Cuando el Perú presentó la demanda para definir los límites marítimos con Chile ante la corte de La Haya, se oía decir que estos procesos duran años, que era un camino engorroso, que la corte se tomaba sus tiempos, tenía sus estilos, en fin... Y de pronto, aquí estamos. Dos países esperando una decisión final, el último capítulo de esta larga historia que no solo cerrará una frontera, sino que abrirá muchas puertas.
Pero así como es la hora de la serenidad, también es el momento del compromiso y de cumplir con honor la palabra empeñada. Cuando el Perú planteó la controversia, Chile lo consideró un gesto inamistoso, las aguas se fueron calmando y hoy, a nadie en su sano juicio se le ocurre decir que este es un hecho hostil. Muy por el contrario, se optó por el mejor camino para zanjar una disputa en paz. Durante esos años muchas cosas se han dicho, y quizás la más importante, aunque ya parezca un asunto normal de tanto que lo hemos escuchado, es que el fallo se respetará, se acatará y todos los sinónimos que implican el término aceptación. Es el momento de pasar de las palabras a los hechos.
Y decir pasar de las palabras a los hechos no es tan simple. Si el Perú y Chile han llegado hasta este punto, es porque están convencidos que los fallos se cumplen, se respetan y se ejecutan. En los últimos días, hemos escuchado declaraciones como las del presidente Ollanta Humala, quien ha dicho que las sentencias no solo se acatan sino que se cumplen, y del presidente chileno Sebastián Piñera, quien ha replicado que no puede cumplirse de modo inmediato.
Si bien sabemos que según lo que diga la justicia internacional habrá que adecuar normas y eso debe tomar un tiempo, lo cierto es que desde el primer momento debe quedar claro el compromiso de hacer –con la mayor celeridad posible– todas las modificaciones necesarias. Como se sabe, desde el momento de su lectura, el fallo es de cumplimiento obligatorio.
Así como es la hora del cumplimiento y de la serenidad, también es momento de rendir homenaje a los pioneros, y cómo no mencionar al embajador Juan Miguel Bákula, precisamente en el año de su centenario. ¡Qué buen regalo le tenemos, embajador Bákula! Y tampoco hay que olvidar el trabajo silencioso de ese gran equipo de profesionales que hizo posible concretar, con las razones del derecho, la demanda. Ellos, bajo la dirección del embajador Allan Wagner, han hecho un trabajo efectivo y eficaz. Y no ahondo en más detalles, pues este miércoles, con El Comercio, publicaremos las memorias del embajador José Antonio García Belaunde, canciller que presentó la demanda y coagente del proceso.
En los últimos años ya se dijo todo lo que había que decir, ya se argumentó, se discutió y se respondió. Los jueces ya tomaron una decisión. El lunes, a las 9 de la mañana, peruanos y chilenos conoceremos el desenlace de esta historia.
Llegó el día. Pero esto no acaba aquí. Si con una controversia pendiente ya habíamos logrado una óptima integración, con el caso cerrado el cielo es el límite. Esta historia recién comienza.
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