Con sus vastas punas, cortadas por frondosos valles y coronados por picos nevados, su clima templado y aire puro, el Perú Andino, origen de una gran civilización y en otros tiempos centro de un gran imperio, nos deslumbra con la belleza de sus paisajes y nos parece tierra propicia para vivir sanamente, lejos de las agitadas ciudades sucias y ruidosas de la costa.
Sin embargo, la población de los departamentos del sur, agitados por el terrorismo, emigra fuertemente a la costa, abandonando sus tierras, que difícilmente pueden recuperarse para la agricultura, una vez invadidas por la maleza.
Conservando antiguos patrones de cultivo y explotación ganadera en un área que comprende la cuarta parte del territorio del Perú, la población andina parece haber llegado al nivel máximo sostenible con los recursos regionales. Al reducirse la tierra cultivada durante los últimos treinta años, hecho no compensado por el aumento de la productividad, que registra los niveles más bajos de América, el hambre, engañado con el consumo de caldos de papa, y coca, se ha agudizado, sobre todo en el ambiente rural.
Donde aún en el siglo XVII habían hombres altos y fuertes, según cronistas serios como el padre Bernabé Cobo, ahora encontramos hombres de baja estatura, débiles sobre todo en su falta de resistencia al esfuerzo prolongado y las enfermedades infecciosas.
Los récords mundiales de mortalidad infantil y malnutrición en niños menores de 6 años del orden de 200 por mil y 70 por ciento respectivamente nos indican que el Perú Andino no produce los hombres fuertes, que necesita y se encuentra en un estado de lamentable decadencia. Un recorrido por el interior de los departamentos nos muestra el abandono de los antiguos canales y sistemas de riego y la desorganizada labor de las comunidades. Predominan la apatía y hasta un cierto grado de estupor donde en otros tiempos luchaban hombres nobles con vigor y armonía para sobrevivir con un mínimo de recursos técnicos.
Como sabemos que nuestra energía proviene de los alimentos, que ingerimos, y se compone de la energía indispensable para la manutención de las actividades fisiológicas vitales y de la energía adicional, dispone para las labores productivas y de recreo, revisamos los niveles calóricos de los peruanos, que miden la energía global, no debe sorprendernos el hecho confirmado que el poblador del Perú Andino presenta los niveles mas bajos de energía alimentaria de las zonas templadas del mundo, lo cual resulta aún más inadecuado por la falta de calefacción, incluso en las regiones frías. La deficiencia de energía alimentaria no permite el fuerte trabajo físico, requerido por la actividad agrícola, generalmente no tecnificada, y conduce a la preferencia del pastoreo, que suele estar a cargo de niños con menores requerimientos energéticos.
La mujer andina, agobiada por una abundante prole, consecuencia de su elevada fertilidad, resulta esclava de su biología y las duras faenas, contrastando su porte humilde con la elegante y orgullosa postura de los auquénidos, que siempre se negaron a aceptar tareas extenuantes.
En el Perú en la gran Encuesta Nacional de Consumo Alimentario realizada entre los años 1971 y 1972, ya quedó demostrado, en un muestreo alrededor de ocho mil familias, que el habitante de la sierra recibe aproximadamente 200 calorías menos por día que el de la costa, a pesar de vivir en un clima más frío, que aumenta las necesidades calóricas. Desde entonces ha empeorado la situación del Perú andino.
Como también demuestran, tanto trabajos de investigación peruanos como extranjeros, la deficiente alimentación y la consecuente reducción del azúcar (la glucosa) en la sangre, comprobada en el poblador andino, predisponen a la rebeldía y la violencia. Nos encontramos aquí con una explicación bioquímica del terrorismo, que se extendió de las universidades andinas al campo. La confusión mental y la sensación de irrealidad caracterizan la hipoglucemia, formada por la caída del nivel de glucosa hemática, y se suman a las frustraciones de jóvenes de deficiente formación física y mental, motivada también en parte por problemas alimentarios.
El contraste entre el ambiente medioeval, que aun predomina en muchos parajes de los Andes, y el mundo contemporáneo proporciona la chispa que prende las llamas de la subversión.
La violencia de la represión no logra extinguir el incendio, que se alimenta de estómagos vacíos. El drama parece agravarse habiéndose iniciado en la Sierra Sur, el Trapecio Andino, donde impera la mayor deficiencia de energía alimentaria y el clima más frío, y se extiende a la sierra central y norte, así como el resto del Perú.
En la ciudad del Cuzco la falta de adecuados niveles de energía es el mayor problema alimentario, en la zona frente a la promoción de diversas proteínas caras, que encarecen la alimentación y generalmente no son necesarias, ya que el requerimiento proteico está cubierto apropiadamente.
El deficiente fijo de energía alimentaria incapacita al hombre para el trabajo físico fuerte y sostenido y predispone a muchas enfermedades infecciosas. Por lo tanto disminuye la producción de bienes y alimentos y reduce a la población a su actual miseria.
En el interior del departamento del Cuzco el pan y el arroz exceden el cien por ciento y el 40 por ciento sus precios de la costa. Sin embargo, la Corporación de desarrollo Cuzco prefiere invertir sus recursos en una nueva fábrica de cemento en lugar de estimular el sector agropecuario, prioritario para evitar la emigración a las ciudades. El masivo consumo de la papa, cuyo precio al público en el Cuzco es igual que en Lima, puede saciar sin llegar a cubrir el requerimiento energético, al constituir una dieta de adelgazamiento, porque en Europa, pero altamente inadecuado para el habitat andino, que requiere alimentos más concentrados, como los cereales. Tanto el incanato como las demás grandes civilizaciones de América, Asia y Europa se desarrollaron sobre la base del empleo de los cereales, especialmente del maíz, arroz y trigo, que se conservan y transportan a costos mínimos, en función de su bajo contenido de agua y alto nivel de energía, a diferencia de los tubérculos.
Para elevar el nivel energético alimentario del habitante andino a 2.300 calorías por día necesitamos la cantidad adicional de 24.000 toneladas mensuales, de cereales, cuyo costo equivale aproximadamente al de dos aviones Mirage si mantenemos su abastecimiento durante un año para los diez millones de habitantes del Perú Andino , que con urgencia necesitan esta ayuda para conservar su vida y su identidad noble, amenazada de extinción en las grandes ciudades de la costa.
La atención preferente de las necesidades del poblador urbano a través de construcciones de interés social y la extensión de las redes de agua y fluido eléctrico, así como la instalación de mercados y comedores populares fomenta el abandono del campo y aumenta peligrosamente el crecimiento de las ciudades, atestadas de hombres y vehículos, empeñados en una frenética carrera, que corroe el alma.
El fomento del crédito agrario hasta ahora no ha podido aumentar adecuadamente la producción andina. Se requieren cultivos selectivos para aumentar la rentabilidad de las pequeñas parcelas y el flujo de energía alimentaria barata para sostener el trabajo del agricultor.
Por ahora, sólo la importancia adicional de cereales para el Perú Andino puede cubrir la deficiencia de energía, que reduce al hombre a un nivel mínimo de actividades, en su mayor parte fisiológicas. Con suficiente energía el campesino puede enfrentarse no sólo al reto de una naturaleza agreste sino también contribuir a la formación de un Perú mejor.
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