A comienzos de los años ochenta, en Oviedo es invierno, y la lluvia en esta ciudad es lo único que debe de tomarse en serio. Nuño de Robledal escribe; “Las nubes encapotadas y extrañas cubren con su hopalanda extravagante el cielo arqueado, como mallas imposibles de quebrantar y entonces se burlan de la población humorística y de las acerbas ironías transferibles de sus habitantes caprichosos, al sumergirlos en un ambiente húmedo…”.
Por aquellos días, en el cine Aramo de la calle Uría, estaban dando una película dirigida por el asturiano José Luis Garcí, “Las verdes praderas”, cuyo argumento narra En la empresa en la que es ejecutivo, José está creando un nuevo spot publicitario que resulta a todas luces, un éxito, gracias al talento espontáneo del hombre del pueblo que da con la frase exacta, que José posee. Se ha hecho célebre entre todos y es admirado por grandes y pequeños de la empresa. La publicidad da dinero y los sueños de niño de José han podido ser hoy una realidad: chalet en la sierra, coche importante, todo lo que cualquiera puede soñar. La película transcurre durante un fin de semana en dicho chalet. Los sueños comienzan a desvanecerse ante la clara realidad; mil problemas que su, desde luego, encantadora esposa le plantea, arreglo de bicicletas de los pequeños, aterrizaje imprevisto de la suegra, que le detesta, y de un futuro cuñado estúpido, partido de fútbol obligado, en lo mejor de los sueños, entre los eternos rivales de la urbanización; sin faltar el propio director de su empresa, que reside cerca, y le ruega que tenga preparado un informe para el lunes siguiente. No puede descansar un instante, mientras todos quieren hacerlo a costa suya. En la cama, por si fuera poco, problemitas con su esposa. Pero tiene un rato para pensar, y piensa que nuestro trabajo, nuestra vida, se la disfrutan muchas empresas. Habla con su esposa, se deciden, queman la casa y se van tan felices.
Una noche de frío y lluvia dos periodistas, Miguel Rama y Luis José Ávila, un tanto aburridos, después de llenar cuartillas en el periódico, deciden entrar, a ver el film. El cine no esta muy concurrido, la película, es un poco aburrida, al cuarto de hora deciden abandonar la sala, con intención de tomar algo a alguna cafetería cercana. Al llegar a la calle Uría, desde un coche blanco los llaman, se trata de Graciano García, que se encuentra al paro, bajo de moral por su cese en “Asturias, Diario Regional”, un periódico un tanto progresista, a imagen y semejanza del País. Este nuevo diario, que no duró ni un año en los kioscos. En sus páginas y desde el primer día, el editorial ya anuncia que “defenderá los intereses mayoritarios del pueblo asturiano, que están por encima de cualquier ambición partidaria u oligárquica y que las presiones serán rechazadas y denunciadas publica y enérgicamente…”(…) “…este periódico, que cree en el modelo de convivencia de las sociedades occidentales –que permite ser mejorado progresivamente- no va a olvidarse de defender los derechos de las minorías, los niños, las mujeres, y los viejos…”.
Los tres deciden entrar en el Ronda, antiguo Bar que se encontraba en la calle Pelayo, en los bajos del antiguo Hotel La Jirafa, en la actualidad es el Banco de Santander. Graciano les comenta a los dos amigos periodistas que tiene un sillón en la esquina de la sala y que allí sentado esta pensando en una brillante idea la de “crear unos premios para Asturias”. Ambos amigos a esas horas le dejaron que expusiera sus ideas, pero no le creían, ni daban crédito de lo que hablaba. Después de un rato se despidieron, Graciano se fue en busca de su carro, y Ávila y Miguel Rama, marcharon también en busca del de ellos. Al subir al carro Ávila le dice a Miguel Rama “Graciano esta muy mal, muy mal de la cabeza”. Así pasaron los meses y la idea que Graciano andaba contando como un orate, por toda esta Vetusta- decimonónica, levítica y burguesa, la muy noble y leal ciudad. Corte en el lejano siglo- se hacia realidad seis meses más tarde, con la estrecha colaboración del entonces Jefe de la Casa Real Sabino Fernández Campo.
Cuenta el periodista Faustino Fernández, su gran amigo y compañero de profesión otra anécdota: Cierto día se encontró con Graciano en la Cafetería Wolf, quien ya andaba exponiendo a sus allegados, la idea que le maquinaba en su cabeza. Faustino, después de escucharlo con paciencia, intentó bajarlo de la nube:
-Dejate de tonterías y mira a ver si entras en Radio Asturias, que hay una plaza libre.
Graciano quijotesco y visionario, siguió de nuevo su tozudez y parió
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