Amanece en Lima, el viejo reloj de la estación de Desamparados y de la vida marca las seis de la mañana, una fina garúa trata de empapar las viejas veredas de mi barrio de San Isidro, desde la ventana de mi habitación veo la silueta de la Embajada de Japón donde los terroristas tienen presos a 75 rehenes. Pienso en todo ello. El reloj del tiempo marca las horas. Dentro de unas horas estaré volando nuevamente a España, a reencontrarme con la heroica Vetusta, la muy noble y leal ciudad de Oviedo, con un Oviedo blanco y frío, con el Oviedo de Pilares, y el de la Regenta, el Oviedo de la fina garúa, esa garúa que se cuela con su frío húmedo hasta los huesos. Lima y Oviedo se parecen mucho, porque el cielo color panza de burro y sus gentes son muy parecidas. En Lima y en Oviedo el pasado vive y persiste y atrae con fuerza innegable.
Lima, sin rigores, sin lluvias ni truenos, sin inundaciones ni sequías, sin nieves ni calcinaciones, sólo padece regularmente de la nubosa humedad y cada medio siglo aproximadamente de un catastrófico remezón sísmico. Ese aire bien tempere, mediocre, tristón y soldemos, condiciona una psicología peculiar. Como él somos los limeños: el pueblo es igual a la noche de Lima: suave. No se violenta. Y la masa popular transcurre, debido a ello, sin grandes pasiones, vertida con sus dolores y sus frustráneas ambiciones a sí misma, con sus tibios odios y blandos amores que nunca denotan colectivamente, sino que se resuelven como locura, suicidio o venganza personal. Esta pasividad incluye aún a los animales, pues se ha dicho que hasta los perros son en Lima perezozísimos e indiferentes.
“Cuando salí de mi tierra, deje a mi madre y a mis viejas ilusiones”, recuerdo con nostalgia, la letra de ese vals peruano, mientras el carro de la casa, con el fiel chofer de toda la vida, me lleva por las calles de San Isidro, en dirección al aeropuerto Internacional “Jorge Chavez”. Las calles aún desiertas del ruido ensordecedor de microbuses y ómnibus, nos permite que vayamos rápido, encontramos algún que otro ambulante que nos ofrece periódicos del día. Algunos semáforos parecen querernos parar y darnos la vuelta nuevamente a casa para que me quede. Las personas que me acompañan me dan los últimos consejos y encargos para el viaje, como cuando el entrenador llama a un jugador para hacerle alguna indicación, En el trayecto pasan como una película por mi cabeza, los recuerdos de mi niñez, de mis amigos de el barrio, de mi familia que dejo allí, de los cuales muchos ya no están porque fueron llamados por el Señor.
Me recuerdo de Sonia mi primera enamorada, que cuando se entera que estoy en Lima, me llama, para salir con su familia y así no perder esa vieja y buena amistad de la niñez, aún conservo de ella, guardada dentro de algún libro una foto amarillenta por el paso de la vida y del tiempo, ella aún me sigue diciendo y recordando que sigue siendo mi eterna enamorada. Eran otras épocas más dulces, donde los chicos veíamos la bondad y no conocíamos la maldad.
Reviso mentalmente mis documentos, me encuentro con cartas que me ha entregado la junta directiva de la Casa de Asturias, para El Consejo de Sociedades Asturianas. La joven Casa de Asturias, está formada por un grupo de personas entusiastas que se reúnen todas las semanas para intercambiar impresiones y sacar las muchas iniciativas adelante.
Mi corazón late con más fuerza, ahora si estamos llegando al aeropuerto, “Déjame que te cuente limeña” ya falta poco para dejar mi Lima Querida, se me agolpa el recuerdo del barrio de Miraflores con sus café Haití, y la Tiendecita Blanca, donde los mozos (camareros) parecen salidos de un castillo de hadas, muchos de ellos te conocen desde que eras un estudiante en la Universidad, y todas las tardes después de terminar las clases, tomabas en la Plaza San Martín, el colectivo y llegabas en compañía de otros compañeros a la tertulia del café, los mozos ya sabían lo que tomabas. Aún hoy queda alguno, que te recuerda que él te atendió desde que eras un muchacho, allí es donde haciamos nuestros primeros pinitos de escritores, o de poetas, otros ensayaban a ser políticos, y como el ciclo de la vida jira sobre su eje, ahora nos encontramos con la misma rueda.
Mis muchos amigos asturianos y peruanos han acudido al aeropuerto a despedirme, atrás quedan todos los recuerdos y ahora vuelvo a encontrarme con la realidad la realidad de España, con sus problemas, con Oviedo, sus calles peatonales y su gente, esa gente que me quiere como si fuera uno más, porque también comparto de sus inquietudes y alegrías. Vivo desde hace cuarenta y tres años en Oviedo y me ha calado hondo, como esa fina garúa , que se cuela con su frío húmedo hasta los huesos, y me ha tocado el fondo del corazón, ahora no lo cambio por nada del mundo, pero también quiero a mi Lima, la ciudad donde me nacieron. A está Lima que llevo en mis venas, en mi sangre y en mi corazón, en este corazón que tengo dividido entre España, Oviedo y el Perú, ese Perú que es más grande que sus problemas y que jamás podrá resolver del todo.
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