durante los ocho meses que esta obligado a residir en
la capital.
Marcelino Menéndez y Pelayo, no se considera un
vecino, sino por un huésped, lo prueba el que habita en una modesta pensión de
la calle Arenal (en pleno centro de Madrid).
“difícilmente se encontrara un literato más laborioso que Menéndez y
Pelayo”. Escribe cada año un libro,
redacta extensos informes sobre una variedad de asuntos que le son encomendados
por las cuatro Academias a las que pertenece, da clases en la Universidad,
asiste a las sesiones del senado, va al teatro, asiste a las tertulias, va de
paseo, a todo atiende y para todo tiene tiempo, hasta para leer todo lo nuevo
que se publica en Europa y América. Tiene una actividad que parece inverosímil.
De mediana estatura, delgado, pálido en sus ojos y
en la serenidad de su mirada se refleja su gran espíritu. Físicamente no es de
contextura robusta y a prueba de fatigas , pero, bajo apariencias delicadas, su
organismo es tan privilegiado como su inteligencia. Una cualidad que embelesa a Menéndez Pelayo es su modestia, “no diré si
real o simulada”. Desde el primer momento en que se habla con él, trata a su
interlocutor con exquisita llaneza, que inspira llaneza, e inspira confianza,
discute tranquilamente y sin dogmatizar, y no se acalora como Tamayo y Baus,
cuando se le contradice. “No pertenece a la secta de los infalibles y sabe ser
tolerante con los hombres y con sus doctrinas y opiniones, por absurdas que
ellas sean”.
Menéndez y Pelayo ocupa en la Academia Española el sillón que perteneció a Hartzenbusch. No
pudo este insigne literato tener sucesor más meritorio.
Es un hombre de criterio claro y sereno y sobre todo
de muy singular y admirable percepción estética. No es poseedor de grandes
cualidades oratorias.
“De pie, en actitud reverente y sombrero en mano,
debe hablarse del hombre que encarna en
si la doble realeza o magnificencia del saber y del talento”
Cuenta Ricardo Palma, que cierta tarde de invierno
se encontró con don Marcelino embozado en su capa pasean de la Puerta del Sol a
la Plaza de la Cibeles. Como Palma llevaba la misma dirección, decidió
acompañarlo. “No recuerdo a propósito de que nombre a Fernando Velarde”, que
era paisano de Menéndez Pelayo, el poeta que en varios de los países
americanos, dejó una luminosa huella de su paso “!Qué galano y que justiciero
juicio el que brotó de los labios de mi compañero de paseo!”.
En los versos de Velarde – hay todas las caprichosas
y deslumbradoras fosforescencias del genio y todas las extravagancias del que
carece de ideal fijo en el arte.
¿Por qué no escribe usted un estudio sobre la poesía
de Velarde y sobre su brusco tránsito de creyente o racionalista?, le preguntó
Ricardo Palma.
Menéndez Pelayo, algo le contestó: “tengo pensado
escribir, no precisamente sobre Velarde,
sino sobre los poetas de Cantabria, entre los que sin duda, es uno de
los más notables. “tan luego como tenga un poco de tiempo, sin labor premiosa ,
escribiré ese libro”.
Sigue comentando Palma: “No se olvide usted, don
Marcelino, y esté seguro de que, en muchas republicas de América leeremos su
libro con deleite”.
Dos años después de esta conversación, Marcelino
Menéndez, publico tres volúmenes de su
“Antología de poetas americanos”, en la que incidentalmente y muy a la ligera, cita a Velarde. Marcelino es cumplidor y no pasara mucho
tiempo en que nos sorprenderá con la publicación que hasta ahora tiene en
proyecto.
Marcelino es un portentoso y gran rebuscador de
archivos. El cielo dotó de una memoria
que maravilla y que no hay hombre de letras que no la envidie.
Durante varios años y siguiendo mis aficiones ó
manía bibliográfica “he investigado algo
que, en la Crónica agustina del padre Calancha, despertó en mi curiosidad”. El
tema era el siguiente: En todos los ejemplares que existen del segundo tomo (impreso en Lima) de esa
Crónica, falta el final del libro IV, truncado en el capítulo , que trata de la
castidad de las mujeres americanas en los días de la conquista. Calculando ese
capítulo igual, sobre poco más o menos, a las anteriores serán dos, o a lo sumo
tres las páginas suprimidas. Según el bibliófilo Stevens, en su obra impresa en
Londres en 1828, esas páginas fueron suprimidas por la Inquisición de Lima; pero es razonable
presumir que el Santo Oficio, conservaría, en autos o sus archivos, siquiera
dos o más ejemplares de las páginas condenadas.
Ante la esterilidad
de las investigaciones, a Palma
se le viene a la memoria el concepto en que Campoamor tiene a Menéndez y
Pelayo. “Lo que no sepa Marcelino será porque no hay sobre la tierra quien lo sepa”. “Es por eso que he “apelado”
al hombre que todo lo sabe , y tengo la firme convicción de que si tales
páginas existen , en los revueltos y emplovados archivos de España, Menéndez y
Pelayo las encontrará holgándose en dar
la gratísima nueva a mi amigo el bibliófilo peruano”.
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