Voy a referirme a los grupos que a través del arte
y la literatura armaron sus tertulias en los cafés, talleres de pintores y
casas particulares en
la Lima
bohemia del decenio de 1960 y 1970.
Creo que el más influyente
en la década de 1970 fue el Café Viena, en la calle Ocoña, cerca del Cine San
Martín, en cuya misma vereda quedaba el IAC (Instituto de Arte Contemporáneo),
en donde exhibían sus cuadros los mejores pintores del Perú, quienes en su
mayoría eran profesores de
la
Escuela de Bellas Artes, dirigida por Juan Manuel Ugarte
Eléspuru. (Es bueno aclarar que hubo algunas buenas discriminaciones en el
IAC.)
El Café Viena se llenaba
entre las doce y las tres de la tarde, y en las noches desde las siete hasta
que daban las diez o las doce. Allí estaba Sebastián Salazar Bondy, quien era
director del IAC y crítico literario de
La Prensa. Otros
asistían al café. La crítica de pintura la hacía en el mismo diario Fernando de
la Presa,
mientras que para El Comercio la crítica de teatro, literatura y pintura la
hacía Edgardo Pérez Luna. En el Café Viena se hablaba de las diferentes
corrientes pictóricas que invadían el mapa de América: el abstraccionismo, la
abstracto-fuguración, los aletazos del informalismo, lo que quedaba del
cubismo. La crítica para la revista Oiga la hizo durante un buen tiempo
Guillermo Daly Romero, con esa cultura tan sólida que demostraba en cada una de
sus conversaciones y escritos: en la revista Caretas, corrían al alimón
Reinaldo Naranjo e Ismael Pinto a través de una página titulada Cuidado con la
pintura. Es cierto que don José Flores Aráoz, que dirigía la revista Cultura
Peruana, era con frecuencia tema de conversación por los artículos que allí
aparecían y siempre se recordaba el famoso empeño que había puesto en esas
páginas, Raúl María Pereira en contra del indigenismo. Valgan verdades, la
escuela fundada por Sabogal jamás fue tomada en cuenta por las personas que
tenían en sus manos la “cultura oficial del Perú”, excepto Juan Ríos y el
doctor Juan Francisco Valega “Máximo Fortis”, que escribía de tanto en tanto en
la página editorial de El Comercio.
El Café Viena era también
lugar de tertulia de pintores como Alfredo Ruiz Rosas, Miguel Ángel Cuadros,
Ricardo Sánchez, Carlos Quíspez Asín (compañero de clase en
la Escuela de San Fernando (Madrid)
nada menos que de Salvador Dalí), Alberto Dávila, Sabino Springett, Antonio
Caso, Fernando de Szyszlo y de jóvenes pintores de entonces: Enrique Galdos
Rivas, José Milner Cajahuaringa, Leslie Lee (quien fue, años después, director
del IAC), Jesús Ruiz Durand, Carlos y Jaime Dávila, Jorge Bernuy (que ya se
interesaba por la crítica, cuando era pintor y que luego pudo perfeccionarse en
París). Así fue, pintores, críticos, actores, directores de escena, poetas,
animadores culturales eran contertulios del café. Allí escuché algunas páginas
de Lima la horrible, cuando Sebastián decidió ser ensayista de la ciudad; allí
Carlos Aitor Castillo diseñaba los primeros trazos del escenario y de sus
decorados para las obras que pondría Ofelia, su mujer, que era actriz.
Inmediatamente se diseñaba el programa con un trazo rápido de José Bracamonte
Vera. Discutían a voz en cuello, mientras en otra mesa cuchicheaban el programa
de los conciertos de invierno Luis Antonio Meza, con la gente del
conservatorio.
En el Café Viena se
esbozaron catálogos para muchas exhibiciones, se escribieron muchos prólogos y
presentaciones para exposiciones y cuentos, como la de Sebastián (nuevamente),
al libro de cuentos Ñahuin de ese gran prosista que fue Eleodoro Vargas Vicuña.
Se leían en voz alta, pero sólo para los contertulios de la mesa, las notas
periodísticas que saldrían al día siguiente en algún diario.
A comienzos del decenio de
1970 llegó de Argentina Elida Román, quien, con el transcurrir del tiempo,
sería crítica de pintura y a mediados de la década pasó a ser directora del
Instituto de Arte Contemporáneo, cuando Leslie Lee viajó a Londres con una beca
del Gobierno británico.
Se sentaban a la mesa de
artistas y pintores: Alberto Bonilla, entonces director de
la Agencia ANSA y,
luego, uno de los más calificados críticos, llamados también comentaristas, de
la política peruana, quien con el transcurrir del tiempo llegó a ser jefe de la
página de este tema en la revista Caretas; Julia Ferrer, una de las actrices
más calificadas de entonces (también una diva), y Herman Piscoya, uno de los
escultores de estructuras metálicas más ambiciosos que ha tenido nuestro mundo
plástico.
El Café Viena fue un
bastión como lo serían también Café Versailles, el Café-bar Palermo, el
Chino-Chino, el Hueco de
la
Pared o el Bar Zela. Talleres y huariques que cobijaron
también la creación de la bohemia de entonces.
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