sábado, 18 de junio de 2011

EL DÍA EN QUE ESPAÑA PERDIO AL PERÚ



Hace algún tiempo vino de vacaciones a Oviedo el padre Hermógenes García, prior de los Dominicos en el Perú. Como los días eran bastante buenos,  decidimos invitarlo a que conociera Somiedo,  una de las zonas más bonitas  de Asturias. Donde todo el concejo es una sucesión  de cumbres majestuosas y valles salpicados de brañas, - entre sierra y sierra se dejan ver  pequeñas vegas verdes o laderas con bancales de escanda y patatas, principales cosechas de este concejo-. Las tierras de Somiedo tienen el encanto de lo silvestre y bravío del terreno, unido a unas gentes de noble condición y muy hospitalarias. Quienes suben a los pueblos de Somiedo no se olvida fácilmente de esta tierra en la que aún sobrevive el oso, joya de la fauna astur.

 La tierra de Somiedo se junta con el cielo, con ese cielo azul, que es la prolongación del color de nuestra bandera de Asturias.

Nuestro viaje fue muy fructífero, para nosotros que nunca habíamos visto de cerca un “teitu”, y poder visitarlo por dentro, y contemplar las vacas “roxas”, que pastaban por los verdes prados de las brañas.

Desviamos hacía el valle de Saliencia, siguiendo el curso del río, se alcanza rápidamente la parroquia de San Andrés de Veigas, que hasta hace poco tiempo perteneció al patronato de la Casa de Valdecarzana. El poblado todavía conserva algunas casas con las techumbres de escoba. En fecha que se pierde en la niebla del tiempo hubo un monasterio llamado San Andrés de Coxega. De acuerdo con la toponimia, parecer ser que su hipotético emplazamiento se sitúa algo separado de la margen derecha del río en el lugar conocido por Coxega de Arriba

Siguiendo la carretera y un poco más adelante asoma en el  frondoso valle el pueblo de Villarín , que parecer revivir todavía el misterio de la Asturias mitológica. Los lugareños de este lugar son conocidos cono los del “río Sulafuecha.. A la entrada del pueblo nos llama la atención una gran casa solariega. Un vecino  nos indica que fue de Jerónimo Valdés y Sierra, conde de Villarín y vizconde de Torota, quien fue teniente general del Ejército español de principios del siglo pasado. Esta casa, completamente abandonada y sólo al cuidado de un matrimonio, nos recuerda  que allí residió un valiente guerrero, que combatió en la batalla de Ayacucho. El padre Hermógenes me mira incrédulo, no ha entendido bien y vuelve a preguntar, el casero nos vuelve a recordar que el señor conde mando al ejército realista en la pampa de la Quinua en Ayacucho, en el Perú.

Entonces tomamos más interés y le rogamos que nos enseñe los interiores de la Casona, que antaño albergó grandes festines y en el que se reunían  mandos del ejército español para festejar sus victorias  y quitar importancia a las derrotas. Fernando Valdés, embajador en Helsinki, único hijo del general somedano, ordenó la culminación de la obra palaciega en 1884 , casi treinta años después que muriese su padre.

Me interesó y me llamó la atención que un somedano de Villarín, paisano y vecino de mi padre, quien era natural de Orderias –que también emigró a esas tierras del Imperio de los Incas- hubiese tenido en sus manos los destinos de los pueblos americanos.

Jerónimo Valdés y Sierra, había nacido en 1784, según dicen de niño era muy travieso y ayudaba a sus padres en las labores de labranza. En el seminario de Lugo curso los primeros años de la carrera eclesiástica. Es trasladado a Oviedo, alcanzando el grado de Bachiller , con nota de sobresaliente, en la Facultad de Filosofía de la Universidad ovetense. Me imagino a Valdés por las calles de aquel Oviedo, rodeado de sus compañeros de clase, gente moza, alegre y dispuesta siempre a la jarana y al alboroto.

Siguió luego estudios de Jurisprudencia, donde le sorprende la invasión napoleónica. Esta circunstancia le hace cambiar el rumbo en sus estudios, por lo que termina siendo un  militar profesional, llegando a alcanzar en el Ejército  la más alta graduación: Teniente General. Le fueron concedidos los títulos nobiliarios de conde de Villarín y vizconde de Torota. Siendo también condecorado con la Gran Cruz de Carlos III..

En 1816, restaurada la monarquía de Fernando VII, es destinado como jefe de Estado Mayor de las fuerzas que combatían en el Perú contra la insurrección americana. Por las victorias alcanzadas contra los insurrectos y a propuesta del virrey La Serna, obtiene sucesivos ascensos hasta alcanzar el de Mariscal de Campo. 

Como la batalla con los realistas era eminente, desde Pativilca ordenó Bolívar el reclutamiento con la más férrea disciplina, dispuso la incautación de bienes civiles y eclesiásticos y ordenó se mantuviera la pena de muerte por insubordinación .Bolívar se encontraba en  Pativilca, restableciéndose de una enfermedad. Cuando se sintió con fuerzas se dirigió a Trujillo,  para reorganizar sus tropas. Mientras tanto,  Sucre, preparaba las fuerzas para los combates y dificultades de la sierra. Una vez terminado todo, y tras unificar el mando político, se dirigió al Callejón de Huaylas para empezar la campaña.

El ejército de Bolívar contaba con diez mil hombres al iniciarse las operaciones. Los realistas tenían dieciocho mil entre Jauja y  Potosí, a las ordenes de Canterac, Valdés y Olañeta, y naturalmente, del virrey.

Bolívar y Sucre se dirigieron hacia Cerro de Pasco. Enterado de ello Canterac, acudió a su encuentro desde Jauja con un ejército de ocho mil hombres. Bolívar se desvió hacia el Sur, dando la vuelta a la laguna de Junín, y Canterac, temeroso de que le cortara los aprovisionamientos y la comunicación con el Virrey, hizo retroceder a su ejército y llegó a la Pampa de los Reyes, antes de los independentistas. Sin embargo, Bolívar atacó a la caballería de Canterac y la derrotó.

Bolivar  inmediatamente avanzó a Jauja, llegó a Huamanga (Ayacucho), el 24 de agosto,  permaneciendo en Huamanga durante un mes, y después avanzó a Apurimac como a unas sesenta millas del Cuzco. Bolívar recorrió todo lo largo del río y en los primeros días de octubre emprendió su marcha a la costa, ordenando a José Antonio de Sucre que se estableciese entre Abancay y Andahuaylas.

Los dos ejércitos marchaban en la misma dirección y en líneas paralelas, y casi a la vista, solo separados por el caudaloso río Pampas, intercámbiandose algunas veces tiros. El jefe español se proponía, ante todo, cortar la comunicación de los patriotas con Lima y a  la vez forzar a éstos a descender al llano abandonando las crestas de Matará.

Sucre atravesó la profunda y escarpada quebrada de Corpahualco, y habían avanzado camino de ella las divisiones de vanguardia y centro, cuando la retaguardia fue bruscamente atacada por las tropas de Valdés, el más inteligente y prestigioso de los generales españoles. Los patriotas perdieron  en esa jornada todo el parque, uno de los cañones que formaban su artillería y cerca de 300 hombres. El desastre habría sido trascendental si el batallón Vargas, mandado por el comandante Trinidad Morán  no hubiera desplegado heroica  bizarría, dando con su resistencia tiempo para que el ejército acabase de pasar el peligroso desfiladero.

Sucre y su ejército hizo alto en el pueblo de Quinua el 5 de diciembre. Las tropas realistas continuaron en la misma dirección al llegar a Pacaycasa y Huamanguilla hicieron una conversión completa. En la tarde el Virrey La Serna avanzó a ocupar las alturas de Condorcunca (cuello de cóndor) hacia el Este, de donde se domina por completo el pueblo de Quinua, y teniendo cortada para los patriotas la comunicación con el valle de Jauja.

El día 7 de diciembre Sucre estableció su cuartel general en las pampas de Ayacucho, cerca de la ruinosa Iglesia de San Cristóbal. Por casi una hora  antes de la puesta de sol, las avanzadas de infantería tirotearon al pie de las alturas. Dice Ricardo Palma “La junta de guerra decidió, por unanimidad de votos dar la batalla a la mañana del siguiente día, por cuanto sus provisiones y municiones eran muy escasas.

El gran historiador peruano Jorge Basadre Basadre escribe “que fue tal el hambre del ejército patriotas que el santo y seña de aquella noche fue pan y queso”.  Solo quedaba carne para racionar a la tropa por uno o dos días más. A media noche, el joven General colombiano Córdova silenciosamente atravesó la pampa con una compañía de infantería e hizo un nutrido fuego sobre las avanzadas realistas.

Al amanecer, el General Sucre formó su ejército en orden de batalla. El general Gamarra mandaba el estado mayor y era Ramón Castilla su ayudante general. La división colombiana del General Córdova se colocó a la derecha de  Hastun-huaycu, cubriéndose su flanco. La segunda división colombiana a órdenes de Jacinto Lara estaba en el centro, y la división peruana de La Mar, a la izquierda, apoyando a su ala en la quebrada de Vendamayo. La caballería de Miller también ocupaba el centro, los patriotas contaban  con sólo una pieza de artillería de a cuatro: el número total de hombres era de 5.780 de los que 4.500 eran colombianos, 1200 peruanos y 80 argentinos.

El virrey tenía su ejército tendido sobre la falda de los cerros entre los matorrales. El gobierno español reconoció el nombramiento de La Serna, a pesar de la manera irregular como había sido nombrado, y le confirió el título de Conde de los Andes. Colocó la división de Villalobos a la izquierda, haciendo frente a Córdova, la de Monet, en el centro y Valdés a la derecha. Las piezas de artillería de campaña que quedaban reducias a once, las monto en el lugar llamado Chinchicancaha, al borde de la quebrada Hatun-huaycu . El número total de las fuerzas realistas eran de 9.310. Como se puede ver era superior el ejército realista.

La batalla de Ayacucho tuvo al iniciarse, todos los caracteres de un caballeresco torneo. Relata Palma: “Antes de iniciarse la contienda los soldados de ambos ejércitos se dieron un fraternal abrazo”

“Treinta y siete peruanos, entre jefes y oficiales, y veintiséis colombianos, desciñéndose la espada, pasaron la línea neutral, donde, igualmente sin armas, los esperaban ochenta y dos españoles. Después de media hora de afectuosas expansiones, regresaron a sus respectivos campamentos, donde los aguardaba el almuerzo...”  

La división Valdés, organizada con los batallones Cantabria, Centro y Castro, había dado un largo rodeo y aparecía ya por la izquierda. La caballería, al mando de Ferraz, constaba de los húsares de Fernando VII, dragones de la Unión, granaderos de la Guardia y escuadrones de San Carlos  y de alabarderos. Las catorce piezas de artillería estaban también convenientemente colocadas.

En el acto Córdova al grito de ¡Adelante! ¡A paso de vencedores! cargó a la cabeza de los colombianos en cuatro líneas paralelas. La caballería  colombiana mandada por Silva, atacó al mismo tiempo. Después de un prolongado y tenaz combate, los realistas comenzaron a ceder el terreno y, por fin abandonaron el campo de batalla.

El virrey fue herido en la cabeza y hecho prisionero, en tanto que Monet y  Villalobos se retiraban por las elevadas lomas en espantosa confusión. Valdés hizo un gran rodeo de cerca de una legua, y amenazó el flanco izquierdo de los patriotas por el lao del riachuelo Venda-mayo. Rompió nutrido fuego contra las fuerzas de La Mar, que al principio se vieron obligadas a retirarse. Una parte de la división de Lara, que vino en su auxilio, también fue rechazada. Los realistas atravesaron el riachuelo y emprendieron la persecución. En este crítico momento Miller, que mandaba a los “Húsares de Junín”, dio una carga que los hizo retroceder, dando así tiempo a la infantería peruana para reorganizarse y entrar de nuevo en el combate. Atravesaron el riachuelo mandados por el Coronel José María Plaza quien con ímpetu y resolución con que cargaron, que la división de Valdés  quedó hecha pedazos, dispersándose la infantería y fugando la caballería en todas direcciones.

La victoria de los patriotas fue completa. La batalla de Ayacucho había durado una hora, y con ella quedó terminada la guerra. Antes de la puesta de sol, el General Canterac presento la rendición, y se firmaron los términos de la capitulación

Dice el historiador peruano Gustavo Pons Muzo que “La rivalidad entre Canterac, favorito del virrey y jefe del Estado Mayor de los españoles, y Valdés el más valiente, honrado y entendido de los generales realistas, influyó algo para la derrota. El plan de batalla fue acordado entre La Serna y Canterac, y al ponerlo en conocimiento de Valdés, tres horas antes de iniciarse el combate, este murmuró al coronel del Cantabria, que era su íntimo amigo: - ¡Nos arreglaron los insurgentes! Ese plan de batalla han podido urdirlo dos frailes, pero no dos militares. Los enemigos nos habrán hecho flecos antes de que lleguemos a la falda del cerro, y aún superado este inconveniente, no nos dejarán formar línea ordenada de batalla. En fin, soldado soy, y mi obligación es ir sin chistar al matadero, y cumplir como Dios me ayude, con mi rey y con mi patria...”.

La Capitación de Ayacucho, firmada por Canterac, establecía la entrega de todo el territorio que estaba aún en poder de los realistas en el Perú, hasta el Desaguadero, la plaza de El Callao. Los prisioneros quedarían el libertad. Se respetarían las propiedades españolas en el Perú, y los que quisieran podrían regresar a España a cargo del Gobierno peruano, el cuál también se haría cargo de la curación de los heridos. La Serna, Valdés,  Carratalá y Canterac embarcaron para España.

Olañeta no se avino a la Capitulación de Ayacucho, por lo  que José de Sucre salió en su persecución, y en la batalla de Tumusla fue muerto por sus propios oficiales, que eran partidarios de capitular con los independentistas.

Jerónimo Valdés, al llegar a España, escribió sobre la derrota de Ayacucho, el siguiente trabajo: “Refutación del manifiesto que el teniente general D. Joaquín de la Pezuela  imprimió en 1825 a su regreso del Perú”.

Años después Ricardo Palma, el gran tradicionalista y en ese entonces Director de la Biblioteca Nacional,  cuenta que “El señor don Fernando Valdés, conde de Torata (hijo de Jerónimo Valdés),  y coronel de artillería en el ejército español, ha tenido la amabilidad de remitirme, acompañado de benévola carta, un ejemplar del primer tomo de la obra que sobre nuestra guerra de Independencia a entregado a la publicidad...”

El general Valdés divide su exposición en tres partes. “Consagra su primera a justificar lo  injustificable de ese acto clásico de la indisciplina. En la segunda se contrae a recriminar la defección de Olañeta en el Alto Perú, y en la tercera y última a probar que la Batalla de Ayacucho no se perdió por traición ni por ignorancia sino por cobardía de la tropa (colecticia,  y en tres cuartas partes compuesta de peruanos), y por haberse adelantado, más de lo que se previno. Sintetiza el general Valdés su exposición pidiendo al Monarca que considere en autoridad de cosa juzgada  todo lo relativo a la deposición de Pezula; que declare odiosa la memoria de Olañeta, y que estime merecedores de nacional aprecio y de sus reales bondades a los vencidos de Ayacucho...”   

Es destacado a la guarnición de Zaragoza, donde manda el Ejército de Aragón para someter a los insurgentes de Benasque y Mequinenza, donde demostró sus cualidades de veterano militar y estratega. Después de desempeñar importantes cargos, ya anciano se retira a Asturias, donde falleció  el 14 de septiembre de 1855, siendo enterrado en la ermita de la casona de Villarín, en la que descansan sus restos. A su lado yace su esposa.

Para Asturias, la figura de Jerónimo Valdés es muy importante y apenas se le de la importancia que se merece,  porque de él dependió en su momento la vida de todas las nacientes naciones hispanoamericanas.

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