martes, 28 de junio de 2011

DESDE EMILIO ROBLES MUÑIZ "PACHIN DE MELAS" A VÍCTOR FERNÁNDEZ ROBLES

En Oviedo, en este Oviedin del alma, que cala hondo, es muy frecuente ver en las calles de la zona alta, a un joven, con su carpeta de pinturas bajo el brazo, siempre callado  y abstraído en sus cosas. Lo conozco desde hace mucho tiempo, algunas veces  converso con él.Uno de esos días me enseña su carpeta de pinturas y quedo asombrado de sus dibujos,  la mayoría abstractos y geométricos, “yo creo que estoy entre Kandinsky y Miró”. Se puede decir que su pintura sea lírica, es que como delineante suele utilizar muchas líneas y dibujos geométricos. Su pintura al igual que su persona, da mucho que pensar. Lleva el arte muy dentro. A realizado algunas exposiciones, pero quiere extender su obra y su arte hacia otros lugares del mundo. Al preguntarle alguna cosa queda callado, y medita lo que va a decir, me cuenta que es nieto de Emilio Robles Muñiz, más conocido como Pachín de Melas, uno de los poetas bables contemporáneos más populares en Asturias y en las colonias Asturianas de América”. La mayoría de sus obras son piezas de teatro. Su nieto, Víctor Robles –sobrino del escultor Víctor Puente-,  saca unas cuartillas de su bolsillo y me enseña unos poemas, sobre el amor, sobre la vida, sobre el alma, a cuál más bonito. Esta claro que él ha heredado todos los genes artísticos de su abuelo.

Al llegar a mi despacho me pongo a buscar documentación sobre Pachín de Melas, cuyo verdadero nombre era Emilio Robles Muñiz, quien había nacido en el céntrico y viejo Gijón cerca de la estatua de Pelayo, en el barrio antes llamado de contracalle, en un paso del mar. Fue bautizado en el templo de San Pedro que era la única parroquia construida por ese entonces en Gijón.

El niño era tartamudo, y no le es dado a sostener conversación ninguna  porque le es imposible pronunciar. La frase acude a sus labios e intenta en vano hacerla salir. Congestiona la garganta por el esfuerzo, inyecta los ojos, muerde la lengua, un sudor cubre su frente y cae o marcha desfallecido sin poder hablar. El premio a sus desgracias  son las carcajadas de quien pretendía escucharle, y el pobre huye a ocultarse donde no lo vean . Así sufre el niño tartamudo.

Su padre era zapatero, no zapatero remendón. Era el zapatero de la aristocracia gijonesa. Fabricaba el calzado para toda la burguesía de aquel entonces. Trabajaba en fino y bien seguro, haciendo muchas botas altas de tafilete y zapatos de época.

Su madre Delfina, una mujer guapa, pequeña y alegre, tuvo diecisiete hijos, Emilio era el quinto o sexto de los hermanos. La madre atendía una “Tablajería” que despachaba buena carne.

Ellos vivían bien, tenían dos empleadas en casa (1 para el cuidado de los niños y para las labores de la casa, y la segunda para ayudar en la carnicería).  

A Emilio Robles, siempre le gustaba el puerto, le encantaba darse paseos por el puerto conversar con sus gentes que recosían sus redes y tendían los aparejos. Era un hombre tremendamente humano, sensible cordial, se preocupaba por conocer  la humilde vida de los pescadores viejos y jóvenes curtidos por el ancho océano.

Comenzó el colegio, era muy listo. Su padre siempre quiso que fuera zapatero, pero él no sentía la afición por los zapatos. Estudio en Oviedo en el Colegio San José, pero para el padre era demasiado el gasto. Años después escribiría “Recuerdos de un colegial. ;Memorias intimas, cariñosas, sentimentales, de sus compañeros y de sus profesores”. Se cuenta que un padre dominico leyó el articulo y contesto a Pachín de Melas con otro artículo “Evocación de Vetusta”. El tal padre se trasladó en una ocasión desde Monforte de Lemos a Asturias con el deseo de conocer a Pachin de Melas. La casualidad quiso que se encontraran en un viaje. Venia Pachin de Oviedo y  en el mismo departamento un dominico. Entablan conversación y el padre saca a cuento los recuerdos del colegial. Le dice que quisiera visitar a Pachin de Melás . Pachin se ríe. Tras larga conversación le dice al dominico “El tal Pachín de Melás  viaja con usted y soy yo”.

Emilio Robles siempre tuvo la vocación de ser maestro nacional, llegando a intentar cursar los estudios. Pero habiendo nacido en un hogar humilde  y numeroso no podía aspirar a estudiar una carrera.

De muchacho ya Emilio escribía y valía para la pluma, hacía diálogos y comedias cortas. En el portalón de su casa se reunián chicos y muchachas y ensayaban y representaban  cuadros escritos por Emilio Robles, quien se divertía con esas cosas. Todavía Pachín no era Pachín de Melás, eso vino más tarde.  

Se coloca de tornero mecánico en la Fabrica de Laviana (9 reales de soldada) “me daban dos pesetas” y se quedaba  con el real diario para tabaco y otros gastos.

Lo primero que publicó en un periódico la víspera de casarse  fue un poema dedicado a su novia.

El siguiente paso de Emilio, es trabajar en otro taller en Sama de Langreo, allí su jornal es de reales. En este trabajo permaneció cuatro meses, pero solo le entregó a su mujer el sobre del último mes. Allí en Sama escribía en un periódico local.

En un viaje a Sama de Langreo nace el seudonimo de Pachín de Melás. “Emilio había tramado en Gijón amistad con un tipo bohemio, un viejo romántico, zapatero de oficio, espirista y sabelotodo. Un talento a la sazón. Los dos se tomarón mucho afecto. El tal amigo animaba a Emilio para que se entregara a la pluma.  

Cuando Emilio fue a Sama, quedaron en cartearse. El viejo zapatero quedó en que firmaría sus cartas con el seudónimo de “Pinón del Bardial” y a Emilio se le ocurrió entonces el seudónimo de “Pachín de Melás”, seudónimo bastante bonito y que le había de hacerlo famoso por el resto de sus días.

Al regresar a Gijón se coloca de tornero mecánico, su paga es de cuatro pesetas, llegando a desempeñar su trabajo con buen arte: Por ese entonces ya parece que va sentando cabeza definitivamente y comienza a ganar fama de escritor. Emilio era un hombre tímido, demasiado cobarde para abrirse paso por si mismo en la vida, temía mucho al ridículo.

En cierta ocasión el diario  “El noroeste” había organizado  un concurso de periodismo. Estaba muy de moda el matonismo, aquellos muchachos de boina azul calada, que armaban líos por las cuatro esquinas de la villa. Se iba a premiar el mejor artículo que tratará dicho asunto. Emilio Robles se presentó y ganó el certamen.

Pero Emilio no cobró ni un centavo. Eran diez duros. No se los dieron porque había firmado con un seudónimo no registrado en ninguna parte: “Un obrero”, le dijeron cuando se presentó en la redacción: “Hay muchos obreros, ¿y cómo acredita que usted es el autor del artículo?”. En suma se quedó sin sus duros. Y eso por no atreverse a firmar con su nombre o su verdadero seudónimo, que comenzaba a conocerse.

De todos modos había ganado y eso le sirvió de acicate al escritor y al vate que latía en el alma de Emilio Robles. Era una prueba de que las cosas que escribía sin saber discernir el valor, lo tenían. El premio le garantizaba talento periodístico y literario. 

En Gijón, solía reunirse en “La Peña la Botica”, donde se reunía una  clásica tertulia  de rebotica, la de José Alvarez en la calle de San Bernardo. Allí se unos cuantos hambres importantes y con aficiones literarias tomaron mucho empeño en Pachin, quien reconoce este valiosa ayuda que le ofrecían sus amigos de “La Botica”  los que se entusiasmaban con sus escritos y a quienes dedica el primer boceto dramático “La Peñuca”, de costumbres asturianas.

La Peñuca se estreno en 1906 en el Teatro Jovellanos con un grandioso éxito . El autor sale a saludar, usa en lugar de corbata un lazo de la época y sombrero. Desde este momento había de estrenar muchas obras. Y en los periódicos habrá de publicar  muchas charlas, entrevistas y reportajes que eran muy leídos en todo Asturias.

En el transcurso de los años llega a ser maestro de la Escuela de industriales, cargo que desempeñó durante muchos años.

El padre del “Teatro asturiano” se hizo famoso en Hispanoamérica con sus colaboraciones y artículos periodísticos todos ellos rebosantes de asturianismo que fueron de muchos éxitos.

Cuando la quema del templo de San Pedro salvó los restos de Jovellanos en la urna. Este hombre, este abuelo de Víctor Fernández Robles, logró  tan extensa fama literaria, arrastrando una limitada formación intelectual, llegó a tener presencia pública  en Gijón anterior a la guerra civil produciendo zarzuelas de gran éxito en Asturias. Murió de tuberculosis en la cárcel del Coto en Gijón. 

Pachín de Melas buscó el trato con los libros que le resultó noble y placentero. Gracias  a la lectura, descubrió su vocación de escritor, que pudo desarrollar después. Esto le producía mucho gozo.  “Cultivador en el campo literario” por pura afición. Robles es  poeta por naturaleza, por intuición, porque sin haber ojeado seguramente los clásicos del bable, sin tener nociones  del romance  paladino ni conocer de oidas al arcaico Gonzalo de Berceo, es un hábil montador  de su bicicleta literaria y con ella  ha vencido en públicos torneos á quienes por su historia literario regional y su conocimiento de la técnica bablista tenían motivos para la candidatura del campeonato. Las poesías de Pachin de Melas tienen un sentimiento y delicadeza inmatas, sin ampulosidades y hojarascas, lastre de la frescura, siendo deliciosa la sencillez con que viste los versos.   


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