sábado, 4 de junio de 2011

EL MILENARIO TEJO DE SAN ESTEBAN DE SOGRANDIO, UNA INSIGNIA VIVIENTE



“El texu, es símbolo de la fortaleza
que nos une, a todos los que
queremos a Sograndio...”

En está época estival los días son más largos, por lo que se puede disfrutar más horas de nuestro luminoso paisaje asturiano. Una de esas fechas de esplendoroso  y reluciente sol, recibo una llamada de mi amigo Vicente Fernández quien nos  invita a pasar la jornada con ellos en su residencia que tienen en Sograndio. Mi amigo José Antonio y yo tomamos el ómnibus, -para olvidarnos por unas horas del coche-, y después de algunos kilómetros, en el corto viaje, que ya no son como los de antes, en que el trayecto se hacia eterno- el bus nos deja cerca del bar de Sograndio, donde mi amigo nos espera para tomar el rico vermouth de solera, como el que tomaba en la antigua Paloma, de la calle Argüelles, donde viví, cerca de dos años, cuando llegue a esta vetusta ciudad de Oviedo, la ciudad de los obispos, para estudiar en la Facultad de Derecho, en la Casona de la Calle San Francisco.

Después de almorzar una riquísima  y exquisita fabada, acompañada de su inseparable compango, a los postres nos sorprenden con el delicioso arroz con leche, y unas riquísimas casadielles con sabor a anís –como las preparaba mi tía María en la navidad, allá en mi Lima-. Todo el menú  ha sido elaborado por Nuria, la hija de nuestro anfitrión y amigo Vicente. Nuria muy bien podía poner un restaurante, por lo rico que cocina.

El sopor de la modorra nos invade a todos los comensales y nos quedamos aletargados.
Después de algunos minutos al despertar de ese delicioso sopor, mi amigo José Antonio y yo salimos a caminar, bordeando el Monte del Rey o Medina, dirigiéndonos hacia el otro lado de la carretera donde está la Iglesia románica de San Esteban de Sograndio, fundada a mediados del siglo XII, sufriendo muchas reformas y el incendio durante la Guerra Civil, que obligó a una profunda reconstrucción.           

Mientras que mi amigo saca fotografías, yo me dedico a contemplar los frondosos árboles que rodean su plazoleta. Hubo un tiempo en que los árboles jugaron un papel destacado en la vida de los hombres. Eran seres míticos a los que se acudía  para realizar pactos y juramentos, para oficializar rendiciones y para consagrar amores. Son los habitantes más viejos del planeta y cada una de las arrugas que los surcan revelan retazos de vidas pasadas.

A la espera de que José Antonio termine su reportaje, me siento en un banco cerca de la iglesia y del milenario tejo, árbol mítico-religioso y discreto. Al observarlo, muy pocos se imaginan que tras este ser de apariencia triste se esconde uno de los árboles que más ha influido en gran parte de la historia de Occidente. El tejo fue el árbol mágico y tribal de los astures. Representa el vínculo del pueblo asturiano con la tierra, con la religión antigua con los antepasados. Luego recibió una superficial bendición cristiana y creció  junto a las iglesias de las aldeas. 

El tejo que se encuentra delante de la Iglesia de Sograndio es un árbol milenario de mediana altura, relativamente joven, vigoroso, impresionante, siempre verde, de corteza pardo grisáceo, que en su interior es rojiza; de copa ancha, con numerosas ramas flexibles, con hojas persistentes color verde intenso, haciendo su follaje muy oscuro. Con el correr de los años se han ido formando en la superficie de su hermoso tronco “estrías, escamas, nudos, heridas escarificadas, musgos y parásitos”.

Me cuentan que antiguamente había otro tejo al lado izquierdo de la portada del templo, pero al parecer allá por los años 1950, hubo un vendaval que lo arrancó de raíz, y aunque  los vecinos intentaron por todos los medios reimplantarlo, no pudieron lograr que volviese a prender para que diera sombra al otro lado de la románica iglesia.

El crecimiento del tejo es muy lento y alcanza una gran longevidad, como este de Sograndio, que es fiel y mudo testigo de muchas conversaciones, y tal vez,  fue un  punto de encuentro de muchos enamorados, que se juraron  su amor eterno,  y el lugar de la triste despedida del niño emigrante que marcha lejos, muy lejos, más allá de los montes y de los mares para vivir en abrasadora nostalgia del puebliquín amado, y un día tornar ¡ aquel que vuelve! A más y más trabajar para engrandecer a los suyos.

En Asturias el tejo se conserva aún junto a muchas iglesias de remotos pueblos,  y suelen existir en las plazas frente a su atrio. Allí se cobijaban  bajo su fronda perenne los paisanos del pueblo a la salida de la misa dominical en sus habituales tertulias. Bajo ellos se celebraban las reuniones comunales  de cabidro.  En conceyu o cabildo libre. El tejo fue nuestro árbol parlamentario, donde los vecinos se reunían para rituales o  tomar las decisiones colectivas más importantes las que eran ratificadas para beneficio del pueblo  por todos los vecinos.

Otros tejos se conservan al lado de las casas solariegas y de lugares de rancio abolengo.
Parece ser que el carácter mágico o religioso atribuido al tejo por los astures prerromanos fue cristianizado, asociándolo a los templos católicos, conservándose aún en algunos, al lado del tronco el expositor donde el día del Corpus Christi se rinde adoración al Santísimo Sacramento. “Desde los astures, el tejo siempre ha estado vinculado a la vida y la muerte, por eso es tan habitual encontrarlos cerca de iglesias y cementerios”. El tejo conserva aún, inconscientemente, aquel sentido protector o de refugio de los lares de la familia.  

En Inglaterra y Galés dicen que el tejo hace huir al diablo, y tal vez sea esta la razón de la gran cantidad de tejos en sus cementerios. En alguna iglesia de Asturias, el día de la fiesta del patrón, los romeros después de escuchar la misa, recogen una ramita de tejo, pues dicen que es muy medicinal, un remedio contra todo mal de cabeza.

Ya en la antigüedad el tejo fue citado por diversos autores, como Plinio el viejo, más conocido por Cayo Plinio, autor de la “Historia Natural” donde recoge los conocimientos científicos más importantes del mundo antiguo. Precisamente murió víctima de su curiosidad científica al observar la erupción del Vesubio que acabó con Pompeya y Herculano. Dice sobre el tejo: “el fruto es venenoso en el macho, cuyas bayas sobre todo en Hispania, contienen un veneno mortal...”. Y Florus, contando el episodio final del Mons Medullius ”, en la desembocadura del río Miño – próximo a Tuy – usaban para suicidarse un veneno hecho de taxei (tejo), dice:  “Aquellos bárbaros, al ver llegado el fin de su resistencia, se dieron la muerte a porfía, con el hierro y con el fuego, en medio de una comida, con un veneno que extraen, por lo general del árbol del tejo...”. También San Isidoro de Sevilla dice: que la palabra Toxica (veneno) está tomada del árbol taxus (tejo) que existe principalmente en Cantabria. El historiador Adolf Schulten afirma que: “ es creencia general que las bayas encarnadas  del tejo contienen veneno, pero no es así, sino que el veneno está en las pinochas, que cocidas dan un veneno mortífero...”.

Para los celtas, el tejo fue un árbol sagrado que lo utilizaban para envenenar las flechas con su jugo. Esto me recuerda que también en nuestras selvas amazónicas algunas tribus utilizan el curare, que lo empleaban exclusivamente para la caza y nunca para la guerra. El curare es una sustancia negra, resinosa y amarga, extraordinariamente muy tóxica, que se extrae de varias especies de plantas y que tiene la propiedad de paralizar las placas motoras de los nervios de los músculos. En la actualidad se usa en cirugías abdominales y toráxicas; permite la adecuada ventilación, manteniendo quieto al paciente, marcando el inicio de toda la gama de relajantes musculares, hoy indispensables en la cirugía moderna.

El famoso dicho de “tirar los tejos” procedería de una antigua costumbre celta: en las festividades del solsticio de verano, las ramas de este árbol se prendían por los jóvenes en las puertas  o ventanas de la casa de la amada casadera, la cual tiraba a su vez  semillas de este árbol guardadas desde el otoño anterior, a los varones por los que sentían especial atracción, dándoselo así a conocer.

Una leyenda irlandesa cuenta, que para casarse con una doncella, es condición indispensable que el pretendiente traiga, una rama de acebo, la flor de Caléndula y las bayas carmesíes del tejo. Se encuentran en el círculo de Piedra del poder, en el lejano Donn Thies (tierra parda), en el Mar Occidental  y este viaje de ida y vuelta debe realizarse en el día y en la noche. La sin par Fiongalla  espera anhelante que su amado Feargal  realice la proeza y el héroe llega, tras múltiples aventuras, a un bosquecillo de árboles viejos como el mundo y encuentra un monumento megalítico en el interior de un círculo de poderosas piedras. Allí está la rama de acebo y el tejo que da bayas y a sus pies la caléndula…(An Broon Suan Or, El Broche de oro del Sueño).

En esta misma región se recitaba el romance de Naoise y Deirdre, que cuenta la historia de dos amantes desdichados. Hasta en la muerte quisieron mantenerlos separados y clavaron sus cadáveres con estacas de tejo. Pero las estacas arraigaron y los dos árboles espléndidos pudieron abrazarse al fin  para siempre sobre la catedral de Armagh.

Los druidas -que eran miembros de la clase elevada sacerdotal considerada depositaria del saber sagrado o profano y estrechamente asociada al poder político-, con sus ramas hacían bastones “mágicos” y con palillos de tejo adivinaban el futuro.

Un dicho popular inglés recoge una enigmática tradición que hace referencia al tejo como el ser vivo más longevo: “Las vidas de tres zarzas, la vida de un perro./ Las vidas de tres perros, la vida de un caballo”./ Las vidas de tres caballos, la vida de un hombre./ Las vidas de tres hombres, la vida de un águila./ Las vidas de tres águilas, la vida de un tejo./ La vida de un tejo, la longitud de una era./ Siete eras desde la creación hasta el día del Juicio. 

La llegada del cristianismo no cambio esta aura mística del tejo. Los cristianos, a menudo construyeron sus iglesias y cementerios al lado de tejos que ya habían sido sagrados para los Celtas. Es también el árbol de la oscuridad, de la penumbra, de la muerte. Simboliza por tanto el paso al otro mundo. Como podemos ver el tejo está presente, tanto en la fiesta de la vida como en la desaparición definitiva.... Por sus hojas perennes representa la vida eterna, pero también la muerte por sus frutos venenosos. La leyenda cuenta que las raíces de los tejos llegan a bocas de los cadáveres, simbolizando la vida en la boca de la muerte.   

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