martes, 9 de junio de 2015

LAS TURRONERAS

 El milagro fue concedido y en señal de gratitud doña Josefa preparó el famoso turrón, según un sueño inspirado

"!Turrones! ¡Turrones! los más sabrosos turrones...", era el pregón característico con el que cada día se anunciaba la turronera por las calles de la antigua Lima. Según Ricardo Palma, los turroneros formaban parte del panteón de personajes coloniales que incluso perdura hasta nuestros días. Su golosina fue precursora del famoso "Turrón de doña Pepa" que desplazó a todos los anteriores y desde entonces aparece asociado con la procesión del Cristo de Pachacamilla.

Turrones y turroneros sólo eran vistos en los días de procesión. Pero esa exclusividad sólo perduró hasta hace unas décadas. Hoy los limeñísimos turrones de miel y caramelos se expenden todo el año, si bien su consumo masivo sigue dándose en la temporada de octubre, cuando siguen la procesión unas carretillas donde los turroneros colocan su exquisito manjar.

Pero, ¿existió realmente doña Pepa? Algunas versiones refieren que fue una cocinera morena casada con un señor de apellido Cobos, antiguo empleado de la Beneficencia Pública. Su verdadero nombre habría sido Josefa y era especialista en preparar "piqueos", por lo que se hizo infaltable en las famosísimas corridas de la Bomba de Lima, donde preparaba sus sabrosos picantes.

Pero por si fuera poco, también tenía habilidad para elaborar sango, ñaju y chicha. Inmortalizó su nombre con unos originales turrones de harina de trigo, manteca, huevo y miel. Después de ella se han sucedido muchos turroneros, pero ninguno con la habilidad innata de aquella legendaria Josefa Cobos.

Otra de las historias cuenta que la dulcera se llamaba Josefa Marmanillo, una esclava que alcanzó todavía la época colonial y destacaba como buena cocinera. Cierto día sintió que comenzaba a ser afectada por una lenta parálisis que le impedía desempeñar sus quehaceres cotidianos.

Entonces ofreció al Cristo Moreno seguir de rodillas su procesión si la liberaba de ese mal. No habían pasado muchas cuadras de recorrido cuando empezó a recobrar su antigua agilidad. Ante el milagro, lloró emocionada y ofreció sus esfuerzos al Señor.

Esa noche, Josefa habría soñado con la receta del misterioso manjar. Al levantarse a la mañana siguiente, preparó la nueva fórmula, distinta de los turrones que venían de España e Italia. Lo llevó al atrio de las Nazarenas y lo repartió entre los pobres. Año tras año siguió cumpliendo su promesa. Después, cuando sus amos la libertaron, Josefa abrió una dulcería donde vendía su especial potaje, que los limeños bautizaron como "el turrón de doña Pepa".

Una tercera historia cuenta de una negra liberta, conocida por sus virtudes en la elaboración de dulces criollos. Una tarde de octubre de 1800, ella se postró bajo las andas de la imagen del Señor de los Milagros, rogándole que le conceda la gracia de curarse de una artritis que afectaba sus manos. El milagro fue concedido y en señal de gratitud doña Josefa preparó el famoso turrón, según un sueño inspirado.

Al poco tiempo toda la ciudad lo había preparado y cada dulcera le agregaba nuevos ingredientes. De la harina, manteca y chancaca se pasó a la mantequilla, el anís, el ajonjolí, la yema de huevo y otros productos, guardando cada repostera el ingrediente secreto que le daría su exquisito sabor.

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