lunes, 8 de junio de 2015

NUESTRO VALS CRIOLLO




Cuando hablamos de él, seguramente emocionados por la nostalgia de apacibles y lejanos días, se nos viene a la memoria la figura tenue y mágica de Felipe Pinglo Alva. Acaban de cumplirse 105 años de su nacimiento en una modesta casa de la calle El Prado en Barrios Altos.
Nuestro valse criollo sobrevive, dibuja sus compases inefables en el alma del pueblo, aborda con su plural alegría los corazones y con su luminosa modestia nos conmueve. Qué difícil es desplegar sobre la mesa del presente la historia reciente de nuestra identidad cultural. Tiene lazos ancestrales que se pierden en el tiempo y nos mantienen conectados con otras historias menos recientes, pero no por ello menos nuestras. Somos al cabo el resultado de un vertiginoso devenir multicolor y polifacético que no termina de cambiar ni de alejarse en el encuentro cotidiano.
La música y la poesía son -como todo arte- expresión viva del sentir de los pueblos, una frase muy trillada reconozco, pero no por ello incierta. Y la canción es la suma de éstos dos artes.
Desde el lejano horizonte de nuestra historia antigua, primitiva, hasta la Conquista, Colonia, Emancipación y República, las múltiples expresiones culturales propias y ajenas han ido acomodándose, sutil o bruscamente, en el amplio y compacto mosaico de nuestra identidad. Ese mismo proceso en particular, ha dado origen a nuestro entrañable valse criollo.
Quizás resulte pretencioso asegurar que el valse criollo peruano es el resultado del "mestizaje" del waltz europeo llegado al Perú en la segunda mitad del siglo XIX; o que fue fruto de la "transformación" de la música instrumental venida de España que se bailaba en Lima tocada por agrupaciones con instrumentos de cuerdas (guitarra, laúd y bandurria): la jota, en sus diversas variantes regionales, la mazurca, la cuadrilla, la galopa y la polca; o que su nacimiento es el resultado de un proceso de "adaptación" o "popularización" de vals vienés, burgués en Europa y aristocrático en Lima, en un supuesto tránsito "del salón de brillantes pisos a las humildes viviendas de pisos afirmados". En definitiva, y como diría Joan Manuel Serrat en una canción suya refiriéndose el maestro Antonio Machado: ".Profeta, ni mártir, quiso Antonio ser, y un poco de todo lo fue sin querer.", nuestro valse criollo es eso, un poco de todo lo que vivimos, de aquello de lo que estamos hechos.
Así, el vals vienés llegado a Lima en la segunda mitad del siglo XIX se incorpora al repertorio de las agrupaciones musicales de la época: estudiantinas y otras más reducidas como cuartetos, tríos y dúos, para hacerse presente en las fiestas populares impregnado inexorablemente del sabor indeleble y riquísimo que el sentimiento de nuestra gente criolla le dio para hacerlo eternamente propio.
Mucha agua ha pasado bajo el puente de la historia de nuestra cultura popular y por consiguiente resulta imposible determinar y separar los trazos que ahora componen el multicolor lienzo de nuestra identidad, apreciarlo y amarlo nos concierne. Sin embargo podemos y debemos conocer y disfrutar las expresiones auténticas y sentidas de nuestro lenguaje colectivo espiritual. Amplísimo y fulgurante, tan variado y profundo que nos sobrecoge y entonces nos une con los lazos más fuertes de la vida.
No pretendo resumir la historia detallada y completa de nuestro valse criollo, ni la cronología de su evolución, acaso tan sólo ubicar su origen en el proceso de conformación de nuestra identidad cultural y distinguir las luces de su presencia viva en nuestro sentimiento popular.
A partir de la segunda década del siglo pasado, hablamos de una etapa "moderna" del valse criollo (Lo anterior es Guardia Vieja), referido siempre a las expresiones más puras e intensas de la emoción e intuición de sus autores, que supieron adornarlo de sencillez y belleza en su poesía y melodía, para cantarlo con agudas voces afinadas al tono de las hondas vivencias de los amores idos o jamás tenidos, de la alegría festiva, ocurrente y salerosa, muchas veces desdeñosa, pero siempre amable y enternecedora.
Con Pinglo viven para siempre las figuras de músicos y autores, de cantores y bohemios que sumaron -muchas veces inexplicablemente-a su maestría empírica y popular, la ciencia y la conciencia que sin duda provienen del ámbito del espíritu creador universal. Todos ellos forman parte de nosotros más allá de la vida y de la muerte, así como sus valses y guitarras, sus voces rajadas, sus brindis interminables y su infinito amor a la vida.
Nombrarlos a todos podría ocuparnos varias páginas de oro, pero siempre con el riesgo inadmisible de omitir involuntariamente a alguno, por ello recordamos a todos los que ya no están y permanecen manifestando su eterna presencia en los valses que crearon y cantaron, así como a los criollos vivos en cuerpo y alma que componen y cantan conmovedoramente, y a los que vendrán con sus guitarras, al paso del tiempo, a confirmar que nuestro valse existe.


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