Cierto dia de enero de 1535, puso don Francisco Pizarro la primera piedra de una ciudad que hoy crece en los arenales, el primer madero de una iglesia que hoy se multiplica en las redes sociales. Habia dejado atras sus inicios de criador de cerdos en su Extremadura natal. Era un soldado, un politico, un conquistador, un aventurero. Era el gobernador. Se habia ganado el rango luego de anos de experiencias en el camino de la vida.
Había elegido a Tinoco, un cura de condición humilde, para oficiar la misa por la fundación. Don Francisco vestía, como siempre, todo de negro, con la cruz roja de Santiago en medio del pecho y usaba, como el Gran Capitán que ya era, sombrero blanco y zapatos de piel de venado. Los indios que componían el séquito del distinguidisimo curaca Taulicusco estaban extrañados ante la copiosa y blanca barba de ese hombre, que traía consigo aquellos animales sobre os cuales parecían fundirse los extranjeros. Caballos eran estos cuadrúpedos nunca antes vistos.
Tampoco habian gozado de la belleza tan exotica como la de Beatriz, mujer del veedor Garcia de Salcedo, hermosa morisca de curvas mas que sinuosas, de piel oscura como la de los andinos, pero de raza unica. Dicen las cronicas que Bearriz podria convencer a Pizarro de lo que Riquelme, Tesorero Real, con todo razonamiento matematico, no lograba. Y recordando a Alonso de Riquelme, alli estaba ese feliz y fatidico dia en que se fundo Lima, viejo ya, seguro con el calor de marras debajo de sus terciopelos y oropeles, bien a las cadenas y sortijas de oro, victima de gota, de gula, de obesidad, poco dado a ota aventura que no fuera el gusto por la burocracia.
Quizas por todo eso se hacia llevar sobre una silla, desde la cual se persignaba, seguramente confesándose a si mismo algunos pecadillos vinculados a dineros mal habidos.
No podían faltar ese dia aquellos emisarios que envió Pizarro a buscar el lugar ideal para fundar Lima. Alonso Martin de Don Benito había acompañado al conquistador desde que cruzaron el istmo de Panamá. Fue el primer europeo en llegar y tocar el Océano Pacifico, antes que Balboa, antes que Pizarro, antes que nadie. Allí estaba al lado, de Juan Tello y de Ruy Diaz, viejo como Pizarro, socio y amigo desde siempre.
Dos mujers presenciaban l acto: Francisca Pizarro e Ines Munoz. La primera,una nina, era hija del conquistador con Ines Huaylas , supuesta hermana de Huascar y Atahualpa. Tuvo una vida plena las cortes de Espana la mestiza Francisca, amiga de reyes y heredera de la fortuna que amaso su familia. Ines Munoz, su tía por ser esposa de Francisco Martín de Acantara, adorado hermano por parte de madre del conquistador, la rescato y la protegió cuando este fue asesinado por los almagristas. Dona Ines, ademas, fue quien por primera vez sembró y produjo trigo en el Perú.
Habría ese 18 de enero esclavos negros, indios de Nicaragua, de Jauja y el Callejon de Huaylas, del valle del Rimac, del Chillon y de Lurin con sus diademas de plumas y ofendas de fibra de vicuna. Dejaría de ser vergel Lima, seria poco a poco silenciado el rió que hablaba y pronto la casa de Pizarro alzaría su ronca y prepotente voz.
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