Nací en la época en que la gente se levantaba de sus
asientos para cambiar el canal, en que la música se oía en casettes o discos de
vinilo, o en la que para conseguir tu canción favorita había que estar pegado a
la radio con el dedo listo en el botón de grabar, cual francotirador, para
grabarla y así oírla hasta el cansancio. Claro, apretando la tecla “retroceder”
las veces que fuera necesario.
Asimismo, también recuerdo que era una época en que
los niños y jóvenes usaban la palabra “usted” y tomaba cierto tiempo el trato
de tú y la confianza. Recuerdo, por ejemplo, que cuando uno subía a un bus,
esto en provincias mayormente, uno tenía que saludar a los ocupantes del mismo:
buenos días, buenas tardes o buenas noches; según sea el caso. Por otro lado,
había que esperar que la otra persona termine de hablar para uno hablar y en
mesa de adultos, los niños pedían permiso. Asimismo el uso de las llamadas
“malas palabras”: nunca frente a desconocidos y jamás frente a las mujeres.
“Nunca frente a las damas”
Si alguno ha sentido que este texto está comenzando
a verse en letras góticas y que de pronto lo estoy escribiendo a mano con pluma
(y luego he pedido que lo transcriban) está equivocado. Lo único a lo que estoy
apelando es a tomarse un ratito, la paciencia de ver a quién se dirige, tomar
aire, y por favor, colaborar con mejorar la comunicación entre personas;
porque, seamos honestos: nos estamos yendo al carajo en la manera de
comunicarnos.
Oh sí, disculpe el exabrupto; pero era necesario.
Esas maneras en las cuales uno solía creer se
desbarrancan cuando oye, por ejemplo, balbucear a un congresista que trata de
justificar robos, propios o ajenos, con total desparpajo.
Oh claro, dirán, son unos delincuentes, unos
descarados; pero ¿qué tiene que ver con las formas y los modales?
Veamos: Las reglas de cortesía y buena educación son
el pasaporte sin el cual no se puede viajar por la vida. Tener una buena
educación ayuda a saber qué hacer en casi todas las situaciones cotidianas, a
tratar con los amigos y familiares, a saber tratar con respeto a sus
profesores, a sus padres, a saber que no debe saltarse ciertas normas que harían
la convivencia más difícil y menos agradable.
Respeto: esa es la frase clave. Y el respeto no creo
que tenga que ver con soberbia, esnobismo, estiramiento, desdén, desprecio,
etcétera. En absoluto: tiene que ver con la invasión del espacio de cada uno.
Del cómo te relacionas con “el otro” Del cómo ingresas al espacio vital de la
otra persona que tienes enfrente.
Universidad Católica, Jueves 2:30 pm. Después de
pasar todo el trámite de seguridad para ingresar a dicha universidad, la
señorita que me había convocado me explica que el trabajo para la editorial (un
momento ¿no tienen oficina?) consta de cierta cantidad de dibujos y que, hay cierta
cantidad de dinero. El cual es insuficiente, según me parece.
Cuando tuve la peregrina idea de explicarle el por
qué ese monto era insuficiente, la señorita en cuestión me dice “a ver:
floréame” Veamos por partes, en estos tiempos de relatividad, de agitaciones,
¿todo el mundo asume que las explicaciones es algún tipo de engaño? ¿Eso no se
llama prejuicio? Y si estamos en tiempos de simplificación, ¿no era lo más
práctico explicar todo por correo electrónico y no hacer perder tiempo a la
otra persona? ¿Y si yo respondía: “no abuses pe’, flaquita, no pasa nada”?
Nunca frente a las damas:
Entre las nuevas maneras de comunicación, se ha
establecido una horizontalidad y democratización en el uso de las “malas
palabras” ¿Es realmente un avance que sean de uso más común? Sonará un poco
cavernícola (quizás) pero, ¿es señal de equidad de género que las damas añadan
a su vocabulario palabras que son consideradas violentas? Es curioso, pero
recuerdo haber presenciado peleas en las cuales alguien ha salido a poner en
regla al desaforado diciendo “modera tu boca: hay mujeres enfrente” No
considero que haya que establecer una especie de protectorado, pero encuentro
paradójico que en una sociedad con múltiples problemas de violencia de género,
el género que está siendo víctima de esa violencia, adopte la conducta del
(supuesto) agresor.
Entre los pretextos que uno encuentra, cuando decide
decir algo como “ya pues, amarra tu perro” (para tratar de contener una
andanada de palabras gruesas) he oído cosas como “no pues, es que soy boquita
sucia” (en el caso femenino) lo cual lleva a pensar que entre la trinchera
norte y la casa donde se haya criado esa persona, poca diferencia hay.
“No es lo mismo pues”:
El habla revela la ideología (dicen) pues, es
curioso ver que muchas personas no se asombran e incluso toleran a una persona
muy mal hablada que viene de un estrato social alto. O que al menos
físicamente, lo parezca.
¿Nunca se han percatado que la mayoría de bromas
sobre el habla de los llamados “caushas” no tiene la misma cantidad de bromas y
desprecio que el de los, digámoslo así, “pitucos”? Ambos destrozan el idioma,
ambos son irritantes al oído, ambos expresan pobreza de vocabulario, pero
quizás haya una falta peor en el segundo grupo.
Los segundos, me parece, han tenido acceso a una
educación “mejor” que la nacional.
¿O acaso no es mejor que la educación nacional?
Lo lamento “chulls” pero a mí el “huevonaaaaa” me
suena igualito que el “habla bien, causha” es decir, suena mal en la Planicie
como en Caja de Agua.
El establecer una horizontalidad en el habla, no
necesariamente pasa por el tuteo inmediato, o el compadrazgo. En mi caso: no lo
tolero. Quizás sea un síntoma de vejez o de un conservadurismo que ni yo mismo
me conocía, pero creo que más que un asunto de conservadurismo, es un asunto de
sentido común: ni todos son tus “amigos” ni todos quieren serlo. Las reglas o
las fórmulas son cuestiones que ayudan a establecer un punto común de encuentro
entre distintos seres. Si logras franquearlo, perfecto, lo demás fluirá, si no,
no pasa nada y a otro lugar donde sí.
Cuando alguien que recién conozco (o con el que no
trato mucho) se excede y no respondo, no tiene nada que ver con la soberbia:
Créame, que en mi silencio, le estoy tratando de “usted”.
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