La grandeza del imperio español fue ligeramente efímera, dejando graves secuelas en sus gobernantes, más que en el pueblo llano; pues, esta angustia mezclada con la codicia motivaron la absurda guerra de España con sus ex colonias en América, producto del renacimiento del conservadurismo europeo luego de las revoluciones de 1848 y su afán de reconquistar antiguas colonias.
Los hechos que desencadenaron el conflicto fueron que el 4 de agosto de 1864 hubo una pelea en la hacienda de Talambo, al norte entre trabajadores vascos y peruanos, donde resultó muerto un peninsular, fue el acontecimiento que inició todo el problema. Se hallaba entonces en Valparaiso una expedición científica española, al mando del almirante Luis Hernández Pinzón, que venía recorriendo la costa americana desde California. Al enterarse de los sucesos de Talambo, la corte de Madrid destacó a Eusebio de Salazar y Mazarredo, espía peninsular que vivía en Lima y que en calidad de comisario regio ante el gobierno peruano informó irresponsablemente de matanza de españoles en el Perú.
Al negársele una entrevista oficial en Lima, Mazarredo instó a Pinzón a ocupar las islas de Chincha e izar allí la bandera española, hecho que provocó la protesta de la opinión pública nacional y del Congreso Americano reunido en Lima. El Congreso, entonces autorizó al Ejecutivo para declarar la guerra a España; sin embargo, el presidente Juan Antonio Pezet, temeroso ante un enfrentamiento bélico por la supuesta inferioridad militar del Perú prefirió negociar. El resultado fue el inoportuno tratado Vivanco-Pareja (27 de enero de 1865), cuya firma no pudo ser más humillante: el Perú se comprometía a pagar a España 3 mil pesos para compensar los gastos de su flota y a recibir a un comisario regio para solucionar el incidente de Talambo; y como si este fuera poco, también se comprometió a cancelar la “deuda de la independencia”. A cambio de esto, la escuadra española se comprometía a desocupar las Islas y a saludar con salvas de artillería la bandera peruana siempre y cuando los peruanos hicieran lo mismo con la española.
La opinión pública en el Perú no pudo reaccionar con más indignación. El presidente Pezet fue acusado de traidor a la patria y, desde Arequipa, una revolución liderada por el coronel Mariano Ignacio Prado tomó el poder en Lima haciendo huir a Pezet, quien se embarcó hacia Europa (6 de noviembre de 1865). Inmediatamente Prado declaró nulo el tratado Vivanco-Pareja, formó la Cuádruple Alianza con Chile, Ecuador y Bolivia y le declaró la guerra a España. Dos fueron sus episodios más importantes: las victorias de los aliados en combates de Abtao (7 de febrero de 1866) y el definitivo en el Callao (2 de mayo de 1866). El triunfo fue contundente, a pesar de los gastos que resistieron la economía peruana, y las naves españolas se tuvieron que retirar.
De otro lado, acontecimientos como el incidente de Talambo, la ocupación de las islas de Chincha, la firma del tratado Vivanco-Pareja y el mismo combate del Callao provocaron encendidas polémicas y distintos puntos de vista en la Península. Los periódicos fueron lugares propicios para que algunos personajes por “créditos que se hallaban en manos de algunos capitalistas que eran el alma del negocio y los primeros iniciadores de la guerra” desembocaran sus iras contra el Perú. Con referencia a las denuncias exageradas de Salazar y Mazarredo. Mariano Moreyra, cónsul del Perú en Madrid, señalaba en su exposición al Congreso: “Las pretendidas persecuciones y los tremendos relatos en que el Enviado de España se pintaba como víctima de tantos y tan oscuros proyectos de crimen sobreexcitaron de nuevo la opinión pública hasta el punto de imponer al gobierno español nuevas miras y deseos”.
Después del bombardeo del puerto del Callao (Lima) el 2 de mayo y el de Valparaiso, las naves Españolas se dirigen a la isla de Abtao, que constituye la más meridional de las provincias de Chile, una pequeña parte del continente, el archipielago de Chiloe, situado entre el anterior y la península de Tres Montes, perteneciente a la Patagonia.
Para penetrar en el archipielago habían dos caminos: o por el Norte de la isla de Chiloe, siguiendo el estrecho de San Carlos, muy difícil para buques del porte de las fragatas españolas, porque en el medio de la mayor angostura había un bajo y la corriente va a siete millas hora, o por el Sur de dicha isla, tomando el golfo de las Guaytecas, que fué lo que hicieron, desde luego, “La Villa de Madrid”, las cuales ya dentro del archipielago siguieron su navegación hacia el Norte. favorecidas por un hermoso tiempo.
Los comandantes de las fragatas eran Claudio Alvargonzalez, jefe de la expedición, como más antiguo, y Juan Bautista Topete, comunicaron en Puerto Oscuro con algunas gentes del país, que tomaron los buques peruanos, y pudieron deducir de sus explicaciones que los enemigos debían hallarse en los esteros de Calbuco y que en sus arrecifes se hubo perdido la fragata peruana “Amazonas”
Claudio Alvargonzález Sánchez, nació en Gijón, en agosto de 1816, cursó sus estudios náuticos en el Real Instituto Asturiano de Enseñanzas Náuticas y de Minerología, centro fundado por Gaspar Melchor de Jovellanos, en el año 1794. El 2 de julio de 1835, Claudio Alvargonzález Sánchez, ingresó mediante examen previo, con la nota de sobresaliente, en el cuerpo de guardias marina de la armada española, iniciándose en el ejercicio de las armas, asistió a los episodios de la primera guerra provocada por el pretendiente al Trono don Carlos de Borbón, embarcando primero en la fragata San Juan y luego en el bergantín Guadiana. Entre esos sucesos de guerra estaban la toma del puerto de Pasajes y los ataques a Fuenterrabía e Irún, y en las cuales supo distinguirse cómo uno de los oficiales mejor preparados para la pelea.
En 1835 fue ascendido a alférez de navío y destinado al departamento de El Ferrol. Dos años después pasó a prestar servicios en las fuerzas navales de Valencia y Cataluña, a bordo, sucesivamente, en los barcos Reina, Hervé y Plutón. Desde 1841 a 1855 efectuó numerosas navegaciones en aguas europeas y americanas a bordo de diferentes buques de la Escuadra, y en este tiempo alcanzó los ascensos de teniente de navío, en abril de 1844, y capitán de fragata , en marzo del 53. En el año 1855 se le confirió el destino de jefe de la Estación naval de la isla de Cuba, puesto que desempeño por espacio de unos tres años. Pasó en 1859 a Santander, con destino de comandante del tercio naval, que dejó en el año 61 al ser ascendido el mes de mayo a capitán de navío, tomando entonces el mando de la fragata “Villa de Madrid”.
En la madrugada del 7 de febrero, las fragatas españolas se ponen en movimiento, se dirigen a la isla de Tabón, para comenzar desde allí la exploración de todos los canales y esteros de la parte septentrional, que forman un verdadero laberinto. Se adelanta “La Blanca” para reconocer los esteros y ensenadas de Cabulco y Abtao, pronto se divisa a “La Amazonas”, varada y destrozada conforme a las noticias que se reciben, mientras tanto “La Villa de Madrid” intercepta un bote chileno cuyo patrón manifesta hallarse barcos enemigos en Abtao que habían fortificado aprovechando la artillería de “La Amazonas”. Las dos fragatas toman rumbo al sitio designado, navegando, no sin dificultades, por el paso entre los arecifes. Hallándose en este paso, descubren a los buques enemigos, cuyo descubrimiento es saludado por la tripulación española con frenéticos gritos, que interrumpen los agudos toques sonoros de cornetas llamando a los puestos de combate.
Las dos fragatas españolas, enarbolando sus banderas de combate, se dirigen al extremo norte de Abtao, sin poder descubrir enteramente a los enemigos, por la mucha elevación de aquella parte de la isla. Por fin, se presenta “La Blanca”, que va delante, a la entrada del canalizo, y en el mismo momento es saludada por una descarga general de los aliados, que ella contesta con toda su andadura. Enseguida se deja ver el casco de “La Villa de Madrid”, - al mando de Claudio Alvargonzalez- atronando el espacio y descargando su poderosa batería. Son las cuatro y cuarto de la tarde.
La distancia a que tiene lugar el choque pasa de diez cables, desconociéndose el braceaje y falta de espacio para que un buque, como “La Villa de Madrid” pueda jugar libremente. Además oculta cuidadosamente las baterías formadas con los cañones de la fragata “Amazonas”, cuya ventajosa posición se descubrir más tarde.
Por todas estas razones los comandantes españoles adoptan el único modo de combatir posible en este caso, moviéndose a la entrada del estero, en la que dan un poco más de una hora dos vueltas redondas. Los fuegos de las fragatas se sostienen siempre vivísimos, como es de esperar del ardor e instrucción de las tripulaciones; no así los del enemigo que se interrumpen cada vez más; nótase la confusión que en los buques causan los proyectiles españoles.
A las cinco y media de la tarde el comandante de “La Villa de Madrid” pone término al combate, porque apenas queda ya luz suficiente para salir de aquel dédalo de arrecifes, donde no es posible pasar la noche sin arriesgar la pérdida de las fragatas. “La Blanca” atraca un momento a la costa de Abtao para tapar un balazo a flor de agua, que recibe en la aleta de estribor, mientras tanto “La Covadonga” que se enrumba hacia el Sur del estero, descarga sus cañones contra ella por encima de la isla, que en aquella parte es muy baja. La fragata le responde con toda su batería y la goleta averiada, se dirige apresuradamente al fondeadero. Estos son los últimos tiros que se intercambian.
Los buques españoles pasan con las precauciones de siempre, entre los arrecifes de Carva y Lami, después se desplazan en navegación lenta toda la noche, esperando al enemigo y disparando algunos cañonazos para atraerlo. A la mañana siguiente vuelven a ponerse la vista.
“La Villa de Madrid” recibeó siete balazos en el casco y cuatro en la arboladura, pero ninguno de importancia; no tiene más que cuatro heridos, entre ellos el guardia marina Enrique Godínez y tres contusos; “La Blanca” recibe ocho balazos en el casco y otros tantos en la arboladura y jarcias y sólo dos hombres heridos. En mayor efecto es causado por los proyectiles de las corbetas “América” y “Unión”, artilladas cada una con 14 cañones rayados de 16 centímetros, iguales a los que la “Villa de Madrid” monta en su batería del alcázar. Una vez más queda aquí comprobada la superioridad de la artillería rayada para combatir a distancia.
Claudio Alvargonzalez Sánchez, quien, al haber combatido en la Guerra contra los países aliados de América del Sur, le valió el ascenso a brigadier, la gran Cruz de Isabel la Católica y que fue declarado Benemérito de la Patria. Por este hecho de armas se le ha conocido como Héroe de Abtao.
Al triunfar la revolución de septiembre de 1868, fiel a la reina destronada, solicitaba el retiró, que le fue concedido. Con la restauración monárquica, en 1874, volvió de nuevo al servicio de la Armada hasta su retiro definitivo por cumplimiento de la edad reglamentaria. En 1892 fue condecorado con la gran cruz de San Hermenegildo.
Vivió los últimos años de su existencia en la villa natal de Jovellanos, donde tenía constituido hogar en matrimonio con la señora Manuela Chevarri. El brigadier gijonés, durante los 33 años que permaneció en activo, sólo estuvo en tierra (desempeñando diversos servicios) dos años, nueve meses y veintiún días. Tan insigne marino murió, con la graduación de brigadier, también en Gijón, el día 21 de agosto de 1896, en un edificio sito en la calle de Santa Elena, esquina con la calle San Bernardo.
Para perpetuar el nombre de este egregio marino, el Ayuntamiento de Gijón le dedico en 1897, una placa conmemorativa en la casa donde este nació, que se ubica en la plaza de la Constitución, donde antiguamente se encontraba ubicado el Hotel Asturias.
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