sábado, 25 de junio de 2011

DESDE LAS CUMBRES NEVADAS DE NEMBRA HASTA LA SELVA AMAZONICA DEL PERÚ

Cuando dejamos Moreda, la capital del concejo, y comenzamos a subir por la estrecha carretera  paralela al río, de unos diez kilómetros de longitud, divisamos a lo lejos el pueblo de Nembra, - un valle  muy angosto en el que no se encuentra un llano ni con la imaginación - .que significa lugar de abundancia de bosques. Los montes muy empinados están poblados de espesos bosques de castaños y avellanos. En sus prados se cría abundante ganado y siguen siendo junto con la minería, la fuente de vida de labradores y mineros. El río se conoce con el  nombre de Nembra por bañar dicha parroquia, pero vulgarmente sus pobladores lo llaman “Negro” por el color de sus piedras.

En Nembra,  es raro el hogar que no tiene algún hijo que ha seguido la vocación religiosa desde antaño Ha sido cuna de muchos sacerdotes que se han extendido por todo el mundo predicando la palabra de Cristo. En las casas del pueblo siempre se practicó el rezó del Rosario. El Padre Alberto Colunga  O.P, asturiano también y uno  de los más grandes exegetas de España escribió que: “el pueblo de Nembra se distingue por su fe cristiana y su piedad religiosa”.

Este es el caso del dominico Padre  Silverio Fernández O.P. quien era hijo de un hogar de profundas raíces cristianas, transmitida de padres a hijos en la que sin duda alguna la mano de sus pastores sabía conducir sus ovejas  por los ricos pastos de la palabra de Dios. Desde niño Silverio sintió la  llamada de Dios, para lo cual primeramente hace sus estudios en el Colegio Apostólico de Caldas de Besaya, a seis kilómetros de Torrelavega, pasando luego a estudiar a Corias (en Cangas del Narcea),  Salamanca donde hace el  Noviciado y los estudios de Filosofía y Teología

En el Padre Silverio hay un hecho que lo marca aún más  para seguir la llamada de Dios. Sucede muy cerca de su casa en Nembra, en  plena guerra civil, en la que dos feligreses (uno de ellos su padre)  en compañía de su  párroco, son obligados a cavar su fosa, en la nave de la propia Iglesia, primero la del párroco y luego la de ellos. El sacerdote les da absolución y les exhorta a mantenerse fuertes y fieles hasta el supremo sacrificio, antes de su inmediata ejecución..

La vida de este extraordinario misionero estuvo siempre centrada en la Eucaristía y en el Sacerdocio. Su primera misa, el 22 de julio de 1945, la celebro en la iglesia de Murias, en el mismo altar donde había sido descuartizado su padre, juntamente con el párroco don Genaro y su amigo don Segundo, el 22 de julio de 1936, tres mártires de una barbarie que ensangrentó España. Cada día 22, durante todo el resto de su vida sacerdotal, celebraba la Eucaristía de un modo especial, agradeciendo a Dios el don del martirio de su padre, el don de su sacerdocio y el don de su vida dominicana y misionera.

Recuerdo que conocimos al Padre Silverio – con su gran barba de patriarca – en el limeño Convento del Patrocinio, un domingo en que en compañía de mis padres, fuimos  a ver a las “madres paisanas”, dominicas hijas de Asturias, como lo eran mis padres. La superiora de ese entonces era la Madre Rosario Menéndez quien era natural de Troncedo, (en el concejo de Tineo)  y muy unida a  la familia. En aquel claustro se reunían muchos amigos  asturianos quienes hacían una gran tertulia junto con las otras madres y padres que llegaban de la selva a la capital. Nosotros los niños recorríamos los muchos lugares sagrados del convento y descubrimos y aprendíamos nuevas experiencias de santidad.   El padre Silverio  quien había llegado  por aquellos días de la selva “de su selva”, como el decía., nos preguntaba cosas,  y jugaba con nosotros.

Creo que desde aquel domingo, en el Convento del Patrocinio hubo una gran unión y comunicación con el misionero quien  llegó a ser como uno más de la familia, desde ese día nunca nos abandono, y en los momentos de dolor nos dio animo para seguir luchando. Cuando nuestro querido “tío” Silverio empezó con su penosa enfermedad, - allá en el Santuario de Santa Rosa, construido en el solar familiar de la Santa limeña y patrona de las Américas y Filipinas, residencia de los Misioneros dominicos españoles - siempre estuvimos junto a él  para darle lo que necesitaba y recibir las lecciones de su ejemplaridad.. Como bien dicen  sus muchos compañeros de Orden “Silverio era todo un santo”  

Era raro que el Padre Silverio,-  a quién cariñosamente le decíamos tío, -viniera a la capital para hacer gestiones y no llegará hasta nuestra casa a pasar el día. Mi hermano Eloy y yo disfrutábamos oyendo contar sus aventuras con sus queridos huarayos, machinguengas  mashcos y piros en las selvas del Madre de Dios y del Urubamba.  

Salió de España, en septiembre de 1946.,  en el “Reina del Pacífico” y desembarco en el puerto de el Callao,  con destino a las misiones dominicanas del Perú. Tenía entonces 28 años. Desde entonces y durante  46 años vivió con intensidad su vida misionera  en las selvas amazónicas llevando a  las distintas tribus la cruz, la fe y la civilización  Su fisonomía era la de un hombre de raza celta, de tez muy blanca, tan frecuente en la zona de Asturias en el que  nació. Era un trabajador nato y gozaba de gran fortaleza física. . Su primer destino en el Perú fue Puerto Maldonado, en el río Madre de Dios. De allí pasó a su entrañable  misión de El Pilar, donde vivió durante seis años. Después, por poco tiempo, estuvo en Quincemil y Lima, donde ejerció, con dedicación y espíritu de servicio el cargo de procurador de Misiones.

Cuentan las crónicas dominicanas del año 1947, que a principios del año salio de Quillabamba, en un viaje de muchos días, que les obligo a escalar los picos nevados del Ausangate, hasta los 4.820 metros de altura “donde ni los cóndores se atreven a colgar sus nidos. Con el Padre Silverio viajaban los  Padres José Aldámiz,  Manuel Díez y el Hno. Fray Ochoa. En el viaje llegaron a Urcos, enclave de la primera industria en el Perú de tejidos de lana, y de nuevo asciende por una carretera que parece llevarles a tocar en el cielo las estrellas del camino de Santiago. En tan difícil viaje, no les faltó un buen cicerone: para medicarse en el hospital de Quillabamba, encontrándose con  Fray Valeriano Merino quien había salido de la Misión de San Miguel de los Mashcos. Volvía ahora bien repuesto a su amada Misión y fue el guía seguro y bien experimentado para introducir en la selva a  estos nuevos atletas de Cristo.

El Padre Silverio escribe: “En el Campamento Esperanza, lo que no esperábamos: la primera noche memorable y sin precedentes. Noche borrascosa, de truenos chispas y relámpagueo continuo. Por unos segundos creíamos haber cumplido nuestra misión, y que allí dejabamos nuestros huesos carbonizados. Redoblamos el fervor y la inmolación de nuestras vidas. Nadie podía auxiliarnos...En medio de la oscuridad vimos que allí cerquita se erguía el tronco, chispeante que había recogido la descarga eléctrica. Fue la primera lección y un buen susto; por esta vez quedabamos entre los vivos...” .Los viajeros pudieron valorar entonces lo que sobre la selva había escrito Eustasio Rivera: “¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa bóveda, siempre están sobre mi cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro, que sólo entreveo cuando tus copas estremecidas mueven su oleaje, a la hora de tus crepúsculos angustiosos...”

Después de dejar el camión continúan los misioneros el viaje a pie por una  senda que se estrecha y culebrea por el bosque; sube y baja por abruptos montículos. Tienen que cruzar varios riachuelos; “sin detenernos y sin consideraciones a las flamantes botas que algunos calzan , medimos rápidamente su profundidad; y otro y otro riachuelo que atravesamos...”. 

Sabido es que las principales vías de comunicación en éstas,  tan apartadas e incultas regiones, no son otras que las corrientes de los ríos. Además de ser estas vías las más fáciles, se nos hace de todo punto necesario el tener que recorrerlas, pues en sus márgenes es en donde tienen sus viviendas así salvajes como civilizados, no solamente para aprovecharse de sus aguas en sus viajes y en el traslado de productos y mercaderías, sino también por la necesidad de sustentarse con su pesca y el beneficio de la misma agua que es  la principal e indispensable fuente de la vida.

Habían salido de Quillabamba el 16 de noviembre y llegaron a la Misión de San Miguel el 28 del mismo mes. En la misión los recibió el Padre José Alvarez, “con un fuerte, emocionante y prolongado abrazo”  ¡Que abrazo éste de tantos años esperando!., escribe el Padre Silverio. “Allí también están  los hijos predilectos de su. corazón y van pasando las huestes de Paijaja para darnos su abrazo. Huamaambi, huamaambi; huamaambi...; hermano, hermano, hermano...Grata y consoladora realidad la  de estos momentos..”.

“Un misionero más, en la misión y no habría campo para él. Aquí es donde se nota el cambio: la soledad del único Padre se ha cambiado en número sobrado para rezar el Oficio en Comunidad, a las distintas horas del día. Y en la tarde, el Santo Rosario que, en días solemnes, es con media exposición, para dar mayor realce  e implorar con más vehemencia las bendiciones del Cielo sobre los pobres y desheredados hijos de la selva...” . “...Constituye pues, para el misionero, un deber muy grande, y al mismo tiempo agradable que cumplir, el bendecir y agradecer a Dios nuestro Señor, por la vocación tan singular...”

“En la misión siempre hay algo que hacer: machetear “purmas” y monte; limpiar el yucal o el platanal: cortar cabezas de plátanos, desgranar maíz para las gallinas (y “aventárselo para alimentarlas, o dejarlo en los cebaderos, limpiar el gallinero...y cosechar de él); cuidar de las dos vaquitas; atajar los tres viciosos mulos, que de puro ociosos, no salten por los cercos a las chacras...”.Ocupados así durante el día, al anochecer en los “recreos” se comentan los sucesos de la Madre Patria. Escuchamos  al Padre Alvarez con mucho interés y hasta con lágrimas en los ojos por tan impresionantes y misioneras escenas...”..

“Se organiza un reparto de personal. Algunos han de subir de la primitiva Misión, en las cabeceras del Kaichihue , a trabajar allí una temporada. Otros han de quedarse. El menor, que soy yo, sufre este castigo. En la casa, voy a ser cocinero. El oficio no es tan difícil cuando no cabe variedad y se han de presentar siempre las mismas maravillas. Aquí de la Providencia de Dios, al sentir la falta de un pedazo de carne o de unos pescados. Y son los mismos indígenas los instrumentos del cielo para socorrernos. Ellos traen, cuando no queda nada, caza de obsequio para el Padre. Claro esta que más tarde, y con pleno derecho, ellos han de acompañarnos a la mesa y recoger su tajada”.

“Y el misionero se va quedando sólo, empieza el desfile. Ya los pocos días, toda la tribu de mashcos se va también a sus ríos. Los ojos del misionero siguen mirando hacia los horizontes no alcanzados. Hay otras agrupaciones de mashcos, que todavía no han sido visitados, evangelizados, serenados, fraternizados. Mucho  se ha conseguido, pero queda más por hacer para conseguir la confraternización de todas las agrupaciones mashas de unos y otros ríos...”

El año 1959 regresa el Padre Silverio a su amada misión de El  Pilar, donde permanece  diez largos años, hasta su traslado a la no menos querida misión de San Pedro Mártir, del rio Timpía, afluente del  Urubamba, .a donde se llegaba en larguísimas jornadas de canoa.

 Allí, por el esfuerzo y continuidad del trabajo, los numerosos viajes a pleno sol, o lluvias torrenciales, las frecuentes expediciones a los Kogapakoris, comenzó a sentir problemas en los ojos, desprendimiento de retina, lo que le obligó a someterse a una delicada operación en Barcelona. A su regreso al Perú, se incorpora a la parroquia de San Juan Macías, en Lima.

El Padre Silverio permanece en el corazón de todos los que lo conocimos por su cordialidad, laboriosidad incansable, acogida siempre alegre y fraterna, atenciones, larga conversación y su profunda humildad. Fue un trabajador infatigable en la misión, creador de numerosas infraestructuras que dieron vida a las comunidades nativas de los puestos de misión donde trabajo. Tenía un gran conocimiento y amor por el campo, que no dudó como buen misionero en compartirlos con  diferentes tribus de “su” selva. En la misión de El Pilar, su acogida se hizo proverbial para todos, y visita obligada para cuantos llegaban a Puerto Maldonado. Importantes fueron sus viajes y expediciones por el río Pariamanu o Piedras y el .Madre de Dios.  En la Colonia Agrícola Penal del Sepa, durante los muchos años que ejerció de capellán se hizo querer por todos los presos , - muchos de ellos con cadena perpetua – los “colonos” – presos en vías  de redención, administrativos y soldados. 

Y en la parroquia de San Juan Macías, en el distrito de San Luis, en Lima,  encontro tiempo para todo y para todos, a pesar de sus muchas dolencias. Su dedicación allí a los enfermos fue ejemplar les hacía frecuentes visitas domiciliarias, con una constancia admirable y,  durante ellas sembraba el consuelo y la esperanza en las familias.

Cuando conoció la gravedad de su enfermedad, el 22 de mayo de 1990, en pleno trabajo en la parroquia de San Juan Macías, escribió en su diario: “Sí, quiero ahora ser misionero en el dolor, en el sacrificio, el sufrimiento y la renuncia a todo, cuidando que mi sacerdocio sea siempre como lámpara encendida al píe del sagrario, iniciando el eterno agradecimiento de mi vocación, que ahora se purifica por haber sido considerado digno de sufrir...”.

Los que hemos tenido el honor de conocerlo y vivir con el, y acompañarle en su penosa enfermedad, hemos podido apreciar su calidad, autenticidad del misionero, refrendada con una muerte en la que hasta el último momento nos evangelizó. Cuando quedó ya totalmente postrado, en su cama del Santuario de Santa Rosa, su habitación constituyó lugar de peregrinaje para todos los que lo amaban. “Los misioneros son unos héroes, unos gigantes desconocidos, unos santos. El Padre Silverio Fernández, es uno de ellos, lucho en buena lid, consumió su vida apostólica y conservó siempre  la fe: la fe en Jesucristo y la fe en el ideal misionero hasta su último aliento, en que Dios lo llamó a su lado...”


1 comentario:

  1. Qué bonito escrito acerca de mi querido Padre Silverio, es un milagro haber tecleado su nombre y encontrar esto. Realmente fue un santo. Tengo recuerdos muy bonitos de él, a quien conocí en la parroquia San Juan Macías. Este año serán treinta años de su sensible partida. Dios lo tenga en su gloria.

    ResponderEliminar