jueves, 23 de junio de 2011

UN REPASO A LA HISTORIA DE LA SEMANA SANTA

Miren qué sencillo: las carrozas y cabalgatas de Reyes y Carnaval van desde siempre sobre ruedas y tiradas por caballerías (y en la era de la automoción, por motores); los PASOS de Semana Santa, en cambio, nunca fueron ni irán sobre ruedas, porque ese día las procesiones se convertirían en cabalgatas y serían la continuación del carnaval. 
Las procesiones de Semana Santa son inconfundibles porque las anima un espíritu particular: el de la penitencia. Y eso no cambia. Penitentes son los que hacen la procesión, penitentes sobre todo los costaleros que cargan con el paso a cuestas, pese lo que pese. Pero no lo cargan y lo trasladan sin más: lo más impresionante son los andares que le imprimen al paso. Lo fascinante es el alma que sacan desde el capataz al último costalero, que se percibe majestuosa y nítida en el porte del paso. 
Es que sin penitencia, las auténticas procesiones de Semana Santa pierden todo su sentido. Por no haber, ni tan siquiera oración hay en ellas, porque al penitente le cortaba la iglesia la comunicación con Dios. Al caer en pecado grave, hasta de ese derecho era despojado. Tenía que pararse a la puerta de la iglesia pidiéndoles a los cristianos que entraban, la limosna de una oración por él, para implorar el perdón de Dios y de su representante el obispo, que tenía que juzgar sobre la sinceridad del arrepentimiento y el fiel cumplimiento de la penitencia impuesta, mucho más dura que la que se impone hoy en los centros penitenciarios civiles. Las procesiones de Semana Santa no son, pues, de oración ni de rogativas como las que hace la iglesia, sino únicamente actos de penitencia hechos por penitentes
De ahí que el silencio sea otro de los caracteres distintivos de la SEMANA SANTA de la calle: ni oraciones ni cánticos, que eso implicaría estar en comunión con la iglesia, sino tan sólo pública exhibición de la condición de penitentes y en muchos lugares todavía, durísimos actos de penitencia, desde andar descalzo o hacer toda la procesión de rodillas o andar arrastrando grilletes y cadenas en los pies (esas eran las “cárceles” propiamente dichas), hasta flagelarse. 
Es que la iglesia consideraba acertadamente que quien pecaba le hacía un gran daño a toda la comunidad, porque con el mal ejemplo la inducía a pecar o por lo menos la obligaba a vivir en un ambiente de pecado y a transigir con él. Por eso era esencial desagraviar a la comunidad y mantenerla en el buen camino convirtiendo a los pecadores en penitentes y obligando a que si había llegado a los ojos y a los oídos de la comunidad el pecado, fueran testigos también de la penitencia
De tal modo prevalecieron la fe y la sinceridad en los penitentes, que llegaron a sublimar su penitencia, convirtiéndola en la bellísima y conmovedora manifestación de penitencia que fue y sigue siendo la SEMANA SANTA de la calle, del pueblo, incluso en tiempos que no se caracterizan por la mala conciencia y por el consiguiente arrepentimiento.
La Semana Santa es uno de los mayores privilegios religiosos y culturales que nos podemos permitir.  Tenemos en primer lugar su inamovible sentido religioso, que ha vencido el paso de los siglos, de los cismas y de las guerras manteniéndose incólume. El mensaje es diáfano: el fundador y fundamento del cristianismo, Cristo, siendo inocente, para librar al hombre del pecado acepta cargar con los pecados de todos los hombres, y recibir el castigo que esos pecados merecen: la muerte del esclavo, con ignominia. Es el misterio de la Redención. 
No perdamos de vista esta referencia, que es la clave de muchas cosas que o no se entienden, o se entienden mal. 
Los ritos de la iglesia nos recuerdan paso a paso la Pasión y Muerte de Cristo. ¿Y qué nos recuerdan los otros pasos, los de la calle, densos de silencio? 
Nos recuerdan especialmente la pasión del hombre, su dolor y su ignominia, que se dramatizan de manera intensísima en las procesiones de las hermandades y cofradías de penitentes. 
Con un fenómeno religioso singular: el “Refugium peccatorum”, la “Consolatrix afflictorum”, la Madre de Dios, la Dolorosa, la Virgen de las Angustias asociada al dolor de su Hijo. 
La Madre Dolorosa llena las calles con su dolor, mientras en la liturgia de la iglesia no hay lugar para ella estos días. Ni siquiera el bellísimo himno “Stabat Mater Dolorosa” tiene su lugar en la liturgia. 
¿Qué pasa en la calle? ¿Por qué hay tanta distancia entre la Semana Santa de la calle y la de la iglesia? 
Tenemos que  bucear en las profundidades de estos ritos en busca de respuestas a tantas preguntas. Juntamos palabras que sorprendentemente se habían alejado de la Semana Santa, y sin embargo son su clave: penitencia, perdón, indulgencia, purgatorio. Todas ellas gravitan sobre los ritos callejeros de la Semana Santa, sobre las celebraciones más plebeyas.    
Seguimos en nuestro empeño de cada día por averiguar cuál es el sentido de las cosas que forman parte de nuestra vida y de nuestros intereses, para tratar de ver en qué dirección nos llevan. Por usar terminología actual, lo que hacemos es algo así como escanear las cosas mediante los nombres que les damos. Vale la pena, porque a menudo se nos desenfocan las imágenes hasta tal punto que no hay manera de reconocer lo que realmente son.
Algo así ocurre con la Semana Santa. Los referentes culturales y religiosos que le dan sentido están tan emborronados, que cuesta ya explicarles a las nuevas generaciones cuál es el espíritu que mueve estos días las manifestaciones de piedad o de cualquier otro nombre que quieran darle los sociólogos. Por eso, para que quien busque en la red referentes y explicaciones inteligibles, sobre las variadísimas formas de celebrar la Semana Santa en distintas latitudes, los fundamentos religiosos y litúrgicos de las mismas. Es nuestra intención pues, además de seguir explorando el léxico que tiene que ver con los usos y los valores de la Semana Santa, ofrecer los elementos básicos de su liturgia; y dentro de ésta, los textos de las piezas de música sacra que se escuchan especialmente en esta época, y que se han convertido en clásicos indiscutibles.

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