Canela, clavo de olor y cáscara de naranja, ceden sabores e imprimen color a la miel de chancaca, que baña los pequeños trozos de pan tostado en la sartén... y dan vida al Ranfañote, del que hablaremos hoy.
Lima, ciudad que de manera justificada y por razones evidentes ha sido calificada como "dulcera", es sin duda cuna de muchos dulces y postres que todas las generaciones, desde la colonia, siguen disfrutando. Muchos nacieron en casas, producto de los entreveros y menjunjes, otros vieron la luz por la necesidad de paliar antojos; otros algo mas elaborados, salieron de manos religiosas, casi santas, en el seno de los conventos.
Sería casi imposible dejar de mencionar, que hubo dulces que tuvieron su origen, de las sobras y excesos de banquetes nobles, de limeños de alcurnia y de españoles colonos, salieron de sus mesas sin forma aparente y fueron transformados en la humildad de una olla, de un fogón o de un horno improvisado. Manos negras, esclavas, serviles, fueron capaces de dar forma, belleza y sabor a dulces como el que hoy nos convoca...
Y antes de empezar con el relato, quede claro que un postre, un dulce o un sabor azucarado en nuestro paladar constituyen más que un gustito, un estimulante, necesario a veces, para los días de modorra, o para las tardes de desánimo. Y el ranfañote me trae el recuerdo de uno de esos episodios a los que no somos ajenos. Obviando los detalles diré que fue la primera vez que probé un poco de ese peruanísimo postre: una invitación de mi amiga Paola Reynoso, que llegó oportuna hace casi 7 años... y gracias a ella comprobé como ejerce su poder de reanimar, el hecho de compartir un postre.
Los platos y postres que componen la gastronomía de cualquier país, sobreviven gracias a las personas y sus costumbres, sin embargo podrían también quedar en el tiempo y desaparecer. El Ranfañote es uno de esos postres que podría perderse en la historia, si es que no hubiera de esas personas que continúen divulgando su sabor y compartiendo su presencia que nos habla de la Lima de los Reyes.
Este trabajo nos permite conocer y alternar con hombres y mujeres valiosas, para más que estos fines de supervivencia, y es que al calor de sus conocimientos podemos cocinar también algún "dulce de olla", como bien lo menciona Carmen Villar, una apasionada de los postres del Perú. Y no la buscamos solo por la calidad de los productos que ofrece en "La Pastelería" de Lince y ante los que hemos sucumbido más de una vez, sino que su compromiso de revalorar lo "que se está perdiendo en el tiempo, respecto a los postres", la convierte en ideal para nuestra conversación.
Carmen Villar, limeña, viene de familia con costumbres netamente hogareñas: reunirse juntos a la hora del almuerzo, tomar el te y esperar a las tías con las ansias de que pronto llegarán con un postre hecho en casa para disfrutar de la hora familiar... "han pasado un poco mas de 30 años de esos episodios tan queridos", me dice nostálgica; mientras se repone y empieza a contarme algo más sobre su historia... y la del ranfañote, también...
¿La cultura afro peruana tiene que ver en esta historia, verdad? Así es –me responde inmediatamente- "los hombres y mujeres que trabajaban en casa de los señorones, recibían como parte de su pago, trozos de pan, que al principio, en ese estado de dureza podía ser comido; pasado el tiempo comenzaron a idear la manera de cambiarle el sabor, lo tostaron, le agregaron miel –justo en la época del auge de la caña de azúcar- y el bocado les supo mejor". La miel de chancaca fue mejorada y saborizada –añadimos- "si, poco a poco, este postre que había sido concebido para calmar hambres y reponer energías, con los años fue transformándose..."
No faltó quien en algún momento le pusiera clavo de olor, canela y cáscara de naranja a la miel, "que es lo único que requiere ser cocido en este sencillo postre" –me explica Carmen, con la experiencia que le dan los años que lleva como profesora en varias instituciones en las que impartió sus conocimientos. "Ahora estoy en el Instituto de los Andes y enseño los cursos de Postres Peruanos y Cocina Peruana". Esto, además de darle la posibilidad de manejar también un negocio familiar, cumple con su propósito principal de hacer de su especialidad, un apostolado, pues le inquieta la idea de transmitir a sus alumnos, la importancia de preservar lo tradicional.
"Es importante que el pan quede muy crocante, no se debe dejar que la miel lo remoje, solo que los ingredientes se mezclen; luego se añaden pasas, pecanas o nueces y coco, todo en trocitos pequeños, finalmente el queso fresco, no muy salado" me explica con detalle, mientras hace memoria y me dice que "los postres en casa, eran como el pan de cada día, de ahí me viene la predilección". Recuerda también que hasta el año 80, lo común era preparar el Ranfañote con el coquito pequeño cortado en trozos, "ahora hay escasez de este fruto y se le reemplaza con el coco tradicional".
Después de escucharla y sentir que con vehemencia Carmen me asegura que comenzará a preparar postres que "están pasando al olvido", le hago también la promesa que haremos una campaña, cada quien desde su trinchera, para preservar lo realmente valioso y delicioso... Luego se deshace en explicaciones y enumera postres que, muy probablemente, las nuevas generaciones no hayan escuchado hablar, y se entusiasma y me sigue explicando, y nos salimos del tema… y luego el cauce natural de la conversación, nos devuelve a el. Eso solo corrobora la inmensidad de tesoros que hay que rescatar del olvido y de la historia.
Este popular postre que empezó a prepararse y difundirse en la sencillez de la servidumbre, comenzó a tener mayor importancia al sofisticarse con las frutas secas –no podríamos dejar de mencionar, que la influencia mora, algo tuvo que ver con estos elementos- pero el pan francés, el quesito y sobretodo la miel de chancaca provinieron del trabajo y la creación de manos y mentes peruanas. A mediados del siglo pasado, a las 5 de la tarde, era común acompañarlo con una tacita de te –mejor sin azúcar- alrededor de la dulzura de su sabor, las familias disfrutaban de este momento, pues todo se tenía a la mano... Así era la vida en la ciudad hace menos de un siglo, hoy varios de nuestros postres pasarán al olvido si no tenemos el compromiso de traerlos a la vida, a nuestra mesa...
Rezagos quedan de muchos de ellos, otros han sobrevivido y se han seguido transformando, fusionando... Nuevos elementos se han agregado a las recetas tradicionales. Frutos frescos y secos de otras latitudes han anidado en nuestra culinaria, nuestras tierras han seguido produciendo y enriqueciendo con su aporte, preparaciones convencionales. Algunos se extinguieron y dejaron su recuerdo en libros, recetarios y en la mente ya disipada de nuestros abuelos. Otros continúan luchando por su vida... El ranfañote, gracias a investigadores culinarios, chefs, maestros de la cocina y pastelería, nos seguirá hablando hasta que nuestro compromiso con revalorar nuestras costumbres, se lo permita...
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