miércoles, 8 de junio de 2011

RECUERDOS DE UN VIAJE A LA CIUDAD DEL CUZCO Y MACCHU PICCHU


En el año 1973, en que hicimos nuestro primer viaje a Lima, lleve a mi mujer a conocer el Cuzco y Macchu Picchu. Compramos en una agencia de viajes todo el paquete turístico para ir a esta ciudad “ombligo del mundo”.

El 24 de junio se cumplen los cien años del descubrimiento de Macchu Picchu, por el profesor norteamericano de historia Hiram Bingham, quien estaba interesado en encontrar los últimos reductos incas de Vilcabamba. Él había oido contar a los hacendados locales de esta ciudadela. Fue así como llegó a Macchu Picchu guiado por un arrendatario de tierras Melchor Arteaga y acompañado por un sargento de la Guardia Civil apellidado Carrasco. Allí se encontraron con dos familias de campesinos que vivían allí, quienes usaban los andenes de la parte sur de las ruinas para sus cultivos, y tomaban el agua de un canal de la época inca que funcionaba y que traía el agua de un manantial. Bingham fue guiado por alguno de los  familiares que residían allí hasta la misma puerta de entrada a la ciudadela, que estaba cubierta de maleza.

En el aeropuerto Jorge Chávez, en la zona de embarque para vuelos nacionales, el avión con destino al Cuzco, salio de inmediato y a media mañana aterrizábamos en el aeropuerto del  Cuzco, también llamada “la Capital Antropológica de América”. Al llegar al bonito y moderno hotel de Turistas, nuestro guía nos recomendó que nos estuviéramos quietos por algunas horas para adaptarnos a la altura, que pone la cabeza pesada y la respiración es dificultosa, recomendándonos que no dejáramos de tomar el mate de té de coca, para evitar el “soroche”.

La impresión que produce a primera vista la ciudad del Cuzco, con sus templos, sus soportales de arcadas morunas y sus tienditas oscuras con souvenirs y en otros casos de venta de alimentos, es la de una clásica ciudad española. Pero pronto vemos la fusión de dos culturas distintas al contemplar los muros sobre los que los españoles apoyaron sus construcciones barrocas.   

Al salir del hotel, nos cruzábamos con los pobladores con sus rostros de “Huacos” enjutos, de perfiles afilados y expresión famélica, en muchos casos, sus pies deformes y polvorientos calzan “ojotas”, arreando a las esbeltas llamas. “Chacchar” la coca como autómatas, para hambre, la energía y el frió. Caminando con un trotecillo de bestias de carga y da la impresión que vienen de muy lejos en éxodo de angustia y desesperanza. Van normalmente con la mirada baja y siempre pensando en sus cosas, como atormentados por un látigo invisible.

En la Plaza de Armas del Cuzco, en el atrio de la Catedral, forman grupos y hablan quechua y su vos dulce y quejumbrosa a la par tiene la tristeza ancestral del sonido de la quena que deprime el alma de quien la tañe y de quien la escucha. 
Muy cerca del Cuzco, a dos kilómetros al norte de la ciudad, en las alturas, divisamos la fortaleza de Sacsayhuamán. Desde la fortaleza, se observa una singular vista panorámica de los entornos, incluyendo la ciudad del Cusco. Formada de colosales piedras graníticas (más conocidas como piedras cansadas) y no creo que existan por su volumen y extraña forma en otro lugar del mundo que en el misterioso Egipto.
Es un misterio pensar como los incas conocieron las técnicas de mover esos enormes bloques, y como se las ingeniaron para extraer de las canteras andinas y transportar tan descomunales piedras hasta aquel lugar, y la magistral manera que emplearon para tallarlas, elevarlas y ensamblar su contextura geométrica con tanta perfección y original fantasía del que las contempla. Los conquistadores españoles debieron de quedarse suspensos ante el ingenio constructor de los arquitectos y canteros indígenas.
 Sacsayhuamán que en quechua quiere decir "Lugar donde se sacia el halcón". Es  una "fortaleza ceremonial" Inca ubicada que se comenzó a construir durante el gobierno del Inca Pachacútec, en el siglo XV; sin embargo, fue el Inca Huayna Capac quien le dio el toque final en el siglo XVI.
Para muchos arqueólogos e historiadores, la "fortaleza ceremonial" de Sacsayhuamán es con sus muros megalíticos, la mayor obra arquitectónica que realizaron los incas durante su apogeo.
La suavidad aterciopelada de la piedra resalta en estas formaciones. Hay figuras diseñadas en las piedras y rocas, entradas a túneles subterráneos o chicanas, anfiteatros, construcciones de carácter ritual, probablemente relacionadas con el culto al agua. Este sitio desempeñó un importante rol en las actividades rituales incaicas.
Se piensa que correspondió a una fortaleza militar, en donde se entrenaba a los guerreros. Hay dudas al respecto, ya que, de acuerdo a su arquitectura, podría haber tenido un fin religioso y haber sido construido como un gran templo al Dios Sol. Sin embargo, durante la época de la conquista, mostró su eficacia como fortaleza para defender la ciudad. Su principal característica es la forma en que fue construida; cuenta con grandes bloques de piedra, alcanzando los más altos los 9 m. Se asevera que su construcción demoró 50 años aproximadamente, iniciándose en el período del Inca Túpac Yupanqui. Fue construida por 20.000 hombres.
Dentro de la fortaleza, había grandes almacenes de alimentos y armas, y también canales para la distribución del agua. El trono del Inca, ubicado junto a la fortaleza, consistía de una gran roca tallada y pulida en varios niveles, desde donde el soberano presidía las fiestas, celebraciones, desfiles y daba órdenes.
En la actualidad, quedan vestigios de las tres murallas escalonadas edificadas de piedra caliza de origen sedimentario y formación fasilífera.
Sacsayhuamán está dividida en diferentes sectores: Sacsayhuamán, Rodadero, Trono del Inca, Warmi K’ajchana, Baño del Inca, Anfiteatros, Chincana y Bases de Torreones, entre otros.
Sacsayhuamán se comunica en línea recta con el Koricancha, con Marcahuasi (Convento de Santa Catalina en Cusco), el templo de Inca Huiracocha (hoy Catedral de Cuzco), el Palacio de Huáscar, el templo de Manco Cápac (Colcampata) y Huamanmarca.
La perfecta alineación astronómica de los templos descartaría la antigua presunción de que los incas solo tenían al planeta Venus como referencia astral, sino que a partir del descubrimiento se podría establecer que también se guiaron por el sol, la luna, la cruz del sur y las pléyades (estrellas de la constelación de Tauro).
Actualmente se puede apreciar sólo el 20% de lo que fue el grupo arquitectónico, ya que, en la Conquista, los españoles desarmaron sus muros y torreones para neutralizar su uso en un eventual ataque como el ocurrido en el levantamiento de Manco Inca en 1536. Fueron aprovechadas sus piedras para construir casas e iglesias en el Cuzco.
Al día siguiente visitamos a  28 kilómetros del Cuzco, en la provincia de Urubamba, en el Departamento del Cuzco, y antes de llegar al Valle Sagrado de los Incas y el río Urubamba, se encuentra el pueblo de Chinchero.
Aquí está lo que en la época incaica  fue la hacienda real de Túpac Inca Yupanqui, así como un templo colonial construido sobre basamentos de dicha civilización, especialmente las típicas puertas o ventanas más anchas abajo y más angostas arriba, lo que fue una característica de la arquitectura incaica.
El mercadillo de los domingos, que en su origen estuvo dominado por el trueque de productos entre los pobladores de la zona, en la actualidad es un atractivo turístico por la oferta de sus artesanías y textilería inca fabricados en el estilo precolombino.
Muchos de los habitantes de Chinchero visten a la usanza de sus antepasados. No sólo durante la feria dominical, para llamar la atención de los turistas, sino de manera cotidiana, preservando celosamente su tradición. El hombre adulto lleva la típica montera, sobre todo los domingos y días de fiestas. Usa también los ponchos nogales de lana de oveja, chalecos y pantalones de bayeta, así como chullos multicolores. En los pies lleva las ancestrales sandalias (ojotas), ya sea de cuero o de goma.
La mujer chincherina, por su parte, ha heredado por generaciones el arte del hilado y del tejido de lana. Por esta razón, conserva orgullosa su tradicional vestimenta. Se viste con llicllas (especie de mantas oscuras decoradas con filigranas rojas y verdes y un prendedor a la altura del pecho), chalecos y polleras de bayeta de color negro, sujetadas al cuerpo con fajas o chumpis. En sus cabezas, decoradas por finas trenzas, usan coloridas monteras.
A la mañana siguiente, muy temprano nos llevaron a la estación del tren, donde nos suben a un extraño autocarril y al cabo de cuatro horas, llegamos a una cañada dantesca, (Aguas calientes) donde podíamos divisar desde abajo la mítica ciudadela de Macchu Picchu. Allí había varias y destartaladas camionetas en la que habíamos de ascender hasta las inmediaciones de las ruinas.
En el camino divisamos inmensas rocas, con la luz de la mañana, parecían talladas con figuras y colosales frisos que hacen imaginar un misterioso simbolismo, se elevaban hasta el cielo en un azul profundo.  La peripecia de la ascensión por una carretera angosta y de curvas bastante peligrosas que amenazaban desbarrancarnos. Hasta que llegamos al pequeño hotel de pocas habitaciones, donde tomamos un reconfortante café con leche.
Allá arriba, a una altura vertiginosa, aparecía escalonada la fantástica ciudad fundada por los Incas. Las ruinas de las ciudadela de Macchu Picchu surgen como brotando de las mismas formas rocosas. Salieron de su entraña  y están labradas en su propia materia granítica. Son su prolongación y expresión, de tal modo que parece que aquel lugar hubiera sido así desde el comienzo del mundo.
Macchu Picchu, es un laberinto escalonado de piedras y duros yerbajos que llega a obsesionar con sus subidas y bajadas pasajes y lugares misteriosos.
Piedras y piedras carcomidas por el abandono y por los siglos, impresionantes restos de templos y palacios, pórticos y ventanas  de un estilo inconfundible que sin embargo tienen tan extraña semejanza con la arquitectura egipcia. Todo ese magnifico día tan sugestivo, hasta que al fin, cansados, nos sentamos en un  altozano para contemplar el fantástico escenario que nos rodeaba, hasta que llegó la hora de volver al Cuzco. 


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