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Es ya
clásica en nuestros repertorios de relatos populares la historia del
caminante que, cansado de tanto andar por algún trecho serrano, pregunta por
la meta de su camino a una humilde campesina y recibe por respuesta un
¡Aquicito nomás! que en realidad hace referencia a un largo trayecto surcado
por lo menos por un cerro, una quebrada y un río con su puente colgante más.
Hace poco pregunté por
cierta panadería en una larga avenida limeña y obtuve una versión urbana de
esta misma respuesta: un amable vigilante me indicó: ¡Más arribita, a media
cuadrita! Media cuadrita que en realidad resultó ser una cuadrota matizada
por varios pasajes transversales, un mercadillo y un centro comercial en construcción.
Aquicito nomás, más
arribita, media cuadrita no hacen referencia en estos ejemplos precisamente a
distancias cortas, y de ahí la grave confusión del caminante, así como la
ironía de la historia. La presencia del diminutivo no está vinculada a los hechos
que son materia de la conversación sino más bien a la comunicación misma:
-ito e -ita suele expresar entre nosotros cortesía, cuidado, diligencia (pero
también, en algunas ocasiones, cachita y desprecio) frente al interlocutor.
Por eso yerran quienes han querido ver en la proliferación de diminutivos en
el castellano peruano una intención de "dulcificar la realidad"
pasándola por el agua tibia del lenguaje. Como el caminante de las historias
previas, ellos miran el diminutivo con el lente de la referencia a la
realidad externa, sin observarlo desde el punto de vista interno de la
comunicación.
La misma sal que en
Ciudad de México echa el cuate a sus elotes aquí se llama salcita. El mismo
café que en Colombia se comparte con las amistades más chéveres se convierte
entre nosotros en un cafecito. El mismo chau con que se despiden las
elegantes amigas montevideanas pasa a ser entre las regias señoras limeñas un
chaucito, un adiosito. Y así, hasta el infinito (perdón por el involuntario
-ito). ¿Qué ha pasado con nuestro castellano? ¿Por qué la fiebre del
diminutivo? Vaya problemita.
UN ORIGEN ANDINO
El asunto ya ha sido advertido en los estudios clásicos sobre el castellano nuestro, como en el pionero El lenguaje peruano (1936) de Pedro Benvenutto Murrieta, quien propuso una escueta explicación hispanista: la "influencia española meridional". Expertos contemporáneos dicen, más bien, que hay que mirar al quechua, y a la importancia que en esta lengua tiene el diminutivo -cha, para encontrar la razón1. En efecto, en este idioma se usa con mucha frecuencia el diminutivo en los sustantivos y adjetivos (como en chapucha 'perrito pequeño y lanudo' y miskicha 'dulcecito, riquito'), no solo para indicar tamaño pequeño sino también para denotar afecto y, en algunos casos, desprecio. Una canción quechua trae como frase inicial la siguiente expresión: Urpituchatas uywakurqani 'Dice que yo crié una palomita'. En la primera palabra vemos que a urpi 'paloma' se le han añadido nada menos que dos diminutivos juntos: el -itu del castellano y el -cha del quechua, de tal manera que terminamos teniendo no solo una palomita sino una bilingüe palomitita. El creador de esta huanca ha integrado sin problemas el diminutivo de su propio idioma con el diminutivo español. A tal extremo llega la necesidad del hablante de jugar con esta ficha del lenguaje.
No es extraño, pues, que
en español andino sea frecuente adjuntar el diminutivo a palabras que no lo
podrían admitir en otras variedades del idioma, como es el caso de los
hermosos pronombres estito y esito. "Déjamelo terminar estito", le
pide en Huancavelica un apurado joven en una cabina de Internet al encargado
que le está reclamando porque ya se ha cumplido su tiempo. Con estito él no
quiere decir solamente que es corta la tarea que le falta terminar; lo que
busca, esencialmente, es barnizar su pedido con toda la cortesía necesaria
para el momento. Tan eficaz es su expresión que el encargado no tiene más
remedio que concederle sus buenos cinco minutos adicionales.
Algunos han querido ver
en la proliferación de diminutivos de nuestro castellano un rasgo más de
peruanísima huachafería. Otros, una estrategia para disfrazar la cruda
realidad. Hace poco escuché a un periodista limeño ufanarse ante cámaras de
que él no habla con diminutivos, como el resto de peruanos, porque a él le
gusta llamar a las cosas por su nombre. Este Día del Idioma es una buena
ocasión para decirle "un momentito", y aclarar que si los peruanos
usamos tanto -ito e -ita no es porque nos interese "dulcificar la
realidad" ni dorarle la píldora a nadie, sino porque lo necesitamos
diariamente, por profundas razones expresivas y comunicativas, que de eso se
trata cuando hablamos del lenguaje. Y si no nos quiere escuchar pronunciarlo,
por considerarlo huachafo o engañoso, pues podremos decirle con toda la
cortesía de la que somos capaces: Váyase más allacito, amiguito.
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viernes, 5 de junio de 2015
!MOMENTITO, CHOCHERITA!, UNA DEFENSA DE NUESTRO DIMINUTIVO
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