Cuenta Ricardo Palma, en su tradiciones Peruanas,
que doña Emilia Pardo Bazán de Quiroga, la inmortal autora de “San Francisco de
Asís”, recibe a sus amistades los lunes de cinco a siete, de la noche. Dice
Ricardo Palma “A poco de mi llegada a Madrid, me envió doña Emilia una
tarjetitas invitándome a concurrir a su tertulia: y bien se adivina que no deje
de pasar el primer lunes, sin ir a presentarla mis respetos”.
La Pardo Bazán, había nacido en La Coruña, el 16 de
septiembre de 1851 – Murio en Madrid el 12 de mayo de 1921, condesa de Pardo
Bazán .fue una notable aristócrata novelista, periodista, ensayista, crítica
literaria, poeta, dramaturga, traductora, editora, catedrática y conferenciante
española, siendo la introductora del naturalismo en España.
Emilia Pardo Bazán era hija de una
familia gallega noble y muy pudiente de España: el conde pontificio de
Pardo-Bazán, José María Pardo-Bazán y Mosquera, título que Alfonso XIII le concedió
a ella en 1908, y Amalia María de la Rúa-Figueroa y Somoza. Su padre le
proporcionó la mejor educación posible, fomentando su amor por la literatura. Además
de la residencia de la calle Tabernas, la familia poseía otras dos casas, una
cerca de Sanjenjo, y la otra en las afueras de La Coruña, el Pazo de
Meirás. A la edad de nueve años ya
empezaba a mostrar un gran interés por la escritura. En la biblioteca paterna
encontró acceso a una gran variedad de lecturas; declaró que sus libros
preferidos entonces fueron Don Quijote de la Mancha, la Biblia y La Iliada.
En la casa de La Coruña leyó además La conquista de México de Antonio de
Solis y las Vidas Paralelas de Plutarco. Los libros sobre la Revolución
Francesa la fascinaban. Cuando la familia iba a Madrid durante los
inviernos, Emilia asistía a un colegio francés protegido por la Real
Casa, donde fue introducida en la obra literaria de La Fontaine y
Jean Racine-—lo que le será muy útil en sus frecuentes viajes a Francia para
conectar con la literatura europea y conocer y tratar a muchos autores
importantes, como Víctor Hugo-. A los doce años la familia decide quedarse en
La Coruña durante los inviernos y allí estudia Emilia con instructores
privados. Se sale del ritual de la educación femenina al negarse a tocar el
piano y a tomar clases de música. Dedica todo el tiempo posible a su verdadera
pasión, la lectura.
No era un tipo de femenil hermosura,
como debió serlo en su juventud la condesa de Pardo Bazán, madre de la
escritora, ilustre en cuya compañía, recibe los lunes, no se le puede tampoco
desdeñar abiertamente. En ella hay mucho de varonil, no solo en el talento,
sino en las condiciones físicas y hasta morales de la mujer. Doña Emilia , más
que una amiga, es el camarada con quien platicamos sin convencionales o
estudiadas reservas.
Desde el primer momento “me trató con la llaneza de un antiguo conocido,
presentándome a sus tertulianos que eran aquella tarde la duquesa de Osuna,
Blanca de los Ríos, los académicos de la Española Menéndez y Pelayo y Castro
Serrano, el de la Historia Luis Vidart, el novelista griego Bikelas, Rubio y
Lluch y Merlchor del Paláu, literatos catalanes, y media doctores de
escritores, casi todos jóvenes y periodistas”.
En las tertulias, la acompañaban a doña
Emilia, atendiendo a los invitados con refrescos y passtas, sus tres hijos:
Jaime, de dieciocho años, simpático y jovial; Blanca , espiritual, de quince
primaveras , de elegante presencia y una
delicada belleza; y Carmen, una niña muy traviesa, de diez años y agraciada de
rostro.
La conversación siempre giraba en torno
a la literatura y novedades teatrales; pero una tarde, la charla que mi llegada
interrumpio por un par de minutos, era sobre política. Jaime, ahijado de
bautismo de don Carlos de Borbón, abogaba por la causa de su padrino,
apoyándolo dos o tres de los presentes”. Palma oía impasible los encontrados
juicios, cuando doña Emilia fue carlista y hasta desempeño en Inglaterra misión
en servicio de la causa, le dijo: “Usted bebe haber conocido a don Carlos,
porque hace poco visitó el Perú”.
“Si señora: lo tuve de visita en la
biblioteca de Lima”.
“Y qué impresión le produjo a usted?
Interrogó uno de los tertulianos”.
“La de un hombre muy ilustrado y muy
conocedor del mundo, que no esta lejos de transigir con muchas de las ideas
modernas que la marcha progresiva de la Humanidad ha impuesto”.
¡Ah! ¡Es de los nuestros! – exclamó uno
de los amigos de Jaime.
“No tanto, caballerito. Mi credo
político es el radical, y en mi condición de extranjero no lo predico sino en
mi parroquia”.
Por
lo mismo exclamo Jaime, la opinión de usted es la del imparcial. “Vamos, dígame
con franqueza su opinión”.
“Por lo poco que hasta ahora he conocido
de España, veo que los carlistas, aunque son minoría, constituyen el único
partido compacto, excepción hecha del grupo nocedalista, desautorizado ya por
don Carlos”. Ellos no discuten la
jefatura del marqués de Cerralvo, y no
se permiten hacer observaciones a una consigna.
El carlismo, más que un prtido es una
secta. La división en que viven conservadores y liberales, con más de un pontífice
para cada comunión o partido político, me parece que es lo que vigoriza y
mantiene en pie el carlismo, cuya victorias no la creo improbable si continúan anarquizándose
sus adversarios . Preferible es
disponer, en un momento dado, de pocos,
sumisos a una orden, a contar con
muchos si éstos se echan a deliberar
sobre el mandato, perdiendo tiempo en discutir. En cuanto a los republicanos,
unos con Pi y Margall quieren la república federal, dando la omnipotencia al
municipio; otros, con Salmerón , la buscan como resultado del libre sufragio
popular, unos , con Ruíz Zorrilla, aspiran a que la revolución, más o menos
sangrienta , traiga la República; y otros que son los poetas, los posibilistas
de Castelar, la esperan como fruto de contemporizaciones con la monarquía, creyendo
que cada reforma liberal que de ella alcanzan
en un peldaño para llegar a la eminencia, la República. De esa falta de
unidad, de esa anarquía en el procedimiento, ha surgido el caos. Por eso los
republicanos, en España, no se entienden ni hay quien los entienda. “Son un
logogrifo” de difícil descifración. He aquí
por qué, creyéndolos, como los creo, mayoría, paréceme más débiles que
el carlismo, que siquiera es minoría compacta. Hay unidad en su credoy en la
acción: y en esa unidad veo yo su fuerza.
Y tras largo discurrir todos sobre mis
palabras, asintiendo unos y refutando otros, sucedió que, así en los lunes de
doña Emilia, como los jueves, en la tertulia de Luis Vidart, “me llamaban el carlistón”; y
Rafael de Altamira, joven de clarísimo talento y redactor principal de la “Justicia”,
diario republicano, en un benévolo juicio que sobre mi persona y libros
0publicara, declaró que lamentaba el que yo fuese carlista.
“Y he aquí el cómo y el por qué yo viejo
radical en mi patria, pasé en España por absolutista rancio”
Hace muchos años que doña Emilia, llego
a convencerse de que sus ideales políticos,
religiosos y sociológicos no armonizaban con la causa carlista, y adjuró de
ella , consagrando su talento y su pluma a las defensa de la monarquía
constitucional , por mucho que tal cambio
de bandera parezca contradictorio en quien escribiera un día estos
conceptos: “Las mujeres somos, en política, bastante consecuentes: nada ganaríamos
con ser volubles ¿Qué estimulo nos había de empujar a la deserción?. No nos es
dado aspirar a más puestos oficiales que al de estanqueras o al de reinas; y
para mi, ya se deja entender que ni tanto acá ni tanto allá”.
Realmente, doña Emilia, en el carlismo,
era una planta exótica, como lo sería
mañana en el campo de los republicanos. Para carlista le faltan fanatismo religioso
y amor al pasado con todos sus errores y ñoñerías; y para republicana le falta
la fe de la creencia en el dogma democrático.
Ha esa tertulia de los lunes, también asistía
Blanca de los Ríos de Lampérez, quien se encontraba en plena luna de miel, pues
hacía pocos meses se había casado, con un joven ingeniero. Blanca tenía el
aspecto de una chiquilla y había que mimarla, Era pequeña, delgada, agraciada,
sin ser tipo de belleza, exenta de gazmoñerías, espiritual y con una voz muy
dulce, “al hablar con ella se olvida uno de la literatura para atender solo a
la mujer”. Blanca de Ríos ha escrito prosa muy delicada y versos preciosos,
entre los que su libro “Romancero de Alfonso Onceno”, fue muy reconocido y
elogiado por la Academia Española. Es una escritora que se conserva hija de
Eva, y esto hace que un cuarto de hora
de conversación con ella sea
verdaderamente delicioso.
Sigue contando Ricardo Palma: Pedí una
tarde a doña Emilia órdenes para el Escorial, el famoso gigante de piedra que
hizo construir el sombrío descendiente
de Carlos V , y mi buena amiga tuvo la amabilidad de darme una tarjeta para el padre Blanco García, tarjeta en que
con lápiz escribió breves líneas de recomendación”.
El agustino Blanco García, es autor de
dos interesantes volúmenes sobre la historia de la literatura castellana, obra que, en la prensa madrileña,
motivaba por esos días alguna controversia.
El padre Blanco García está en plena juventud, y su fisonomía revela
a un hombre muy estudioso. Es alto, delgado y de animadísimos ojos. A juzgarlo
por su facilidad de palabra y su correcto de su dicción, debe de ser un notable
orador sagrado. Aunque tiene una catedra en el colegio del Escorial, no hay en él
la gravedad dogmatizadora del
catedrático vanidoso. “No sé por qué se me ha clavado entre ceja y ceja que el
padre Blanco García, en lo moral y en lo físico, tiene mucho de parecido con otro agustino ilustre, con Fray Luis de
León”.
Ricardo Palma prosigue contando que fue
una larga visita que le hizop en el monasterio, en el que pudo observar y
apreciar el talento e ilustración del padre Blanco García, en el trayecto del
Escorial a Madrid, “pues fuimos compañeros de viaje”, el padre ya había leído casi
todo lo publicado en literatura e historia , y había leído sobre muchos autores
americanos. El agustino le confeso que tenía
el propósito de escribir un libro juzgando a los literatos de la América
latina, “libro qué el estimaba como complementario de su obra sobre la literatura
castellana”.
La señora Pardo Bazán ha sido muy juzgada por plumas eminentes, tiene
un indiscutible talento, o por echarla de novedoso, dijera que no está su mérito
a la altura de su famas, con lo que conquistaría reputación de malévolo y
envidioso “Lejos de eso, mi convicción sincera es que doña Emilia constituye una de las más altas glorias literarias de España y de nuestro siglo, y
que esa gloria sería tanto mayor
cuanto menores fueran las
aspiraciones varoniles de la escritora. ¿A qué pretender que en homenaje a ella,
a su ilustración, a su inteligencia, que nadie ha osado negar, rompa la
Academia Española con seculares tradiciones, abriéndola de par en par sus
puertas? ¿La Academia aumentaría, por ser tal, en un quilate la bien
conquistada reputación de la literatura?. “Conservase mi amiga doña Emilia siempre
mujer, y no renuncie a las prerrogativas
de su sexo, que la severidad autoritarias del académico cuadra mal en
boca que habla de trajes y modistas. A la madre Eva, con ser quien dicen que fue
y un tanto parienta nuestra, le negaría yo asiento en la casa de la calle
Valverde, e igual falta de galantería ostentara con doña Emilia”.
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