miércoles, 3 de junio de 2015

RICARDO PALMA Y RAMÓN DE CAMPOAMOR CONVERGEN EN ESPAÑA

Cuenta  el gran escritor peruano, autor de las “Tradiciones Peruanas”, el libro de cabecera que todo buen peruano debe tener en su mesa de noche, que en un viaje por España, se encontraba paseando por la carrera de San Jerónimo, en las últimas horas de una tarde de invierno, “...entre en la librería de Fernando Fe, no podía menos de fijarme en un anciano de ojos azules y cabello cano, cara ancha y regocijada, encerrada entre patillas blancas, gordura de canónigo, que viste gabán de pieles y a quien rodean respetándolo y mimándolo, acaso más que a un monarca los cortesanos, muchos de los literatos que hoy dan honra a las letras españolas. Ese tan venerable como simpático y querido anciano es don Ramón de Campoamor, nacido en Navia (Asturias) a fines de 1817...”.

Entre los más asiduos de los que formaban  la tertulia vespertina del creador de “Las Doloras”, - publicada la primera edición en 1846, obra que le proporcionó una gran popularidad de joven y prometedor poeta- estaban  Manuel del Palacio, el poeta de las chispeantes agudezas;  Eugenio Sellés, el aplaudido  autor de “El nudo gordiano”, cuya candidatura para la vacante de Zorrilla en la Academia patrocinaron con calor a que no correspondió el éxito, Núñez de  Arce, Castro Serrano, Tamayo y  José Alcalá Galianio, el escritor que, en los versos “Kaleidoscopio” y en sus artículos en prosa, sobre todo, luce por la especialidad de la forma humorística, y de quien Valera aspira a hacer un académico; Ricardo de la Vega, , el tan justamente popular sainetero; Peña y Goñi, Vicente Colorado, Navarrete, Pina Domínguez, Joaquín Dicenta, los Sepúlveda, el conde de las Navas y diez o doce escritores más. Castelar y Núñez de Arce van de vez en cuando a solazarse en la librería de Fe, oyendo contar chascarrillos a Don Ramón, que es un regocijo hecho hombre. “Por Campoamor parece que no pasan penas”.

Otra librería que por esa época era centro de gente de letras, es la de Murillo, en la calle de Alcalá, que es también después de las cinco de la tarde el santo santorun donde se reunián Menéndez Pelayo, el maestro Francisco Asenjo Barbieri, Catalina Zaragoza, Colmeiro, el padre Fita, Jiménez de la Espada, Fernández Duro y otros académicos de la Historia departen alli reposadamente, “Sin la animación y hasta el bullicio de los tertulianos de la Carrera de San Jerónimo”, sigue diciendo Ricardo Palma. No era raro encontrar en ese círculo de gente seria a Cánovas, a Silvela, a Pidal, y al marqués de la Vega de Armijo.

Se dice que Campoamor hizo sus primeros estudios en un colegio de jesuitas; pero se disgustó de ellos porque en un examen, en el que el alumno soñaba lucirse por sus adelantos en latín y griego, los examinadores se ocuparon de elogiar su robustez, su perspicacia de vista y su agudeza de oído.  Refiriéndose a este examen decia don Ramón “ Los jesuitas buscaban ante todo al hombre. Después si les convenía, harían el sabio, el soldado, el predicador o el comediante”.

En cuanto a la existencia de Dios, Campoamor asegura “que el no cansa su cerebro buscando razones ni argumentos; que él cree en Dios, porque si. Eso de discutir a Dios se hizo para los holgazanes que no tienen en qué ocuparse”.  

Campoamor relata de mayor refiriéndose a los castigos y los medios que le infundieron durante su infancia, que “el infierno del Dante era un mal aprendiz en comparación con los retorcidos inventos de castigos infernales que me metían los clérigos enseñantes en mi tierna y sensible cabecita infantil. Todo el curso de mis primeros años ha sido un sueño tenebroso, del cual creo que todavía no he acabado de despertar”.

Ramón de Campoamor estudió dos años medicina y lo dejó porque no acertaba a explicarse la teoría del estornudo. Se dedicó otros dos años a la jurisprudencia, el estudio de las leyes lo hicieron bostezar y aburrirse.

No aviniéndose a ser teólogo, médico ni abogado, fue poeta y un gran poeta. 

Don Juan Valera, hablando del gran lírico asturiano decía: “Campoamor, a pesar de todos los discreteos y sutilezas con que adorna sus versos de amor, se revela siempre materialistas; es un furibundo pagano, y se podría poner en duda su salvación si no se arrepintiese de vez en cuando de sus extravíos y pidiese a Dios humildemente, perdón de ellos, más, por una singular anomalía, cuando hace por ganar la gloria del cielo con estos actos de contrición, en cuando menos gloria poética adquiere”.

Leopoldo Alas Clarín, escribió: “Campoamor nuestro mejor poeta lírico, baja a los abismos de la sociedad a conversar, como Cristo con los publicanos, con los presidiarios y las rameras; y esto sin mengua de los santos fueros de la verdad y sin mengua de las inmaculadas alas de la poesía”.

Campoamor poseía una fortuna que le permitía vivir con holgura y sin preocuparse del mañana. Le es del todo indiferente que se realizarán tratados sobre propiedad intelectual entre España y las Repúblicas Amerícanas; pues el no se cuidaba de reclamar de los editores de sus obras derechos de autor. Sus amigos podían reimprimir cuanto él ha escrito, sin que se molestara, porque no les solicitaran su permiso. Campoamor  colaboraba en  “La España Moderna” con sus Humoradas, nada más que por el cariño que le tenía a Pepe Lázaro. En una palabra, era el único escritor de fama a quien su pluma no le producía dinero.

Ricardo Palma, sigue diciendo sobre Campoamor: “Hoy don Ramón tributa culto a las perezas. Ya no lee ni estudia. Dice que a Menéndez y Pelayo le tiene encomendado que lea y estudie por los dos. “Lo que en España ignora Marcelino – añade- de seguro que no hay español que lo sepa. ¿A que fatigarme? Cuando me hace falta aprender algo se lo pregunto al sabio por excelencia, y trabajo hecho”. Por Menéndez y Pelayo tiene Campoamor adoración.

Ese conversador, tan plácido y variado en la tertulia de la Carrera de San Jerónimo, era otro hombre en las sesiones de la Academia Española, donde ocupaba el sillón E. No abría la boca sino para decir sí o no, cuando en una votación era interrogado. Parecías que hubiera hecho voto de silencio. Si por enfermedad del Conde de Cheste o de don Aurelio Fernández Guerra, a quien seguía en antigüedad, pues contaba  con más de treinta años concurriendo a la casa de la calle de Valverde, se veía  obligado a presidir una junta. Es Tamayo y Baus, el secretario perpetuo de la Corporación, quien, por lo bajo le indicaba a don Ramón las prácticas reglamentarias a que había de ceñirse.

También fue senador en los últimos años de su vida y llegó a ser muy conocido y admirado dentro de España y en toda Hispanoamerica.

Campoamor era uno de esos pocos hombres que viven contentos con ser lo que son  y que nada ambicionan. Relata Palma: “Recuerdo que cuando rehuso el titulo de Castilla con grandeza de España, con que el Gobierno creyó honrar al poeta, dijo, justicieramente, un diario de Madrid: “Nos explicamos que para honrar a un grande se le dieran los títulos de Campoamor; pero darle a Campoamor un titulo de grande sería un verdadero colmo. Campoamor está por encima de todo lo grande, y todo se puede engrandecer menos su gloria”.

El perseverante batallador republicano, Ruíz Zorrilla al hacer su testamento fue preguntado por el notario: ¿Qué profesión le pongo? ¿Abogado o rentista? -Ruíz Zorrilla, le contesto: “Ninguna de las dos; ponga  usted revolucionario”.

En el testamento de don Ramón de Campoamor se leerá: profesión poeta. El estimaba tal nombre en más, acaso, que su cargo oficial de senador vitalicio.

No ha faltado quien pretendiera crear algo así como antagonismo entre Núñez de Arce y Campoamor, como si eso llámase rivalidad o antagonismo, fuera posible entre dos astros que brillan con luz propia y que giran en órbita distinta. Cierta vez, don Ramón encontró la oportunidad de aplastar a aquellos que le consideraban de mezquindad envidiosa, escribiendo este autógrafo en el álbum con que los literatos españoles agasajaron, en el día de su último cumpleaños, al poeta Gaspar Núñez de Arce autor Vértigo – leyenda moral- y de Raimundo Lulio, poema simbólico en tercetos dantescos, en el que describe las pasiones y el arrepentimiento del filósofo místico:

Tanto aumenta la gloria su estatura
que, a este genio gigante.
le llamarán el grande, allá en la altura,
Shakespeare, Ariosto, Calderón y Dante   


Así es como describía el “bibliotecario mendigo”, Ricardo Palma, al egregio poeta asturiano don Ramón de Campoamor, en un viaje que hizo el tradicionalista peruano a la Madre Patria.    

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