Hace muchos años, en
uno de mis viajes a mi tierra, mi amigo el pintor Francisco Espinosa Dueñas, que
por aquellos años había asistido a un homenaje que se le tributo a César Vallejo,
en Oviedo, organizado por la Casa del Perú en Asturias. Espinosa me pidió que
le llevara una carta a su amigo Juan Mejía Baca. Yo había oído hablar mucho de
ese señor, pero no lo conocía. Es así que al llegar a Lima, al día siguiente lo
llame para saludarlo y comunicarle que le traía un encargo de su amigo Espinosa
residente en Burgos, quedamos en que pasaría al día siguiente por la mañana.
Esa mañana limeña fría
y con garúa, me fui a su tienda- librería, en el jirón Azángaro, junto a una
panadería “Los Huérfanos”. Me recibió él mismo, un señor, bajo, de pelo
entrecano y vestido de negro, como si fuera un enterrador. Me invito a que
pasara a su despacho, que tenía un escritorio muy grande, donde se encontraban
gran cantidad de libros y muchas hojas escritas a máquina, (que era lo único que
había por aquella época). Allí estuvimos conversando durante algunas horas de
las obras que editaba. Me contó muchas anécdotas de los escritores que pasaban
por su tienda-librería; también me enseño algunos libros raros que guardaba muy
bien en cajones con llave. Creo recordar que le compre algún libro que me
interesaba. Me di cuenta que Juan Mejía Baca desempeñaba, un papel importante en la literatura peruana del siglo XX. No era
un escritor y consideraba que saber leer
es más difícil que escribir un libro.
Siempre fui un lector", dice.
"De lector pasé a librero, y de librero, a editor. Es casi lo mismo, es
sólo como subir una grada; luego pasé a la Biblioteca Nacional. No quiero decir
que esto sea una carrera o un camino: ha sido sólo mi vida"
Juan Mejía Baca era chiclayano (1912). Cursos sus estudios escolares en el
Colegio Nacional San José de Chiclayo.
En 1929 se trasladó a Lima, donde inició estudios de Medicina en la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, que interrumpió en el tercer año, para luego
seguir Letras y Ciencias Políticas, los que tampoco culminó.
Antes de ser librero,
se dedicó a la música, a tocar piano y sobre todo violín. Esa condición, contó
alguna vez, le permitió “estar tanto en piso de tierra como en piso de mármol”.
Conoció a mucha gente y confesó que como músico ganó más dinero que en ninguna
actividad posterior. Sus proezas como músico es que reemplazó a Alfonso de
Silva, amigo de Vallejo, en una orquesta de tango. También acompañó a Libertad
Lamarque en Lima, en 1934.
Se inició estudiando Medicina en San Marcos, lo dejó para dedicarse a las Letras. No terminó ninguna. "No solamente por razones universitarias, sino como lector que fui toda mi vida, me relacioné desde mi llegada a Lima de Chiclayo, en 1930, con escritores e intelectuales. Si no fue por la universidad fue por la alcahuetería de la musiquita, que me permitía estar tanto en piso de tierra como en piso de mármol, que me relacioné con todo tipo de gente. Como músico gané más dinero que en ninguna actividad posterior".
Se inició estudiando Medicina en San Marcos, lo dejó para dedicarse a las Letras. No terminó ninguna. "No solamente por razones universitarias, sino como lector que fui toda mi vida, me relacioné desde mi llegada a Lima de Chiclayo, en 1930, con escritores e intelectuales. Si no fue por la universidad fue por la alcahuetería de la musiquita, que me permitía estar tanto en piso de tierra como en piso de mármol, que me relacioné con todo tipo de gente. Como músico gané más dinero que en ninguna actividad posterior".
Juan Mejía Baca, tenía
su librería en la calle Huérfanos, hoy Azángaro, en realidad era un centro de
tertulia al que llegaban no solo sus viejos amigos escritores, sino también
jóvenes entusiastas de la literatura, que se convirtió en el centro de reunión de la intelectualidad
local e incluso extranjera. Promovió los Festivales del Libro, publicando
ediciones con tirajes de hasta 50 mil ejemplares. Se convirtió en editor de más
de 140 escritores peruanos, bajo su propio riesgo. Uno de ellos fue el escritor
Martín Adán, que fue a la vez su entrañable amigo. Esta labor editorial muy
admirable permitió la difusión de la cultura a las clases populares.
Aunque poco le
gustaba llamarse editor, sino librero, su trabajo fue el mismo. Llegó a editar
a escritores como José María Arguedas, Enrique López Albújar, Jorge Basadre,
Pablo Neruda, Ciro Alegría, solo para citar a algunos. Otro de ellos, por
ejemplo, fue el poeta Martín Adán, de quien fue su albacea.
Su amor a los libros
no solo lo convirtió, como él decía, en el partero de los escritores, sino
también en un obstinado promotor de la lectura y del libro, tanto así que llegó
a ser director de la Biblioteca Nacional del Perú en 1986. Y desde ese cargo
nunca se cansó en gestionar, sueño que se hizo realidad, la nueva sede de la
Biblioteca Nacional hoy en San Borja.
Cumplir su tarea de
librero no le fue nada fácil. En los años sesenta, en el primer gobierno de
Fernando Belaunde Terry, fue víctima de un abuso. Juan Mejía Baca había
importado libros y desde el ministro del Interior, Luis Alva Orlandini, partió
la orden de decomisarlos y luego quemarlos. Todo ello el librero lo cuenta en
su libro Quema de Libros. Perú 67.
Juan Mejía Baca, dijo alguna vez: "El libro ha sido siempre
muy importante para mí, tanto que me he permitido a través de él hacer una
definición más del ser humano. El hombre es el único animal que lee. El loro
puede hablar, el mono puede jugar, la hiena se ríe, pero no hay ningún animal
que lea".
Mejía Baca ha vivido la literatura desde todos los flancos menos
del de creador. Ha sido, ante todo, lector incansable; como librero no sólo
logró siempre tener las últimas novedades de la literatura internacional y
conseguir los libros más raros, sino convocar alrededor de su tienda una
especie de tertulia constante, con sucursal en el café de la esquina, con los
más destacados intelectuales peruanos de más de cuatro décadas.
“Yo les digo a mis amigos: es más fácil
escribir un libro que leerlo. No es fácil iniciar el camino del saber leer. No
sólo por los conocimientos que trae un libro, sino por la belleza. He tratado
de demostrarlo con el ejercicio del oficio de librero y también como editor”. Como editor ha publicado a 145 autores
peruanos, bajo su propio riesgo. Con
casi 77 años se propuso hacer de la
biblioteca un ente vivo. Asistió en Madrid al congreso sobre César Vallejo.
A partir de los años 1960
empezó a editar diccionarios y enciclopedias, entre ellos: Historia del Perú antiguo, en
seis tomos, de Luis E. Valcárcel; Diccionario enciclopédico del Perú;
Historia de la literatura peruana, en ocho tomos, de Luis Alberto Sánchez; Historia del Perú, de varios
autores, en doce tomos; Obras
completas de Haya de la Torre en
seis tomos; Gran geografía del
Perú, en ocho tomos.
Su invalorable labor a favor de la
cultura le hizo merecedor de la Orden El Sol del Perú y las Palmas Magisteriales, bajo el
primer gobierno de Fernando Belaunde Terry, pero no dudó en devolver estas
condecoraciones en 1967, al enterarse de que un funcionario del Ministerio de Gobierno había
ordenado la requisa y quema de libros considerados subversivos (entre los que
se hallaban, insólitamente, obras como la “
La rebelión de las masas”, de José
Ortega y Gasset). En esa ocasión, acuñó una célebre frase: «Para quemar un libro se necesitan
sólo dos cosas: un libro y un imbécil».
Al cabo de 40 años de incansable labor
decidió clausurar su librería. Poco después, ya bajo el primer gobierno de Alan García,, fue nombrado director de
la Biblioteca Nacional (1986-1990). Desde el principio pugnó para que el
gobierno prestara atención a dicha institución y no dudó en recurrir a la
prensa televisada para denunciar el deplorable estado en que se hallaban parte
de los libros y colecciones. Estrategia que dio resultado, pues el gobierno
autorizó entonces una partida especial para la Biblioteca. También logró
conseguir un terreno en el distrito de
San Borja donde se alzaría la nueva sede del local.
Juan Mejía Baca decía: "Yo les digo a
mis amigos: es más fácil escribir un libro que leerlo. No es fácil iniciar el
camino del saber leer. No sólo por los conocimientos que trae un libro, sino
por la belleza. He tratado de demostrarlo con el ejercicio del oficio de
librero y también como editor. Yo he editado 145 autores peruanos hasta el
momento. Nunca he recibido una peseta para financiar esto, y muchas de estas
obras me han costado mucho dinero, que nunca he tenido ni he ambicionado tener.
Porque tengo otra riqueza que no se devalúa, ni nadie se lo roba, ni tampoco se
estatiza. En mi tierra, la gente tiene refranes de una gran sabiduría; dicen:
'Estando con salud, aunque uno se enferme'. La integridad es la salud, la
enfermedad es transitoria".
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